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Administrar la vida

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 27 febrero, 2008


Administrar la vida

Hablando Claro

Vilma Ibarra

En este mundo tan acelerado dedicamos grandes esfuerzos a tratar de aprender cómo administrar con mayor eficiencia el tiempo limitado del que disponemos para todo lo que queremos o tenemos que hacer. Muchos de nosotros dependemos intensivamente de planificadores, agendas, calendarios computadorizados, notas adhesivas o aparatos electrónicos de alarma que nos recuerdan y, en definitiva, nos organizan la vida profesional y social… muchas veces hasta el agobio.
Y como producto de esa falta de equilibrio entre obligaciones e intereses, millones de personas tienen una pésima calidad de vida, independientemente de sus logros y sus “éxitos”. A eso debemos sumarle la mala alimentación y la falta de ejercicio. Pero otro elemento pesa tanto o más, para mejorar nuestra vida.

¿Se ha preguntado usted qué calidad de vida emocional y espiritual tiene? ¿Se ha puesto a reflexionar si vive guiado por sus convicciones y valores más profundos, si trabaja en usted lo suficiente como para controlar las inevitables reacciones de enojo, ira y dolor que los problemas, los obstáculos y las relaciones con los demás, necesariamente nos producen a todos? ¿Cómo se enfrenta a la gente irascible? ¿Cómo reacciona ante el trato injusto o desleal de un amigo o un jefe? Cómo responde al insulto o a la falta de consideración?

En algunos momentos o circunstancias de nuestra vida, cuando enfrentamos situaciones de ese tipo nos damos cuenta de que estamos —literalmente— al borde de un abismo. Y muchas veces nos sorprendemos porque no tenemos de dónde asirnos. Súbitamente caemos en cuenta de que todo nuestro tiempo y energía los hemos invertido en logros, que si bien son importantes, no llenan ciertos vacíos que finalmente nos hacen sentir una vida carente de significado profundo, sin la realización y la plenitud que potencialmente todos podemos alcanzar.

Alguna gente cree entonces que tiene que ir en búsqueda de su mundo interior hasta el mismísimo Tíbet. Y eso significaría que la madurez, la plenitud y la realización estaría reservada para muy pocos. Dichosamente nuestro mundo interior está siempre con nosotros. Solo tenemos que apartarnos del bullicio cotidiano y escuchar nuestra voz. Dedicarnos a pensar por momentos cada día en cuáles son nuestras prioridades, cómo queremos mejorar nuestra calidad de vida, cómo pretendemos lograr nuestras metas y propósitos y si queremos trascender nuestra existencia dejando huella en las personas a quienes amamos e incluso en aquellas que pasan temporalmente por nuestra vida. No importa cuál sea su convicción de fe; porque de seguro que tendrá alguna. Aférrese a ella, cuide su vida emocional y espiritual. Los problemas no desaparecerán por arte de magia, pero su forma de enfrentarlos cambiará radicalmente.

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