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COLUMNISTAS


El valor de la amistad

Leiner Vargas [email protected] | Martes 22 marzo, 2016


 El sentido de la amistad y su valor no es entonces algo que se pueda comprar o vender, es esencialmente un regalo divino que se recibe y que muchas veces dejamos pasar
 

Reflexiones

El valor de la amistad

Con el permiso de estar en la Semana Santa, quisiera escribirles sobre un tema bastante ajeno a la economía y que versa sobre algo más profundo e indispensable para el ser humano, se trata del valor de la amistad. Lo hago en memoria de uno de mis mejores amigos, Torp Soren Andersem quien lamentablemente falleció el viernes recién pasado. La amistad y los amigos es algo que aparecen en la vida como ángeles del cielo, en momentos y situaciones inesperadas y generalmente, sin pedirlo. Se trata de ese pequeño grupo de seres humanos que se convierten en tus confidentes, tus alegrías y tristezas pasan por ellos como si fueran propias. Son generalmente pocos y están siempre cerca de ti, a pesar de la distancia o del desprecio que algunas veces hacemos con ellos y sin saberlo, simplemente te recogen cuando caes por alguna circunstancia de la vida o de alivian tu existencia, con una palmada en la espalda, cuando más lo necesitas.
Conocí a Soren en 1989 en mi segunda visita a Dinamarca, cuando apenas estaba iniciando mis estudios de doctorado en Economía, de inmediato hicimos clic por su naturaleza extravertida, su sentido fino de humor y su gran humanismo. Había muerto recientemente su segunda esposa de cáncer y la verdad, simplemente nos apoyamos uno al otro, Soren con sus constantes discusiones sobre la sociedad danesa y los retos a afrontar en el siglo XXI, yo con mis pequeñeces acerca de lo que a mi juicio debían ser la UNA y la sociedad costarricense en medio de los avatares de la globalización. Lo cierto es que compartimos muchos muchos cafés, atardeceres y cervezas juntos, inclusive cometimos la torpeza de bañarnos en un lago superfrío al inicio de la primavera, solo para probar que éramos capaces de resistir el salir de ahí con vida, yo les cuento que recibí una gripe fuerte después de tan friolenta aventura.
La vida nos acercó en momentos críticos como cuando nació mi primera hija Mariela o cuando, por razones del destino viví mi separación y divorcio. Recuerdo aún su sonrisa y felicidad cuando le comenté sobre el nacimiento de Luciana, así como Soren me contaba con alegría su orgullo por Thomas y Anne y sus nietos y nietas. Por supuesto, cada vez que hablábamos renovamos la intención de compartir juntos tomando una cerveza o una botella de vino, esperando el atardecer en uno de los dos países. Recuerdo su visita al mercado de Heredia y sus carcajadas sobre la forma como pidió un trago de cacique en un bar de a parado, como se acostumbra en Heredia.
Casi no hablaba español, pero se la jugaba con su poco de italiano y las palabras comunes que tenemos entre estos dos idiomas. Vivimos con alegría los éxitos del mundial de fútbol de ambos países y hasta logramos coincidir en la difícil tarea de procrear ocho cachorros, de su noble perra Chila. La verdad mi amigo Soren era una de esas personas que la vida nos regala como un ángel de compañía. El sentido de la amistad y su valor no es entonces algo que se pueda comprar o vender, es esencialmente un regalo divino que se recibe y que muchas veces dejamos pasar. Si en algo les sirve esta columna de hoy, espero que se acuerden de llamar a ese viejo y querido amigo o amiga y no dejar pasar mucho tiempo sin compartir un café, una cerveza y/o una tarde de conversa con él o ella.

Leiner Vargas
www.leinervargas.com
 

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