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De la angustia a la esperanza

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 18 marzo, 2011



De la angustia a la esperanza


Una vez más la humanidad parece sumirse en los temores de una catástrofe nuclear de imprevisibles consecuencias. Esto nos recuerda las angustias apocalípticas vividas por el Occidente Cristiano a inicios de las grandes épocas históricas en que se suele dividir esa cultura.
Durante el siglo X la Europa medieval vivió el temor de una cercana venida de Cristo, no ya como Salvador, sino como juez supremo e inexorable anunciada por las corrientes milenaristas.
A inicios de la modernidad, Europa también se vio sumida en los mismos temores de muerte generalizada causada esta vez por la peste negra. La hermosa secuencia de la misa de difuntos (Dies irae, dies illa) ha quedado como conmovedor testimonio del terror que sacudió a las ciudades desoladas porque los vivos ya no eran suficientes para enterrar a sus muertos.
Ahora, el eco de esos temores parece resonar en las informaciones provenientes de Japón a causa de los efectos no deseados que fueron provocados por la fuerza brutal y combinada de la naturaleza y de la tecnología más avanzada. En el caso de Japón, la situación es aún peor, pues la población mantiene vivo el recuerdo, especie de trauma nacional, de Hiroshima y Nagasaki.
Hoy, ya en un nuevo siglo, esa pesadilla podría volverse realidad, pero esta vez provocada por la furia descomunal de un terremoto seguido luego por un tsunami. Lo cual, sin embargo, no exime de responsabilidades al ser humano, especialmente a los que tienen capacidad de decisión política, tanto del mundo de la ciencia, como del gobierno, los partidos y los medios de comunicación; pues las centrales atómicas que fueron creadas para producir energía eléctrica, fueron diseñadas por mentes y manos humanas.
Hoy un estallido de las mismas, provocaría una irradiación mortal que afectaría, no solo a un país que está entre los más densamente poblados del planeta, sino también a las nuevas generaciones. Pero la angustia va más allá de las fronteras niponas. Como se trata de una tecnología sumamente avanzada y cara, son sobre todo los países que más han sobresalido en ese campo, los que se sienten más angustiados (Europa Occidental, Rusia y Estados Unidos).
Todo lo cual demuestra que el desarrollo tecnológico, por más maravillas que produzca, no garantiza por sí solo la supervivencia de la especie, ni menos su felicidad. La humanidad no tiene una póliza de seguros que le permita dormir con tranquilidad y esperar sin más un futuro mejor para las nuevas generaciones.
No olvidemos sin embargo que, como decía Kant, cuando la razón descubre sus propios límites, solo queda la sabiduría, que es la razón aplicada a la conducta humana. Lo mismo sucede con la destrucción de la naturaleza provocada por un desenfrenado crecimiento mercantil.
Por eso, más allá de la prudencia en el recurso a la razón instrumental (Habermas), debe prevalecer el sentido de la solidaridad. Hoy debemos expresarla desde lo más hondo del corazón al pueblo japonés. Nos anima la firme convicción de que sus gritos de angustia muy pronto se conviertan en un coro de voces y todos juntos podamos entonar un himno de esperanza como en el final de la Novena Sinfonía de Beethoven.

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