El apretón de manos en órbita que hizo posible la creación de la Estación Espacial Internacional y la cooperación entre EE.UU. y la Unión Soviética
Richard Hollingham - | Sábado 19 julio, 2025

En 1975, un encuentro en órbita entre astronautas estadounidenses y soviéticos demostró que las superpotencias podían colaborar. Sus efectos positivos finalmente condujeron al establecimiento de la Estación Espacial Internacional (EEI).
Con tan solo 33 años, Glynn Lunney era uno de los directores de vuelo más experimentados de la NASA. Para 1970 había estado en el centro de la acción en numerosas misiones, desde la primera órbita de la cápsula Apolo hasta los primeros pasos de Neil Armstrong en la Luna.
Meses después de ayudar a liderar los esfuerzos para salvar a la tripulación del Apolo 13 cuando su nave espacial explotó, Lunney se preparaba para su siguiente misión lunar. Fue entonces cuando recibió una llamada telefónica de su jefe, el director de control de misión, Chris Kraft.
"Me dijo: 'Glynn, empieza a prepararte para ir a Moscú, estarás allí en un par de semanas'", dijo Lunney. "Fue algo totalmente inesperado, una auténtica sorpresa para mí".
Tras dedicar su carrera a ganar la carrera espacial contra la Unión Soviética, el plan era que Lunney liderara un equipo para trabajar junto a sus oponentes de la Guerra Fría en una misión conjunta: el Proyecto de Prueba Apolo-Soyuz.
El objetivo era acoplar en órbita una cápsula Apolo estadounidense y una nave espacial Soyuz soviética. Hacer realidad ese plan le llevaría a Lunney los próximos cinco años.
Lunney falleció en 2021, pero tuve la suerte de entrevistarlo en 2012 para un programa de radio de la BBC sobre los alunizajes.
Nos conocimos en la famosa Sala de Control de la Misión Apolo en Houston, Texas. El director de vuelo jubilado se sentó a mi lado en su vieja silla, contemplando las consolas oscuras y las pantallas principales en blanco. En aquel momento (ya ha sido restaurada), la sala parecía abandonada y las misiones eran un lejano recuerdo.

"Cooperar en el espacio"
Nuestra conversación debía girar en torno al desafío de alunizar, preguntas que ya había respondido en numerosas ocasiones.
Pero una vez que Lunney empezó a hablar del Apolo-Soyuz quedó claro que esta misión, de la que rara vez se hablaba, fue un momento culminante en su carrera.
"Me veía como alguien que había pasado de ser un guerrero de la Guerra Fría, con el objetivo de lograr antes que ellos nuestro programa lunar, a alguien enviado para ver cómo podíamos cooperar en el espacio", dijo. "Tenía solo 33 años cuando fui a Moscú por primera vez representando a Estados Unidos, y pensé: '¡Guau!'".
La Unión Soviética y Estados Unidos habían estado compitiendo en el espacio desde el lanzamiento del Sputnik-1 en 1957.
Pero la idea de que las dos superpotencias mundiales trabajaran juntas no surgió de la nada. "Durante muchos años se hicieron esfuerzos para encontrar programas de colaboración entre Estados Unidos y la Unión Soviética en el espacio", afirma Teasel Muir-Harmony, curadora de las exposiciones Apolo y Apolo-Soyuz en el Museo Nacional del Aire y el Espacio en Washington DC.
"Se firmó un acuerdo sobre el intercambio de datos meteorológicos entre Estados Unidos y la Unión Soviética en octubre de 1962, y si recuerdan ese octubre de 1962 también coincidió con la Crisis de los Misiles de Cuba, cuando estuvimos más cerca de una guerra nuclear que nunca antes en la historia", afirma Muir-Harmony.
"La carrera espacial siempre fue una combinación de cooperación y competencia".

Rescatar a astronautas
En la década de 1970 la Casa Blanca, bajo el mandato de Richard Nixon, estaba interesada en reducir las tensiones internacionales con la Unión Soviética liderada por Leonid Brezhnev (la administración también inició un diálogo con la China comunista), por lo que la misión Apolo-Soyuz era importante diplomáticamente.
Pero la iniciativa tenía un propósito muy práctico: si las naves espaciales de diferentes países podían acoplarse entre sí, podrían utilizarse para rescatar a astronautas varados.
"La pregunta era: ¿cómo rescatar a las tripulaciones de cada uno en el espacio?", señala Kenneth Phillips, curador de ciencias aeroespaciales del Centro de Ciencias de California. "Fue una idea noble: que la exploración espacial y la colaboración nos unieran".
En cuanto a los astronautas asignados a la misión, el simbolismo de la selección también fue significativo.
La tripulación estadounidense de tres hombres incluiría a Deke Slayton, uno de los astronautas originales de la misión Mercury 7.
Restringido a roles en tierra desde 1962 debido a una presunta afección cardíaca, Slayton finalmente recibió autorización para volar tras observar desde un margen cómo otros astronautas eran pioneros en vuelos espaciales y llegaban a la Luna.
La tripulación soviética de dos hombres, por su parte, estaría liderada por Alexei Leonov, el primer hombre en caminar sobre el espacio. Si el gigantesco cohete lunar ruso N1 hubiera tenido éxito, Leonov estaba destinado a convertirse en el primer hombre en caminar sobre la Luna.

