Fideicomiso, la palabra mágica
Fideicomiso, la palabra mágica
Eliécer Arias
Jefe de Fideicomiso
Banco de Costa Rica
[email protected]
Los últimos tiempos han traído consigo un cambio radical en el mundo de los negocios. No solo por su gran diversidad, complejidad y medios para llevarlos a cabo, sino también porque las circunstancias sociales, políticas y de limitación de financiamiento han desarrollado la creatividad para acudir a instrumentos ágiles, seguros y eficientes para llevarlos a cabo.
Fideicomiso es una de las palabras más leídas y utilizadas como solución a esa nueva forma de estructurar negocios y proyectos.
No son cuentas, ni inversiones, ni simples contratos, son actos jurídicos especializados, típicos del derecho comercial, basados en la confianza y cuyas aplicaciones son infinitas.
Cuando lo tradicional se torna complejo, limitante e intransigente, hay que dar paso a la creatividad, a los “trajes a la medida”; hay que pensar en los fideicomisos.
Costa Rica debe innovar en la estructuración de mecanismos de financiamiento que permitan que otros patrimonios autónomos como los Fondos de Inversión y de Pensiones puedan invertir y diversificar su riesgo participando en el desarrollo de proyectos de infraestructura pública.
Por medio de los Fideicomisos se puede lograr el financiamiento que se adapta al ciclo de los negocios, y los inversionistas cuentan con una herramienta que aísla los riesgos, con rendimientos y plazos de repago atractivos y seguros.
Podemos afirmar que el mercado está desarrollando alternativas diferentes y creativas a las formas de financiamiento tradicional.
Esta tendencia implica hacer énfasis, principalmente, en el financiamiento basado en los flujos de fondos que generan los activos de las entidades públicas o privadas, para lograr financiar proyectos a partir de sus propias capacidades de generar activos con flujos de fondos predecibles, más allá de sus características patrimoniales.
Debemos desarrollar estructuras financieras que permitan lograr una adecuada sintonía entre los activos y los recursos que se necesitan, optimizando la relación costo-beneficio y, sobre todo, que se mitiguen en gran parte los riesgos de los inversionistas.
Labor que debe ser apoyada por el regulador en todos sus extremos, sin menoscabo —claro está— de permitir y autorizar el desarrollo sostenido de negocios bien estructurados, con garantías predeterminadas, ciertas y fuera del alcance político, y en el marco de la legalidad aplicable a cada entidad en particular.
El fideicomiso, desarrollado y estructurado adecuadamente se ha constituido en un motor de financiamiento y en un negocio querido.
Es un gran barco que se hizo para navegar mar adentro, no para estar anclado en el puerto.
Eliécer Arias
Jefe de Fideicomiso
Banco de Costa Rica
[email protected]
Los últimos tiempos han traído consigo un cambio radical en el mundo de los negocios. No solo por su gran diversidad, complejidad y medios para llevarlos a cabo, sino también porque las circunstancias sociales, políticas y de limitación de financiamiento han desarrollado la creatividad para acudir a instrumentos ágiles, seguros y eficientes para llevarlos a cabo.
Fideicomiso es una de las palabras más leídas y utilizadas como solución a esa nueva forma de estructurar negocios y proyectos.
No son cuentas, ni inversiones, ni simples contratos, son actos jurídicos especializados, típicos del derecho comercial, basados en la confianza y cuyas aplicaciones son infinitas.
Cuando lo tradicional se torna complejo, limitante e intransigente, hay que dar paso a la creatividad, a los “trajes a la medida”; hay que pensar en los fideicomisos.
Costa Rica debe innovar en la estructuración de mecanismos de financiamiento que permitan que otros patrimonios autónomos como los Fondos de Inversión y de Pensiones puedan invertir y diversificar su riesgo participando en el desarrollo de proyectos de infraestructura pública.
Por medio de los Fideicomisos se puede lograr el financiamiento que se adapta al ciclo de los negocios, y los inversionistas cuentan con una herramienta que aísla los riesgos, con rendimientos y plazos de repago atractivos y seguros.
Podemos afirmar que el mercado está desarrollando alternativas diferentes y creativas a las formas de financiamiento tradicional.
Esta tendencia implica hacer énfasis, principalmente, en el financiamiento basado en los flujos de fondos que generan los activos de las entidades públicas o privadas, para lograr financiar proyectos a partir de sus propias capacidades de generar activos con flujos de fondos predecibles, más allá de sus características patrimoniales.
Debemos desarrollar estructuras financieras que permitan lograr una adecuada sintonía entre los activos y los recursos que se necesitan, optimizando la relación costo-beneficio y, sobre todo, que se mitiguen en gran parte los riesgos de los inversionistas.
Labor que debe ser apoyada por el regulador en todos sus extremos, sin menoscabo —claro está— de permitir y autorizar el desarrollo sostenido de negocios bien estructurados, con garantías predeterminadas, ciertas y fuera del alcance político, y en el marco de la legalidad aplicable a cada entidad en particular.
El fideicomiso, desarrollado y estructurado adecuadamente se ha constituido en un motor de financiamiento y en un negocio querido.
Es un gran barco que se hizo para navegar mar adentro, no para estar anclado en el puerto.