De Gorbachov a Putin
Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 05 septiembre, 2022
A Mijaíl Gorbachov debemos celebrarlo como el principal artífice del fin de la Guerra Fría, el facilitador de democracias en Europa Central y Oriental, el liberador de millones de personas del dominio absolutista de la Nueva Nomenclatura al terminar con el Imperio de la URSS y la persona que logró disminuir los riesgos de una conflagración nuclear. Es justo que se le rinda honor a este Premio Nobel de la Paz, que colaboró positivamente con la evolución del siglo XX como muy pocos más.
Claro que en esa empresa tuvieron un papel insustituible San Juan Pablo II y Lech Walesa que con sus acciones desde 1979 lograron que en junio de 1989 se estableciera el primer gobierno no comunista de Europa Central y del Este. Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Helmut Kohl y François Mitterrand quienes le abrieron a Gorbachov las puertas de la negociación internacional, el acceso a mercados como nación más favorecida, y -después del empuje armamentista del Presidente de EEUU- llegaron al acuerdo que eliminó de Europa todos los misiles nucleares de alcance medio. Y por supuesto los heroicos pueblos sometidos al Imperio Soviético que lucharon en condiciones extremadamente difíciles por recuperar su libertad, con líderes icónicos como Václav Havel.
Al asumir el mando de la URSS encontró una sociedad resquebrajada por los años de opresión comunista, los horrores de la época estalinista, y las ineficiencias intrínsecas del sistema económico de planificación central, tal como lo argumenté en “La Caída del Mito” (artículo en el libro ¿Sobrevivirá el Marxismo? editado por Rafael Angel Herra) que se publicó antes de la desintegración de la URSS, pero después de la liberación de las naciones de Europa Oriental (accesible en WWW.rodríguez.cr).
Además, heredó la costosa guerra en Afganistán y la carrera armamentista con EEUU, que en tiempos de Jrushchov parecía que la URSS podía financiar, pero que ya en tiempos del Presidente Reagan no le era sostenible. Todas esas eran buenas razones para cambiar.
Pero también heredaba de Nikita Jrushchov y la gerontocracia retrógrada de Leonid Brézhnev, Yuri Andrópov y Konstantín Chernenko que siguió a Jrushchov como líderes de la URSS, la consagración de un estado totalitario al uso de fuerza brutal contra cualquier intento de modificar el poderío de la cúpula soviética, como lo habían hecho con sus tropas y tanques en Hungría en 1955 y en Checoeslovaquia en 1968. Para los comunistas más inflexibles todavía eran los tiempos en que Jrushchov podía argumentar con el Vicepresidente Richard Nixon, en el debate que sostuvo en la cocina de una granja durante una visita a EEUU, que su país lo dejaría atrás en el desarrollo industrial. En aquellos tiempos la URSS ganaba la carrera espacial con el primer satélite Sputnik, la perra cosmonauta Laika y Yuri Gagarin el primer hombre en el espacio.
Con un conocimiento directo de las ineficiencias de los sectores agrícola e industrial de la URSS, Gorbachov se enfrentó a su sistema productivo claramente incapaz de satisfacer las necesidades básicas de sus habitantes. Por ello planteó la perestroika, o sea la transformación de la estructura productiva. La apertura y transparencia del glasnost que luego estableció Gorbachov para fortalecer esa reestructuración productiva mediante la descentralización de las empresas estatales dio campo a la discusión, y con el debate se revelaron las debilidades económicas y los costos morales del comunismo.
La intención claramente manifestada por Gorbachov y en cuyo favor actuó era fortalecer la URSS haciéndola más eficiente y mejorando el bienestar y la libertad de sus ciudadanos para darle soporte popular al régimen. De ahí su empeño en poner término a la guerra en Afganistán y a la carrera armamentista y en incrementar el comercio internacional y las relaciones con occidente.