Superar las sospechas
El desafío técnico de unir las dos naves espaciales fue considerable. En apariencia, la cápsula Soyuz esférica y la nave espacial Apolo cónica eran muy diferentes.
La nave Soyuz fue diseñada solo para operar en órbita terrestre baja, mientras que la Apolo se construyó originalmente para volar a la Luna (esta cápsula en particular habría sido usada en la misión Apolo 18).
La cápsula Soyuz se operaba principalmente desde tierra, mientras que los astronautas de la nave Apolo podían pilotarla utilizando una computadora digital de última generación.
Incluso la mezcla de aire que respiraban las tripulaciones de cada país en órbita era diferente.
Pero quizás el mayor desafío fue superar la brecha cultural y las sospechas acumuladas desde la Segunda Guerra Mundial entre los dos enemigos de la Guerra Fría.
Mientras el equipo estadounidense se dirigía a Moscú, no sabía qué esperar.
"Pronto descubrimos que las personas con las que trabajábamos no eran ogros, sino seres humanos", declaró Vance Brand, piloto del módulo de mando de la misión, en una entrevista para mi podcast en 2019.
"Había muchos rusos que me caían bien, aunque la KGB era muy activa y vigilaba de cerca a los cosmonautas".

Choque cultural
De hecho, todas las habitaciones en las que se alojaba la delegación estadounidense en La Ciudad de las Estrellas, el pequeño pueblo cerca de Moscú donde se encuentra el centro de entrenamiento de cosmonautas, estaban intervenidas.
El hijo pequeño de Brand incluso halló un aparato de escucha de la KGB. Sin embargo, pronto ambas partes descubrieron que estaban haciendo amigos.
"Finalmente, muchos de los que trabajaron en el programa se sorprendieron por el interés, la disposición a comprometerse y la profesionalidad de sus colegas", afirma Muir-Harmony. "La relación entre Alexei Leonov y Tom Stafford, comandante del Apolo, es un gran ejemplo: se hicieron muy buenos amigos y mantuvieron esa amistad durante toda su vida".
"Los pilotos tienen mucho en común, independientemente de si han volado aviones Sabre o MiG", dijo Brand. "Los ingenieros del mismo campo también pueden identificarse fácilmente... de lo que no hablamos fue de política y religión".
Mientras la delegación estadounidense luchaba por aprender ruso y familiarizarse con la monótona Moscú de los años 70, los cosmonautas soviéticos tuvieron su propio choque cultural al visitar Estados Unidos.
"Cuando Alexei Leonov llegó a Estados Unidos, observó la autopista, vio todos esos coches de diferentes colores y quiso saber por qué los autos eran de todos los colores", dice Muir-Harmony.
El 15 de julio de 1975, la nave Soyuz con Leonov y el ingeniero de vuelo Valery Kubasov despegó desde la base de Baikonur, en lo que hoy es Kazajistán. Siete horas después, Stafford, Brand y Slayton, en la nave Apolo, despegaron desde Cabo Cañaveral.
La nave Apolo llevaba el adaptador de acoplamiento especialmente diseñado para conectar las dos naves espaciales. Tras dos días en órbita alrededor de la Tierra, el 17 de julio, las naves se aproximaron.

"Los vi por primera vez a unas 400 millas náuticas (740 km) de distancia", explicó Brand. "Apunté el telescopio y vi un punto brillante en el cielo, y finalmente nos acercamos mucho; pudimos ver los paneles solares de su nave espacial, que parecían alas y le daban una apariencia casi de insecto".
Fue un acoplamiento perfecto. "Entonces los estadounidenses golpearon en la escotilla de la Soyuz", dice Muir-Harmony, "y los soviéticos la abrieron y preguntaron: '¿Quién está ahí?'... lo cual me parece una broma genial".
Se produjeron apretones de manos e intercambio de regalos antes de que el presidente estadounidense Ford se dirigiera a la tripulación (Nixon había dimitido en agosto de 1974 tras el escándalo del Watergate).
Ford les dijo a los astronautas que sentía una "gran admiración por su arduo trabajo y su total dedicación en la preparación de este primer vuelo conjunto".

