"Busco el equilibrio entre la pasión latinoamericana y la disciplina japonesa": el escritor que combina los valores de Japón y Colombia para mejorar la salud mental
José Carlos Cueto - Corresponsal de BBC News Mundo en Colombia | Martes 08 julio, 2025

Conozco muchos bogotanos que jamás pisaron Ciudad Bolívar, una localidad en el sur de la capital colombiana caracterizada por altos índices de vulnerabilidad.
Sé, en cambio, de decenas de japoneses que no solo la conocen, sino que se enamoraron de ella, de su gente, y de algunos que incluso dejaron su Japón futurista y avanzado para emprender aquí nuevas vidas.
Todo gracias a la idea atrevida de un escritor colombo-japonés que se propuso mejorar la salud mental de personas deprimidas en uno de los barrios más estigmatizados de Colombia.
Su nombre es Yokoi Kenji Díaz y, además de escritor, también es trabajador social y conferencista.
Lleva décadas enseñando a los japoneses a ser más latinos y a los latinos más japoneses, a través de programas de intercambio e inmersión cultural para empresas e individuos con suficiente poder adquisitivo.
Que de ninguna manera, aclara, garantiza "ningún tipo de resultado mágico, surrealista, alguna sanidad espiritual, psíquica o milagrosa".
"Hay un equilibrio entre la pasión del latino y la disciplina del japonés que a mí y a muchos nos ha funcionado y venido bien", me dice durante una reunión virtual en medio de su apretada agenda.
Kenji Díaz tiene unos nueve millones de seguidores entre Instagram y TikTok. Sus libros ocupan estantes privilegiados en las librerías y sus conferencias son concurridas por miles.
Nació en Bogotá, de padre japonés y madre colombiana, y se mudó a Japón a los 10 años.
Allí sufrió rápidamente traumas típicos del migrante: falta de integración, nostalgia, depresión.
Vivencias que años más tarde convirtió en su profesión, esa que combina y enseña culturas tan lejanas como las de Japón, Colombia y de otros países en Latinoamérica en una búsqueda de equilibrio que persigue mejorar la salud mental y el crecimiento personal.

Muy pequeño sufriste eso tan común del migrante y mestizo de no sentirse ni de un lado ni de otro. Te marcó.
Soy colombiano pero llegué a Japón con 10 años. Fue mi primera migración y un impacto cultural fuerte.
Me apasionó la cultura japonesa y quise, de alguna manera, convertirme en un japonés, pero descubrí que era una tarea ardua, difícil. No me aceptaban.
Era el típico mestizo que ni aceptaban en Japón ni tampoco se sentía propiamente de Colombia.
¿Por qué querías ser japonés?
Admiraba a mi padre, su cultura, y quería acoplarme a ella.
Pienso que todo niño que llega a Japón siente esa responsabilidad de querer ser japonés, pero es una cultura tremendamente exigente, sobre todo con los propios japoneses.
El estándar para el latino, para el migrante, es bastante alto, aunque muchos lo logran.
Vi muchos compañeros hispanos convertirse en japoneses e incluso superar a los mismos japoneses en algunas cuestiones, pero nunca ser aceptados.
Debe ser frustrante.
Es terrible. Uno habla japonés, se comporta igual o mejor que un japonés, pero por su fisonomía debe asumir que nunca será aceptado como tal.
No es nada personal o discriminatorio. Los japoneses tienen esta búsqueda de la perfección donde nunca están satisfechos.
Es algo muy samurai y cultural donde ellos mismos se frustran, entran en profundas depresiones y suben las tasas de suicidio.
Siento que pasé un poco por todo este proceso y me salvó ser latino: esa capacidad de decir "que más se perdió en el diluvio", "mandar todo pa'l aire" y sonreír, bailar y abrazar mi comunidad latina.
¿Para qué ser japonés si nunca será suficiente? Fue entonces cuando me convertí en latino.

