Descalificar de oficio
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 23 enero, 2013
Pareciera llegada la hora de hincarles el diente a unas cuantas verdaderas reformas que, sin desandar lo andado, nos permitan desenmarañar nuestro complejísimo entramado
Hablando Claro
Descalificar de oficio
Por ventura, frente a la prueba evidente de que el sistema político costarricense está dando muestras de anquilosamiento cada vez más severas, empezamos a pasar de las quejas a las propuestas.
Palabra gastada es la ingobernabilidad. Y numerosos síntomas de inconformidad para con el sistema se han ido acentuando. Ahora, en cuestión de tres meses han visto la luz varias iniciativas de ciudadanos y de actores políticos que plantean propuestas de modificación puntual de no pocas de las reglas de nuestro juego democrático con el propósito de encontrar, en el remozamiento, nuevos ímpetus y nortes para las instituciones y la gestión política que los ciudadanos reclaman como perdidos.
No hay que rasgarse las vestiduras. No se trata de que nuestra democracia esté a la espera de que el último apague la luz. Precisamente por ello, pareciera llegada la hora de hincarles el diente a unas cuantas verdaderas reformas que, sin desandar lo andado, nos permitan desenmarañar nuestro complejísimo entramado. Las 97 recomendaciones del informe final de la Comisión sobre Gobernabilidad Democrática, apuntan en esa dirección. Son todo un compendio que aspira a la recuperación de un adecuado balance de los pesos y contrapesos del sistema.
Pero como bien dijo el Dr. Francisco Antonio Pacheco, el legajo no es para timoratos. Esta vez la llamada a la tarea vino en serio. Y he ahí nuestra gran interrogante.
No se trata nada más que tengamos que esperar al 25 de febrero para que los ministros Benavides, Gallardo y Chacón presenten las alternativas de viabilidad. No. La misma doña Laura ya adelantó que el termómetro popular será determinante en el avance del camino.
De modo que teniendo las “Propuestas para fortalecer la funcionalidad y calidad de la democracia costarricense” solo contamos —por decirlo de alguna manera— con el ingrediente básico de una enorme receta de reforma institucional.
Pero falta todo lo demás. Lo cual implica que ocupamos cabeza fría para valorar las iniciativas en su conjunto, porque hay claramente una cuidadosa interdependencia tejida en torno a las reformas planteadas.
Probablemente por ello algunas de las reacciones iniciales respecto del informe me sorprenden por su carácter abiertamente descalificador. No deja de ser paradójico.
Si el documento hubiera sido un estuche de monerías entonces habrían llovido las críticas porque después de tanta espera los expertos nos salieron con un diez con hueco.
Pero como resulta que el paquete es sustancioso, ahora aparecen quienes intentan demeritar el vasto empeño, argumentando razones que en verdad no lo son.
No vamos a suscribir todos, todas las iniciativas. Ni siquiera los seis expertos lo hicieron. Pero ello no significa que no debamos darnos la oportunidad de sopesar con pausa, seriedad y serenidad cada propuesta.
Con sentido de la urgencia y del deber. De la responsabilidad y de la ética. Los descalificadores de oficio generan temor y abonan a la confusión de asuntos ya de por sí complejos para el ciudadano de a pie. Son muy peligrosos. Sobre todo cuando son formadores de opinión pública.
Vilma Ibarra
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