Tuvo para ello que enfrentar desde el principio de su mandato a la nomenclatura del partido comunista que no quería ceder en sus privilegios, y consideraba que los cambios debilitarían su poder. También le tocó enfrentar a los partidarios de una transformación más radical del sistema comunista de opresión y planificación central.
El glasnost se impuso más adecuadamente que la perestroika. Se vivía con espacio para opinar y criticar, pero las condiciones de vida para el pueblo no mejoraban y las cúpulas comunistas sentían cada vez más amenazadas sus prerrogativas. En mi artículo al que he hecho referencia indiqué: “El glasnost fue planteado por el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, como un instrumento político para promover su programa de descentralización de las empresas (perestroika). Pero las fuerzas de la reforma fueron más poderosas y, apenas pudieron tener una pequeña apertura para expresarse, originaron en 1989 la liberalización de los países de Europa que estaban tras la cortina de hierro”.
El camino liberador para Polonia empieza con la primera visita del Papa Juan Pablo II en 1979. Después con el movimiento Solidaridad dirigido por Lech Walesa en 1980, al que siguieron los enfrentamientos y la represión en 1982. Luego se renueva con las huelgas bajo el liderazgo de Walesa en 1988. Como fruto de las luchas del Papa Wojtyla y de Lech Walesa, Polonia fue la primera nación del bloque soviético en tener un gobierno no comunista en junio de 1989. Luego viene la liberación de Hungría y Checoslovaquia, que permiten el tránsito de los habitantes de Alemania Oriental a la República Federal Alemana, Hungría a través de Austria. El 9 de noviembre de ese año cae el muro de Berlín. Después terminan los gobiernos comunistas en Bulgaria y se da el cambio violento en Rumanía que culmina con el fusilamiento del dictador Nicolae Ceaușescu y su esposa.
Durante las huelgas promovidas por Solidaridad en Polonia en 1988 y cuando en el extraordinario otoño de 1989 las Repúblicas Populares de Europa Central y Oriental se liberaron de sus dictaduras comunistas, Gorbachov no envía los ejércitos soviéticos. Al final de ese año el Pacto de Varsovia de defensa del comunismo estaba en ruinas.
Vendría en 1990 la reunificación alemana que culminó gracias a la aprobación de Gorbachov con el “Acuerdo Cuatro más Dos” en el cual EEUU, el Reino Unido, Francia y la URSS le dieron su consentimiento.
También ese año se dan elecciones directas introducidas por Gorbachov con participación de otros partidos además del comunista, pues se había puesto fin a la prohibición de su existencia.
Gorbachov es electo en marzo como el primer y único Presidente de la URSS.
La situación económica del pueblo en la URSS se continuó deteriorando rápidamente en 1990 y 1991. Las dificultades sufridas por sus habitantes fueron enormes, originadas en las ineficiencias del sistema comunista y en las dificultades de pasar de una economía con planificación central a un mercado libre (ver mi artículo citado) y por la corrupción rampante que se dio con los burócratas, especialmente los militares, que se apoderaron del aparato productivo.
En setiembre de 1992 se publicó en Moscú mi libro Una Revolución Moral: Democracia, Mercado y Bien Común. Esa edición que increíblemente salió primero en ruso que en español, fue posible gracias al apoyo de la politóloga de la Academia de Ciencias de Rusia Irina Zórina, con quien me puso en contacto el amigo común Carlos Alberto Montaner. Con Lorena, Andrés y Vanessa visitamos Moscú para su lanzamiento y pudimos vivir las enormes dificultades de la transformación de la economía centralizada de la sociedad absolutista del comunismo soviético a una economía de mercado. Los corruptos burócratas, sobre todo militares, se habían apoderado de las fábricas, y con inhumana avidez y falta de escrúpulos desviaban los recursos de las empresas al exterior para ocultar enormes fortunas, mientras la moneda rusa se depreciaba y los ahorros, salarios y pensiones de la gente quedaban con casi ningún valor. Fue tremendamente doloroso ver en las aceras a las entradas de las estaciones de Metro a ancianas vendiendo un pescado o una botella de vodka, encontrarme con los estudiantes ticos cuyas becas -por la devaluación del rublo- se habían convertido en el equivalente de $0,25 por mes y comían gracias a cazar gatos por las noches. Fue muy impactante ver la falta de organización del trabajo en el proceso al salir del régimen comunista: por ejemplo, en hoteles y restaurantes a las horas de la comida no había servicio porque su personal estaba almorzando o cenando.