¿Y fue suficiente?
No, porque también encontré cosas que tampoco me llenaban.
Me preguntaba por qué tanta alegría si hay tanta pobreza, por qué tanto folclor si todo llega tarde.
La alegría del latino puede ser maravillosa, pero a veces se queda sin desafíos, sin querer mejorar, sin buscar la perfección.
A veces parece que todo lo queremos pilotar con el folclor y la danza. Es un extremo que también me chocó.
Entonces entra en uno en una crisis existencial en la que ya no sabe qué busca.
¿Cuándo te dio?
Una de mis etapas más difíciles, con más conflicto interior, fue más o menos a los 14 años de edad. De ahí se prolongó hasta los veintitantos.
Decidí no ser de ningún lado y buscar el equilibrio entre dos culturas muy extremas.
Una, la latina, con cosas muy buenas como la improvisación, el folclor y la alegría, que puede detonar en violencia y homicidios en su expresión más negativa.
Y otra, disciplinada, que también puede desembocar en suicidio.
Pensé que si seguía un camino podía acabar suicidándome y si seguía por otro podía acabar matando a alguien.
Desde entonces busco el equilibrio y sobrevivir a dos culturas muy diferentes.

"Más felices de lo estadísticamente normal"
Japón puede presumir de tener la tercera economía más robusta del mundo. Es un país seguro, próspero, con alta esperanza de vida y generosos servicios públicos.
Pero estos índices no parecen ser directamente proporcionales a la satisfacción y felicidad de los nipones.
Los índices de suicidio, especialmente entre los jóvenes, han sido preocupantes en los últimos años.
Y, según el ránking Mundial de la Felicidad de 2025 de la encuesta Gallup, Japón figura en la posición 55, la cual no mejora por mucho a la de Colombia o Ecuador (61 y 62) y es superada por mucho por la de Costa Rica o la de México (6 y 10).
Es una paradoja sorprendente.
En una entrevista reciente con BBC Mundo, Alejandro Cencerrado, analista de la felicidad de la Universidad de Copenhague en Dinamarca, admitió que "los latinoamericanos son más felices de lo que es estadísticamente normal teniendo en cuenta la riqueza de sus países".
Kenji Díaz, basado en estas paradojas y su propia biografía, encontró así un propósito profesional.

¿Y encontraste el equilibrio?
Sigo buscándolo porque no es posible tenerlo. Si crees tenerlo, lo pierdes.
Es un horizonte, una búsqueda, donde hay que estar pendiente de varios picos, reconociendo y aceptando los extremos de cualquier situación.
Cuando era un adolescente, afrontaba los extremos de mis culturas. Luego, cuando esposo, los del matrimonio. Más tarde, como padre, los de la paternidad. También en el ámbito profesional.
Es una tarea que no cesa, pero tampoco cansa.
¿Y es difícil?
Cada vez se hace más sencillo porque uno reconoce patrones de comportamientos propios anclados a la infancia.
Hay mucho de introspección.
Me ayudó mucha la cultura de terapia que hay en Japón o en los países más desarrollados, donde se normaliza ir a terapia; hablar de procesos cognitivos, del cerebro, patologías y patrones de comportamiento.
Todo ser humano lo necesita. Ir a terapia es parte de la cesta básica de ser humano.
Cada persona debe buscar su equilibrio. No pienso que lo que me funciona a mí sirva a todo el mundo.
¿Qué valores te influyeron más a ti entre Colombia o América Latina y Japón?
Los valores más populares, que no los más importantes, son la disciplina estridente del japonés y la pasión del latino.
Si ves un poco de fútbol, verás que la selección de Japón trabaja bien en equipo, da buenos pases, pero carece de personalidades individuales que decidan coger la pelota, no pasarla, y decir 'este gol es mío de nadie más'.
A los japoneses hubo que enseñarles a ser más individuales.
Incluso, cuando a los japoneses les marcaban un gol en contra, los aficionados japoneses se levantaban a aplaudir al equipo contrario porque les parecía bonito.
Hubo que enseñarles también a no aplaudir tanto a los rivales. De eso se trata el fútbol también.
La formalidad, el reconocimiento al otro... es algo admirable, pero si quieres ganar, hay un punto de individualismo que también debes fomentar.
Por el otro lado tienes a muchos equipos latinos, tan apasionados que también debes enseñarles a trabajar más en equipo, cumplir horarios, ser disciplinado.

