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De Casinos y otras actividades relacionadas

Humberto Pacheco [email protected] | Martes 11 mayo, 2010


TROTANDO MUNDOS
De Casinos y otras actividades relacionadas

Por razones hasta cierto punto comprensibles, hace mucho tiempo los costarricenses satanizaron los juegos de azar, los casinos y esas actividades, asociándolas a la Mafia y a la delincuencia (aunque muchos viajaban a Panamá a disfrutar en los que siempre ha habido allá). El control que de esas actividades tomó el siglo pasado la Mafia norteamericana, evidente en las noticias y en el cine, hizo que nuestra sociedad las repudiara. Pero eso había de cambiar.
La evolución en Costa Rica sin pretender un orden cronológico ó un hallazgo científico fue interesante, pues en algún momento se sintió la necesidad de aprovechar el deseo de muchos de apostar un poquito para recaudar fondos para emprendimientos benéficos, por lo que, siempre y cuando fuera de la mano del gobierno, se eliminaron de ese sinónimo del mal la lotería, las rifas y los bingos. Eso si, enfáticamente se prohibió que las desarrollara el sector privado, no obstante que las rifas de puerta en puerta y la lotería casera fueron siempre parte del folclore autóctono de este país.
Y los juegos de cartas también, solo que se desarrollaban en los turnos de pueblo, las casas entonces intocables de los costarricenses y las costarricenses, y al amparo de un Club Privado en el que algunos perdieron hasta la cama matrimonial. Eso no era “malo”, sobretodo para quienes tenían acceso a dichas rifas ó partidas de naipe.
Con el paso del tiempo se fueron legitimando otras actividades como el fallido Totogol, los casinos en hoteles (lo que implicaba que quienes allí jugarían serían primordialmente los extranjeros), los bingos de la Cruz Roja, etc. Luego vinieron los Sports Books y las casas de apuestas por Internet, a los que a pesar de considerárseles maléficos, se les permitió establecerse aquí y ejercer parte de su actividad en el país, siempre que no trajeran aquí el dinero de las apuestas (habrase visto chifladura igual).
Los gringos estimularon la maldición cuando persiguieron a algunos directores ó gerentes de esos negocios hasta el fin del mundo (léase sus residencias aquí), pero nunca explicaron que lo hacían por razones tributarias y de control fiscal los ciudadanos norteamericanos apuestan hasta los tuétanos en esos Sport Books internacionales y el fisco gringo no capta nada y no porque el pasatiempo fuera satánico ó en sí ilegal. Tan no lo es que hay un estado Nevada y una ciudad en el este Atlantic City en donde norteamericanos ó extranjeros pueden apostar el alma, eso sí, ante los ojos recaudadores del IRS. Por nuestro sui generis método de pensar, serían Sodoma y Gomorra legalizadas.
Como era de esperar, esos shows de extradición causaron todavía mayor oposición en nuestra sociedad, pero ya estas actividades habían tenido un efecto sumamente positivo en las finanzas del país y en el empleo masivo y bien pagado, y no se podía echar atrás con los “malolientes” permisos que se les había otorgado.
Pues bien, en un nuevo sesgo se está hablando acertadamente de gravar los casinos y las apuestas deportivas con un impuesto que, sí es razonable (Arthur B. Laffer), no las sacará del país sino que les dará mayor legitimidad, lo que traerá más empleo aún y producirá muy buenos ingresos para el fisco. Solo que debería autorizarse la actividad completa para que al país también ingresen los enormes recursos que produce y se pueda además ejercer un mejor control legal, como en Estados Unidos e Inglaterra.
¿Porque creen algunos que existen Las Vegas, Reno, Atlantic City y que en el West End de Londres los casinos legales están por todas partes? ¿Es que esas sociedades son más inteligentes que nosotros y los pueden manejar mejor? ¿O será talvez que no es la actividad sino quien la desarrolle lo que determina sí hay maldad, como en todo quehacer humano, y hay que aprovechar los beneficios que nos puede traer ésta?
Es necesario hacernos estas aclaraciones porque, a manera de ejemplo, a la prostitución no se le podría legitimar ni con impuestos y exorcismo.

Humberto Pacheco
[email protected]

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