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Berta Cáceres

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 09 marzo, 2016


Hablando Claro

Berta Cáceres

Según El País de España, las agresiones contra las mujeres activistas de derechos humanos en América Latina están en aumento y ello es así, a pesar del subregistro que sigue echando sombra sobre la verdadera magnitud de la violencia de género. De acuerdo con el Índice Mesoamericano de Defensoras de Derechos Humanos, solo en dos años (2012-2014) entre México y Nicaragua se produjeron 31 asesinatos y 39 intentos de homicidio contra las activistas por derechos de propiedad, contra la violencia y por supuesto, en defensa de causas medioambientales, como el muy reciente caso de Berta Cáceres, ocurrido la semana pasada en La Esperanza (paradójica designación de un pobrísimo pueblo hondureño que sobrevive resistiendo la desesperanza) cuando “sujetos no identificados” ingresaron a su vivienda y mientras dormía acabaron con su vida, pero no con su lucha y su legado.
Como muchos otros hechos de la vida centroamericana, este también está bastante ausente de nuestras preocupaciones cotidianas. Después de todo —quieren creer algunos— ya mucho tenemos con nuestros agobiantes problemas, para volver a ver hacia los problemas de otros. Y de otras. Craso error de apreciación, que acaso sirva para mantenernos de espaldas a una realidad que está presente también en nuestras propias comunidades, acaso no con la crudeza de una lucha de poder tan grande como la que lideró Berta Cáceres para salvaguardar un río —para los lencas sagrado— pero sí con la mismas repercusiones en cuanto a la forma en que establece la vulnerabilidad de la condición de las mujeres que se atreven a enfrentarse al statu quo. Porque cuando una mujer es agredida por su condición de tal en media calle como ocurrió hace unos días en plena capital a la luz del día, o cuando una mujer crece sojuzgada en la violencia sexual desde niña como la mujer de Matapalo y tras que fue asesinada “fue su culpa” como dijo crudamente su propio hermano, lo único que como sociedad hacemos es volver a ver para otro lado. Porque así tratamos los temas incómodos. Desviando la mirada. O cuando mucho, articulando pésimas explicaciones que son producto de la construcción cultural de los prejuicios que arrastramos y que aún tenemos muy instalados en nuestras vidas sociales.

Berta Cáceres fue una gran defensora de los derechos de los lencas. Dicen sus biógrafos que eso lo aprendió de su madre, que fue partera y enfermera y llegó a ser alcaldesa. Berta Cáceres quería un mundo mejor para sus cuatro hijos. Apenas llevaba 45 años. Pero su vida tenía precio. Estaba amenazada de muerte por partida triple y según las organizaciones de derechos humanos hubo negligencia del estado hondureño que también volvió a ver para otro lado. Ella le tocó la cara al poder. Y fue demasiado como para que se lo perdonaran.
Una muy precisa explicación de por qué la asesinaron la dio la costarricense Alda Facio, experta de Naciones Unidas al mismo diario citado cuando señaló que las mujeres activistas deben pagar un precio más alto que sus compañeros hombres en las mismas luchas. “Cuando nosotras defendemos los derechos humanos estamos desafiando a la vez las normas culturales, religiosas o sociales sobre la feminidad y el papel pasivo que debemos desempeñar en nuestras sociedades patriarcales. Y eso genera hostilidad”.

De modo que al conmemorar ayer un año más del Día Internacional de la Mujer, nos resulta obligatorio establecer que pese a los avances son también muchos los pendientes en materia de igualdad. Una igualdad que es menester alcanzar especialmente para aquellas que cargan sobre sí la acumulación de vulnerabilidades como la pobreza , la etnia y la discapacidad que se tornan en apuestas fijas a la violencia, maltrato y muerte en la que va la vida de ellas, pero también la de sus hijos e hijas. Es decir, una igualdad, para un mundo mejor.

Vilma Ibarra

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