¿Cómo la disciplina japonesa podría ayudar a los latinoamericanos, más allá del fútbol?
Es demasiado evidente que nosotros los latinos somos recursivos, creativos, por nuestra historia, formación y las carencias que enfrentamos desde niños.
Cuando no hay, se inventa. Eso nos da un talento especial para reaccionar en momentos de crisis.
La zona cómoda del latino es el caos. Cuando hay caos y crisis, el latino reacciona bien y sabe qué hacer.
Un japonés, en cambio, tiende a paralizarse en las crisis. No concibe que existan crisis con todo lo que suelen programar en sus vidas.
Esa disciplina japonesa les llevó a un gran éxito, pero de alguna manera perdieron la capacidad de improvisar que sí tiene el latino.
Obviamente al latino le da equilibrio saber que son buenos gestionando las crisis, improvisando, pero es necesario que se tome nota, que se siga un guion, que se intente controlar una situación y respetar parámetros. Es algo que nos cuesta mucho.
Cuando queremos bailar, queremos improvisar y que no nos marquen los pasos, pero en un entorno competitivo a veces necesitamos reglas y patrones.
Mira cómo los japoneses se ganan concursos de salsa. Gracias a su disciplina, los japoneses llegan a lugares donde los talentosos y creativos se duermen.
¿Y cómo crees que la pasión latina puede ayudar a los japoneses?
Los japoneses tienen un país muy desarrollado donde todo funciona.
Eso, de alguna manera, hace que el japonés normalice su estado y piense que la vida es así. Esto ha debilitado a las nuevas generaciones, que siempre se quejan hasta que salen de Japón y ven el mundo.
Ahí es cuando se dan cuenta del país grandioso que tienen y del cual no paran de quejarse y olvidan apreciar.
El japonés aprecia su cultura cuando viaja, aunque cuando viaja tampoco es que haga una inmersión cultural muy profunda.
Japón, por otro lado, es un país tan seguro que sus habitantes suelen ver el resto del mundo como inseguro, lo cual también hace que muchos se queden allí, en su entorno, y terminen siendo bastante débiles en cuanto a pasión y ganas de vivir.
Esto se refleja en cifras como los más de 20.000 suicidios al año que llevan tiempo reportando, especialmente en edades muy jóvenes.
El exceso de paz, seguridad, tranquilidad, hacen que sufra el cerebro, carente de un poco de pasión y caos.

Y creaste un proyecto que traía japoneses a Ciudad Bolívar, una de las localidades más vulnerables de Bogotá.
Era una ruta de inmersión cultural donde los japoneses venían a una zona golpeada por la violencia, la vulnerabilidad, y se quedaban allí meses trabajando en proyectos sociales.
Muchos consideran Ciudad Bolívar como uno de los sectores más peligrosos de la ciudad, pero realmente no es así. Es un sector maravilloso, donde la mayoría trabaja mucho y quiere salir adelante. Persiguen sueños a pesar de las carencias.
Es algo que atraía mucho a los japoneses.
Era paradójico, porque cuando les anunciábamos a las comunidades que traeríamos niños ricos, pero carentes, no entendían muy bien a qué nos referíamos. Les pedíamos que los contagiaran de resiliencia y pasión por la vida.
Se preguntaban cómo y simplemente les pedíamos que fueran ellos mismos, que no les importara ni hablar el idioma.
Se creaba entonces un lenguaje universal a través del contacto físico, la mirada, la risa, la humanidad.
El proyecto funcionó y llegaron más japoneses que habían perdido toda ilusión por vivir.
Y a los locales les enseñaba que, a pesar de sus carencias, ellos también tenían mucho que dar y ofrecer.
¿Y cómo dirías que resultó el experimento?
Se me ocurrió en Japón, porque me parecía que todo japońes que hacía un amigo latino le cambiaba la vida. Observé que los latinos hacían que el japonés fuera menos nihilista.
De alguna manera, el latino trae un caos necesario a la vida del japonés.
Nos dimos cuenta que a los japoneses que hacen amigos latinos su vida les empieza a cambiar positivamente.
Entonces, pensamos sacarlos de su entorno, de Japón, y meterlos en Colombia. El avance fue mucho más rápido. Ven rápido que ese país no es el que ven por televisión.
Les intrigaba que en un país con tantos desafíos existiese una voluntad tan grande por salir adelante. Era algo que impactaba mucho.
Acababan yendo varias veces, creando lazos con las familias del sector que gracias a las redes sociales continúan hasta hoy.
Algunos se quedaron incluso a vivir en estas localidades, casándose y encontrando su propósito.

