Compartiendo con Gabo
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 25 abril, 2014
Me siento inmensamente dichoso de haber convivido con Gabo y Mercedes unos días
Compartiendo con Gabo
Esta Semana Santa que acaba de pasar, tiene de particular que lo ha sido, no solo para el mundo cristiano, sino para la humanidad entera; pues todos, en cualquier lugar del mundo nos hemos sentido hermanados en la común pena que nos ha causado la desaparición física del hombre de letras latinoamericano más universal de nuestra historia, el “costeño” (colombiano del Caribe) Gabriel García Márquez. Hoy Gabo se ha convertido en patrimonio de la humanidad. A finales del siglo pasado un grupo de connotados críticos literarios, reunidos en Suiza, consideraron que el más grande escritor vivo en ese momento en el mundo era Gabo.
Su obra maestra, CIEN AÑOS DE SOLEDAD, ha sido traducida a más de 50 idiomas y vendido más de 50 millones de ejemplares. Gracias a su mágica narrativa, Gabo se convirtió en un amigo cercano de todo aquel que lo leyera; con su mágica pluma hizo realidad la mayor utopía concebible, cual es la de hacer que todos los humanos nos sintiéramos hermanos, como canta la Oda a la Alegría de Schiller en el movimiento final de la Sinfonía Coral de Beethoven.
La magia de su narrativa convierte en arte puro la cultura ancestral de viejas familias, moradores de polvorientos pueblitos caribeños. Gabo hizo de la familia Buendía y de Macondo lo que Jung llamaba un “arquetipo mítico”, algo así como el Edipo de la tragedia griega o el Don Juan Tenorio del teatro español.
Se trata de arquetipos de estructuras rígidas como las familias tradicionales, que marcan sensibilidades culturales y estereotipos de comportamiento que definen una manera de ser en el mundo. Todos estos arquetipos marcan el subconsciente colectivo de determinado grupo socialmente cohesionado, pero que son comunes a todas las culturas. Es la psiquis colectiva vista como patrimonio cultural de la humanidad. De ahí que, a ese nivel, todo lenguaje es inteligible a cualquier ser humano, pues se expresa en el discurso simbólico que caracteriza a la poesía.
Pero más allá de estas reflexiones tendientes a escudriñar los meandros de la estética macondiana, en lo personal me siento inmensamente dichoso de haber convivido con Gabo y Mercedes unos días en la Managua amenazada por una inminente invasión de 60 mil marines, con que Reagan pretendía pulverizar Nicaragua en 1983.
Intelectuales provenientes de diversos países de Nuestra América tuvimos un encuentro en el que se combinaba lo político con lo literario.
Aprovechando que allí estaban figuras de la talla de Julio Cortázar y García Márquez, Ernesto Cardenal, Ministro de Cultura, organizó una velada consistente en hacer que en un espacio abierto una ávida multitud escuchara a tres genios de las letras hispanoamericanas declamar trozos de sus propias obras.
Fue una noche embrujada, como extraída de los más inspirados relatos del realismo mágico, en una Managua amenazada por un emperador de pacotilla.
Mi esposa Xinia y yo tuvimos el privilegio de compartir con Gabo y Mercedes en otras ocasiones, pero esta fue la que más me impresionó.
Arnoldo Mora
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