Cooperación pacífica en órbita
Tras dos días juntos, las naves espaciales se desacoplaron para regresar a sus países de origen. Pero ese no fue el final de la historia.
"El programa Apolo-Soyuz representó un gran avance en la colaboración entre Estados Unidos y la Unión Soviética", afirma Svetla Ben-Itzhak, profesora adjunta de relaciones internacionales y seguridad espacial en la Universidad Johns Hopkins de Washington D. C. "Sentó el precedente para la cooperación pacífica en órbita; este fue el momento en que realmente comenzó la diplomacia espacial".
La idea de la diplomacia espacial es que la exploración espacial une a las naciones con un objetivo común mutuamente beneficioso y que la colaboración puede extenderse a la Tierra.
"Los objetivos científicos y de ingeniería pueden unir a personas que no creían necesariamente que podrían colaborar productivamente", afirma Phillips. "El concepto de exploración es algo que todos podemos comprender".

"Bloques espaciales"
La misión Apolo-Soyuz propició una mayor cooperación entre las superpotencias y, con la caída de la Unión Soviética, esa relación se estrechó aún más.
En la década de 1990, las misiones del transbordador espacial volaron a la estación espacial rusa Mir, lo que posibilitó que tripulaciones de ambos países vivieran y trabajaran juntas durante meses. A esas misiones les siguió la Estación Espacial Internacional (EEI), un esfuerzo de colaboración entre 14 países con Estados Unidos y Rusia como núcleo.
Incluso desde que Rusia lanzó su invasión a gran escala de Ucrania en 2022, rusos, estadounidenses y aliados occidentales siguen colaborando en órbita en la EEI.
"Es absolutamente asombroso que esta cooperación espacial a bordo de la Estación Espacial Internacional continúe, incluso cuando las tensiones sobre el terreno se han intensificado y se han impuesto sanciones contra Rusia, incluso en el sector espacial", afirma Ben-Itzhak.
"A 450 kilómetros sobre la Tierra seguimos colaborando y trabajando juntos".
Hasta cierto punto, Rusia y Estados Unidos no tienen más remedio que colaborar. la EEI está diseñada para que los distintos segmentos nacionales sean interdependientes. Si uno de los socios se retira, la estación fracasará.
Los socios de la EEI están atrapados en un matrimonio tóxico, aunque, según se informa, en la propia estación todos los astronautas se llevan bien.
Ben-Itzhak estudia lo que ha denominado "bloques espaciales": las agrupaciones emergentes de naciones espaciales.
Ahora mismo, mientras los países planean regresar a la Luna, parece que Estados Unidos y Rusia pronto tomarán caminos separados.
Rusia probablemente se aliará con China, y las naciones occidentales, incluyendo los países europeos y Canadá, se unirán en torno a Estados Unidos.
Pero también están surgiendo otros bloques, como países árabes, africanos y asiáticos (India, por ejemplo, se está convirtiendo rápidamente en una importante potencia espacial).

¿Podrían las lecciones aprendidas del Proyecto de Prueba Apolo-Soyuz aplicarse algún día a la Luna?
Ambos bandos de esta nueva carrera espacial tienen la vista puesta en establecer bases en el Polo Sur lunar, incluso en el mismo cráter. ¿Imagina Ben-Itzhak apretones de manos y bromas sobre la superficie lunar?
"Ahora mismo, lamento decir que es muy improbable", dice. "De hecho, es peor que eso... los Acuerdos de Artemisa son un convenio internacional que establece normas de comportamiento en la superficie lunar, incluyendo la exploración pacífica, la transparencia, la asistencia de emergencia y la preservación del patrimonio común, incluyendo las huellas dejadas por los astronautas".
"Ha sido aceptado por 55 países, pero no por China o Rusia".
En cuanto a la misión Apolo-Soyuz, cuando he mencionado que estoy escribiendo este artículo, pocos, incluso en el sector espacial, parecen haber oído hablar de ella.
Los dos bandos de la misión están, una vez más, a un mundo de distancia, tanto política como literalmente. La nave espacial Soyuz se encuentra en el museo privado Energia, cerca de Moscú, y la cápsula Apolo está ahora bajo el cuidado de Phillips en el Centro de Ciencias de California en Los Ángeles.
Sin embargo, Phillips se muestra optimista respecto al futuro conjunto de la exploración espacial.
"Hay una comunidad internacional ansiosa por colaborar en el espacio", afirma. "Si las estructuras gubernamentales lo permiten, creo que podemos realizar un trabajo realmente increíble juntos".
En cuanto a Lunney, dirigió posteriormente el programa del transbordador espacial, la siguiente gran aventura espacial de Estados Unidos.
Cincuenta años después, su liderazgo en la misión Apolo-Soyuz merece ser recordado por cambiar para siempre la forma en que las naciones rivales pueden aprender a vivir y trabajar juntas en el espacio.
Puedes leer aquí la nota original en BBC Future.

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