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En la recta final

Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 12 enero, 2018


En la recta final

Como es habitual en los ciclos de la vida política de nuestro país, enero se ha iniciado con el relanzamiento de la campaña electoral (¿¡) si es que lo que ha sucedido hasta ahora pueda calificarse como “año de campaña electoral”. A fuer de sinceros, hemos de reconocer que nunca ha habido una campaña más desdibujada como la que se ha visto en meses pasados. El frío que azota a los países del Norte y que hemos sufrido en estos días, constituye la expresión más acabada de lo que está experimentando el electorado nacional en la recta final de una campaña, que parece habrá de prolongarse hasta Semana Santa si hay segundas elecciones. Pero más que especular sobre quién ganará las próximas elecciones, debemos preguntarnos en torno al porqué de esta indiferencia del electorado respecto de un proceso eleccionario del que muchos creemos definirá en no poca medida el rumbo que habrá de tomar el país en un futuro inmediato. Este fenómeno es aún más extraño y preocupante en el caso de un pueblo como el costarricense, que históricamente se ha caracterizado por su interés en los asuntos políticos, interés que suele exacerbarse en tiempos de campaña electoral, cuyo enfrentamiento entre partidos suele asemejarse a la puja entre equipos de futbol en un campeonato; hasta el punto de que se acostumbra a decir que al tico lo mueven principalmente dos pasiones: el futbol y la política. Sin embargo, hoy podemos reconocer que, respecto de lo primero no hay duda, dado que el sueño de todo el país es que la participación de la selección nacional en el próximo campeonato mundial a verificarse en Rusia, sea tan exitosa como lo fue hace cuatro años en Brasil.

Indagando sobre las causas de este fenómeno que me parece inusual en el comportamiento colectivo del costarricense, he seguido con detenimiento los debates que el canal de televisión del Estado ha organizado tan acertadamente con la docena de aspirantes a ocupar el sillón presidencial de Zapote. Aunque parezca paradójico, allí creo haber hallado lo que considero es la causa de esta actitud displicente del electorado en el ámbito político, que llega hasta el punto de que nadie se atreve a vaticinar quién será el triunfador en las elecciones que se avecinan, a pesar de la importancia e inminente cercanía de las mismas. Para disimular esta incertidumbre, mucho se habla de que habrá sorpresas en la elección presidencial, lo cual me parece contradictorio pues sólo puede haber sorpresa si hay certeza y ésta resulta fallida; pero si sólo hay incertidumbre, tan sólo caben expectativas y suposiciones. Por el contrario, respecto de la composición de la próxima Asamblea Legislativa, hay sólidos visos de probabilidad de que estará aún más atomizada que la actual; lo cual tendría inexorablemente como consecuencia que el próximo mandatario deberá ser un diestro negociador, pues ningún partido lograría ni siquiera llevar 18 diputados a Cuesta de Moras como ha sucedido en el presente.

La comparecencia de los candidatos en la televisión me pareció muy “light”; considero que no hubo debate de fondo, ni se expusieron ideas o proyectos de alcance nacional, ni menos enfoques de índole ideológica, si entendemos por tal lo que debe ser la función del Estado y su repercusión en las políticas económicas y la soberanía nacional. Nadie habló de política internacional en un momento en que la escena internacional se ve fuertemente sacudida por las posiciones ultranacionalistas que afloran en amplios sectores del electorado de los países occidentales. Todos los candidatos se comportaron como hace un marido mal portado que busca congraciarse con su resentida esposa: promesas de portarse bien en lo sucesivo, votos de ser mejor en este nuevo año y, sobre todo, plétora de ofrecimientos… sólo les faltó ponerse el gorrito rojo y la barba blanca para evocar a Santa Claus. Todos poseían la respuesta a todos los males que aquejan al país; todos son expertos en todo o, al menos, afirman tener el mejor equipo de expertos que los asesoran y acompañan y estar abiertos a escuchar sugerencias de sus adversarios. Uno se pregunta, entonces, por qué teniendo tan prominentes políticos como candidatos les parece a no pocos ciudadanos que las cosas caminan mal, o por qué los partidos sufren de un desprestigio generalizado. Aunque parezca contradictorio, soy de la opinión de que la mayoría de nuestros políticos no actúan de mala fe; más aún, creo que los animan sentimientos sinceros en la búsqueda de lo mejor para el país. La causa de su deterioro no está allí, sino en una incapacidad generalizada para entender el momento histórico que vive nuestra nación y, en general, la humanidad, a inicios de este tercer milenio de nuestra era. El instrumento que ha descubierto el Homo sapiens para conducir a buen puerto los destinos de la humanidad ha sido el Estado, como ya genialmente lo había esbozado Platón en la REPÚBLICA. Pero con la globalización generada por la revolución científico-tecnológica, el Estado-Nación surgido a partir de la Revolución Francesa (1789) que dio origen a la Edad Contemporánea, ya no es la única herramienta idónea para lograr los objetivos propuestos en pro de nuestros pueblos. Pero tampoco se puede prescindir de él, como pretendían el charlatán de Reagan y sus Chicago boys. ¿Qué hacer, entonces, en nuestro país? Elaborar un programa de reformas a la actual Constitución a llevarse a cabo a corto y a mediano plazo. Cuáles deban ser estas reformas y cómo implementarlas será el tema de un próximo artículo.

Por el momento, avizoro que los próximos serán cuatro años de componendas políticas y (des)acuerdos, dada la previsible atomización de la Asamblea Legislativa. Tanto los diputados como el equipo gobernante desde el Poder Ejecutivo, deben dar una respuesta a la crisis fiscal. La única solución justa y patriótica que se dé a dicha crisis es poner a tributar al gran capital y no al pueblo trabajador ni a la clase media, a fin de que no aumente la desigualdad que es la principal causa de la violencia que hoy desangra al país como nunca se había dado en nuestra historia. Pero esto solo se logrará si el pueblo se organiza y hace sentir su fuerza en todas las instancias de poder. En conclusión, la política no se reduce tan sólo a interesarse en la campaña electoral. La política es el ejercicio cotidiano de las libertades garantizadas por la Constitución. Las campañas electorales deben servir para tomar conciencia de nuestros derechos y deberes para con la Patria.

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