Por la libertad de expresión y la decencia
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 09 febrero, 2011


Hablando Claro
Por la libertad de expresión y la decencia
Hay temas, que aun cuano hayan sido ampliamente expuestos nos resultan insoslayables. Como el tema de tratar burdamente de ejercer la censura previa en una democracia que se precia de observar los principios básicos de la convivencia. O como el intento de amedrentar con falsos argumentos a la ciudadanía con el deplorablemente célebre “memorándum del miedo” llamado por algunos como “memorándum del odio”. O como la intención de conculcar el sagrado derecho a la libertad de expresión de las ideas; un derecho según dijo el diputado José María Villalta paradójicamente al pretender que se conculcara, “inmensamente reconocido” y yo añadiría apropiado y defendido por los costarricenses en nuestro ordenamiento jurídico, en los tratados internacionales que hemos adherido y en nuestra idiosincrasia misma.
Debo coincidir con don Jaime Ordóñez cuando urge una resolución del Consejo Universitario que exponga con claridad meridiana no solo su ya admitido arrepentimiento ante el desaguisado de haber pretendido sin lograrlo cancelar la conferencia del Premio Nobel James Watson, sino que deje constancia del respeto y la defensa de la Universidad de Costa Rica al derecho a la libre expresión de las ideas y su consustancial valor; la tolerancia.
Como bien dijo don Jaime en su habitual columna de los lunes “una resolución que invalide el razonamiento anterior… Que sostenga que en el campus todas las ideas se pueden expresar, pues ello es esencial a la idea de universidad”.
Confieso que de acuerdo con mi forma de ver el mundo y la vida, muchos de los planteamientos de este gran científico descubridor de la estructura del adn me resultan inadmisibles. Pero eso no tiene mayor relevancia respecto del hecho absolutamente inaceptable de que en nuestra centenaria democracia y en nuestra más emblemática casa de estudios superiores, el Dr. Watson y cualquier otro individuo siendo visitante connotado o ciudadano de a pie, no pueda externar sus ideas. Porque aun cuando suene muy trillado repetir en esta hora a Voltaire “no comparto lo que dices pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Pero de todos nuestros gazapos extraemos grandes lecciones: Y la lección de este deplorable episodio es que todos en algún momento nos equivocamos. Muchas veces sin mala fe. Pero nos equivocamos terriblemente. Por eso debemos rechazar los linchamientos. Y por supuesto a los linchadores de oficio.
Vilma Ibarra
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