En 1991 se generan movimientos separatistas al interior de la URSS.
En ese año los países bálticos Estonia, Letonia y Lituania lograron su objetivo de volver a ser independientes como antes de la II Guerra Mundial y liberarse del dominio de la URSS. Su movimiento independentista se había iniciado desde 1987. Gorbachov consintió la liberación.
En junio de 1991 Boris Yeltsin es electo Presidente de Rusia. Había renunciado antes a su membresía en el Partido Comunista Ruso.
Poco después en agosto, militares y funcionarios del partido comunista y del estado que ven en riesgo sus privilegios, cuando Gorbachov no cumplió con las demandas de la línea dura soviética de tomar medidas enérgicas contra las repúblicas soviéticas disidentes, organizan un golpe contra Gorbachov al que capturan en Crimea.
Movimientos de protesta popular apoyados por Boris Yeltsin dominan en Moscú el golpe y liberan a Gorbachov.
Pero su fuerza y la URSS ya estaban demasiado debilitadas. El liderato era de Rusia y de Yeltsin.
El 8 de diciembre Rusia, Bielorrusia y Ucrania declaran su separación de la URSS. El 25 de diciembre Gorbachov renuncia a su cargo de Presidente de la URSS que era un simple cascarón vacío.
15 naciones emergen de esa disolución. Además de los 3 países bálticos y Rusia , Bielorrusia y Ucrania, surgen independientes Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Kazajistán, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán.
El aporte de Gorbachov a la libertad, a la paz, a la democracia y al progreso de la humanidad es invaluable. Pero como a menudo ocurre a quienes desde dentro tratan de reformar un sistema dictatorial, en Rusia fue desprestigiado y malquerido. Unos le reclaman la abolición de la dictadura comunista. Otros le reclaman no haber ido más rápido y más lejos. Es la respuesta que reciben quienes actúan como el Rey Luis XVI en Francia con sus intentos de reforma y la convocatoria a los Estados Generales y el Presidente Adolfo Suárez de España cuando consolida la transición a la democracia. Cuando Mijaíl Gorbachov se presenta a una lección presidencial en 1996 solo obtiene el 0,5% de los votos.
En Rusia al incapaz gobierno de Yeltsin lo sigue el del camarada de la KGB Vladimir Putin, que cada día va estructurando un régimen más absolutista.
Rusia se convierte en una potencia nuclear del tercer mundo, que vive de la explotación de sus recursos naturales, y que le da vuelta atrás al reloj de la historia para revivir afanes de conquista territorial y dominación militar de otros países, lo que lleva a su culminación con la cruel y despiadada invasión a Ucrania.
Construir democracia liberal es muy difícil y tardado. Establecer un sistema de economía de mercado no es solo independizar a las empresas, obliga también a tener en operación un estado de derecho que permita la competencia, la libre contratación y la formación de precios. Impedir la construcción de democracia liberal y de mercados competitivos y destruirlos es mucho más fácil y rápido.
Defendamos lo que ya tenemos y avancemos en la calidad de nuestra institucionalidad democrático liberal, de nuestro estado de derecho y de nuestra economía de mercado. Para ello debemos evolucionar hacia un estado más eficiente y un mercado más productivo, con mayor participación y oportunidades para todos, especialmente para los más pobres. La libertad, la justicia y el progreso dependen de ello.
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