Cuando los ejecutores fallan
Arturo Jofré [email protected] | Viernes 28 noviembre, 2008
Arturo Jofré
Las protestas ciudadanas organizadas en Costa Rica no son frecuentes como en otras sociedades. No es que en Costa Rica falten razones, sino que la gente tiene suficiente paciencia para esperar que las autoridades reaccionen. Pero cuando las situaciones llegan a extremos, la gente explota y se manifiesta o bien las autoridades reaccionan antes de llegar al punto crítico. Esta ha sido la forma de caminar y la manera en que se han ido enfrentando muchos problemas. Por eso no sería bueno dejar de escuchar el clamor acumulado de la gente.
Da rabia ver desfilar a familiares de personas asesinadas por criminales que entran y salen de las prisiones con gran facilidad. Da rabia escuchar a una mujer apuñalada por parte de su ex cónyuge y, a pesar de que hay testigos que la salvaron de algo peor, una jueza deje libre al atacante ante el inminente peligro de la vida de la víctima. Si fuera una excepción no sería tan grave, pero son cosas demasiado frecuentes como para que esto siga su curso.
Por fin ahora la legislación está caminando en torno a una lucha más efectiva contra la criminalidad, pero la responsabilidad de los órganos ejecutores será esencial para que esta legislación se aplique bien. Una buena legislación, un sistema policial, de investigación y migratorio bien capacitado, equipado y pagado, y una aplicación rigurosa de la ley y su reglamentación, son los pilares que permitirán que estemos realmente frente a una lucha eficaz de la criminalidad.
Veamos el caso de la nueva Ley de Tránsito, la cual está a punto de aprobarse. Como toda ley puede tener cosas discutibles, pero es un esfuerzo positivo por ordenar la jungla en las carreteras. Esta ley parte de un principio anglosajón muy efectivo: dé duro al que viole la ley, asegúrese de que el sistema sea altamente confiable para la ciudadanía y aplique el control por excepción para que no necesite un ejército de supervisores. Bajo este concepto usted puede sacarle el cuerpo a la ley, pero si cae en la muestra su vida se le complicará de verdad. En este caso el temor es la fuerza que invita a “no jugársela”. Esto es válido tanto para el conductor como para el policía, la fuerza de la ley cae para ambos ante una disfunción. Con el tiempo esto se transforma en parte de la cultura social, un hábito que se sigue como algo natural.
Aquí viene la pregunta crítica: ¿está preparado el sistema del tránsito para enfrentar este nuevo enfoque social? Porque si esto va a servir para engordar las populares “mordidas”, el sistema caerá en desprestigio. Si los sistemas informáticos van a ser manipulados para que los puntos de cada conductor desaparezcan a cambio de dinero, todo el esfuerzo se esfumará. Esto no es fácil, pero las autoridades que tienen la responsabilidad de aplicar esta ley ya deberían estar dando a conocer a la ciudadanía las medidas que acompañarán a este esfuerzo legislativo. Si esto sigue igual, el concepto anglosajón solo servirá para que los “vivos” de siempre hagan su fiesta. Y no hablo de sistemas perfectos, sino de sistemas confiables.
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