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El poder y la libertad, la visión de Shakespeare

Rodolfo Piza | Miércoles 18 mayo, 2016


 Conviene desconfiar de los almuerzos gratuitos, rechazar los “regalos de Artajerjes” y huir de la ingenuidad, la misma que perdió al “Rey Lear” de Shakespeare

El poder y la libertad, la visión de Shakespeare

Hace poco más de 400 años (cerca del 23 de abril de 1616), murió William Shakespeare, dramaturgo, poeta y actor inglés. Nació en Stratford-upon-Avon, Reino Unido, cerca del 26 de abril de 1564.
Shakespeare, poeta y hombre del teatro, fue quien expresó mejor la complejidad psicológica del ser humano, desde las tragedias y comedias griegas.
Como no tengo dotes de crítico literario, diré algo como aficionado sobre la cuestión del poder y la libertad en Shakespeare. Federico Trillo, político español, publicó en 1999, “El Poder Político en los dramas de Shakespeare” (Espasa, Madrid), que puede servir de guía para quienes esperan una versión más amplia del tema. "El poder, recordaba Trillo, es una pasión desveladora de todos los matices de un carácter y capaz, al tiempo, de evidenciar el resto de los caracteres.”
La cuestión del poder aparece en casi todas las obras de Shakespeare, al menos tangencialmente (hasta en las más insospechadas). Tramas de reyes, príncipes, luchas de gobierno, “agonías sucesorias”, traiciones, conjuras y tanto más.
Se destacan las que tratan de los reyes ingleses, como las de Ricardo III y de Eduardo VI por ejemplo, o las de reyes o gobernantes de otras tierras: Macbeth (Escocia), Hamlet (Dinamarca), El Rey Lear, Julio César; e incluso en Otelo (comandante en Chipre).
Enseñanzas muchas, pero puesto a escoger algunas:
1) la ambición desmedida, auspiciada por tres brujas y su esposa en el caso de Macbeth (se atribuye a Lincoln la afirmación de que Macbeth es el mejor retrato de la tiranía); y la ausencia de escrúpulos (incluido el asesinato de un Rey legítimo), pueden darnos el poder, pero nos pueden perder y, al perdernos, impedir el ejercicio de un buen gobierno. Puesto en clave contemporánea, una campaña política desalmada puede lograr un gobierno, pero puede impedir el éxito del mismo en democracia.
2) El exceso de escrúpulos o de temores, puede incitar a la pusilanimidad y a la evasión de la participación política, lo que dejará el espacio libre a inescrupulosos que no pararán mientes en ello. “Un cobarde muere mil veces antes que su muerte” en la expresión del Julio César de Shakespeare.
3) Un político paranoico (el “incorruptible” de Robespierre, por ejemplo), puede acabar como el celoso de Otelo, quien terminó prestando oídos a las maledicencias de Yago en contra de su honesta esposa (Desdémona) y en sus celos enfermizos terminó matándola y matándose él mismo, en su locura de amor (nunca mejor dicho).
4) Conviene desconfiar de los almuerzos gratuitos, rechazar los “regalos de Artajerjes” y huir de la ingenuidad, la misma que perdió al “Rey Lear” de Shakespeare. “En cuya necia honradez cabalgan bien mis intrigas”, afirmaba cínicamente Edmundo en la misma obra.

Y al final, 5) los ciudadanos de a pie, pediremos lo mismo que Ariel le pidió a Próspero en “La Tempestad”: “ARIEL: Ya que tanto me exiges, déjame recordarte lo que has prometido y aún no me has dado. PRÓSPERO: ¡Vaya! ¿Protestando? ¿Tú qué puedes reclamarme? ARIEL: Mi libertad.”
 

Rodolfo E. Piza Rocafort

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