Cuando uno habla sobre idiosincrasias podría generalizar. No creo que todos los japoneses sean disciplinados ni todos los latinos caóticos. ¿Te lo han señalado alguna vez?
Una de mis tareas, como trabajador social, es no manejar ideas absolutas y cuidar no generalizar.
Se trata de exponer nuestro punto de vista y estar siempre abierto al cambio.
Siento que, igualmente, es una responsabilidad más del otro lado, porque hay personas que solo saben pensar en blanco y negro.
Cuando se dice que los japoneses son disciplinados, obviamente no me refiero a todos, ni tampoco a todos los latinos cuando hablo de su pasión.
Cuento con que la gente entienda que no puede hablarse todo el tiempo de porcentajes precisos. Si no, sería imposible conversar.
Si bien no es bueno generalizar, tampoco se puede estar a toda hora puntualizando, porque entonces, precisamente, caeríamos en un vicio de muchos japoneses que es elegir no decir nada por el miedo a equivocarse.
Tanto si hablas poco como un japonés o mucho como un latino, de ambas formas puedes equivocarte.
Por eso es tan importante ese equilibrio; buscar el cambio.
El latino migra mucho y no siempre a culturas cercanas. Eso puede generar falta de integración, nostalgia por el pasado, tristeza. ¿Cómo afrontarlo?
En términos generales, he notado que el migrante puede sufrir crisis, pensar que es un extraño y sentirse en peligro así se haya mudado a uno de los países más seguros del mundo.
Hay colombianos que, a pesar de la violencia del país, se mudan a Japón o Noruega y sienten más miedo allí que en Colombia.
De alguna forma, puede que haya ladrones y peligros en Colombia, pero no dejan de ser "mis ladrones y mis peligros, los que conozco y con los que nací".
En cambio, la paz que pueden sentir en otros países les genera un nivel de alerta en el cerebro que no saben explicar. Es una crisis que se extiende mucho.
Porque luego, cuando no se sienten queridos, amados, cómodos, regresan a sus países, aunque sea de visita, y sienten que ya tampoco son de ese lugar.
Uno suele recordar los árboles de su barrio más lindos y sus camas más hermosas de lo que realmente son. Es algo que le pasa a muchos, donde suele llegar un limbo en que el migrante se amarga tanto en Japón y Noruega como en Colombia.
Les termina pasando que durante un tiempo solo son felices en el avión, donde viven con la ilusión de regresar a su casa de origen o la nueva para luego descubrir que ninguno de los dos lugares les llena del todo.
Es un lugar del que cuesta salir, pero que si se sale, uno aprende a ser feliz en todos lados, ya sea Cuba, Japón o Colombia.
Uno adquiere una capacidad de acoplarse a cualquier cultura. Cualquier país te sienta bien y adquieres una nacionalidad que es la humanidad.
Uno empieza a dejar de hablar de cubanos, japoneses o colombianos y empieza a hablar de sus amigos José, Tanaka o Carlos.
La nacionalidad pasa a dejar de ser prioridad y prima el nombre, la persona. Se acaban las etiquetas y las verdades generalizadas.
Si tú o alguien de tu entorno piensa en el suicidio, busca ayuda. Puedes encontrar recursos de apoyo en este enlace.

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