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Martes, 26 de noviembre de 2024



COLUMNISTAS


Guerras y contaminación

Alberto Salom Echeverría [email protected] | Viernes 10 febrero, 2023


“El coste ecológico de la guerra es inmenso, pero mientras el conflicto armado siga siendo una opción viable la naturaleza seguirá pagando el precio.”

Maximilian M. Mönch, 2013

“En 2001, la Asamblea General de ONU declaró el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados el 6 de noviembre de cada año. Una fecha para reconocer y concienciar acerca de cómo los conflictos armados, las guerras y la militarización, han sido y continúan siendo algunos de los factores de destrucción ambiental más significativos.”

Los conflictos armados y la contaminación del Planeta.

Muchos fueron los conflictos armados en el siglo XIX, pero ninguno tuvo el efecto devastador de la primera y la segunda guerras mundiales del siglo XX.

El gran historiador británico Arnold Toynbee (n.1889 m.1975) describió de manera sucinta, pero certera, las características del mundo en materia económica y social, en la primera mitad del siglo XX, dijo: “…fue un período tan catastrófico y terrible como ninguna nación había conocido hasta el momento. Fue catastrófico y terrible porque, junto al enorme aumento de la riqueza, hubo un gigantesco aumento de la pobreza; y la producción a gran escala, resultado de la libre competencia, condujo rápidamente a la alienación de las clases y a la degradación de un gran número de productores.” (Cfr. Citado en: Castilla, Adolfo “La pobreza en la primera mitad del siglo XX”. Economiayfuturo.es. Diciembre 2018).

Globalmente fueron dos las causas principales que impidieron que la explosión del desarrollo industrial y tecnológico de fines del siglo XIX, se trocara en un bienestar generalizado: por un lado, el dogmatismo de la filosofía del “libre comercio” que espoleó una gran desigualdad entre naciones ricas y pobres y al interior de los países con desarrollo capitalista, favoreció la concentración de la riqueza, tanto en los países ricos como en los pobres que comúnmente conocemos como “subdesarrollados”. La “Gran depresión” iniciada en Los Estados Unidos en 1929, fue el signo que, como “ave de mal agüero”, anticipó la crisis económica mundial que se avecinaba. Combinado con lo anterior, crecieron las rivalidades entre las élites capitalistas de las principales potencias de la época. El enfrentamiento se produjo por la repartición de los recursos naturales principalmente del África y del resto de las colonias, así como por alcanzar la hegemonía en Europa. Básicamente fue debido a ello que, los círculos dominantes en el “viejo continente” no lograron evitar los enfrentamientos violentos de las dos guerras mundiales; por eso mismo, ambas estallaron originalmente y sin remedio en el continente europeo, con un intervalo de apenas 25 años entre una y otra. Por otra parte, hay que tener presente que Los Estados Unidos bajo el mandato del presidente Woodrow Wilson, pretendieron primero la neutralidad, sin embargo, en abril de 1917 entraron al conflicto del lado de las potencias aliadas, terminando de imprimirle a la primera guerra esa impronta, o carácter mundial que tuvo.

En un principio parecía que el conflicto de la primera guerra sería restringido y corto, pero se extendió por doquier hasta 1918. Su saldo fue el siguiente: treinta millones de muertos, sumando a los civiles y militares, merced a una desgastante guerra de trincheras, estacionada principalmente a lo largo de la frontera franco-alemana. Un informe certificado de la primera guerra señala las tres principales secuelas ambientales que se produjeron: 1-deformación de los territorios donde se desencadenaron batallas, como fue el caso de la colina de Mort-Homme en Francia, la cual perdió más de siete metros de altura; 2-una gran cantidad de bosques en el escenario de la guerra quedaron completamente destruidos, erosionado el suelo hasta el extremo de que los terrenos no pudieron ser habilitados para los cultivos durante mucho tiempo; 3-como se lanzó una enorme cantidad de municiones al mar, durante la guerra, cada bando intentando evitar que las municiones pudieran ser capturadas por el enemigo, la vida marina se puso en peligro, debido al componente químico explosivo del armamento, llamado “trinitrotolueno”.(Cfr. https://superscienceme.wordpress.com/2015/11/06/guerra-medioambiente/...)

Además, en 1916 hizo su aparición el primer tanque de guerra de factura británica. Fue conocido como el Mark I; se trataba de un vehículo sobre orugas, cuya presencia le dio un vuelco al estancamiento de la guerra de trincheras. La información que he consultado revela que se recurrió a ellos para combatir a muerte. Su presentación fue en “la batalla de Somme” reputada como la más larga y sangrienta de esta guerra. Se prolongó por cuatro meses y medio y dejó como saldo más de un millón de muertos en ambos bandos. La peor batalla –reza la información- en la historia de Gran Bretaña. Es mucho decir, el Mark I (como se denomina a ese tanque de guerra), no obstante, mostró debilidades, ya que algunos vehículos quedaron atascados en el campo de batalla por fallas mecánicas. Pero al mismo tiempo infundió temor en las tropas alemanas y produjo gran devastación de los campos, por ser tan pesado y majar el suelo destruyendo cualquier cultivo a su paso. (Cfr. https://www.clarin.com>internacional.)

La segunda Guerra mundial (1939-1945) fue una escalada destructiva con respecto a la primera. El número de muertos duplicó los reportados en la primera guerra mundial, números conservadores calculan que unos 55 millones de seres humanos perdieron la vida, entre campos de concentración, muertos en los campos de batalla, y la población civil que se vio afectada, principalmente tras los bombardeos, cuyo poder destructivo aumentó muchas veces respecto de la primera guerra. Algunas estimaciones que se han hecho más recientemente, mencionan la cifra de hasta 80 millones de personas que habrían perdido su vida. (Cfr. https://historia.nationalgeographic.com.es/)

En este caso, además, la contaminación fue inmensamente mayor, la tala de árboles, los incendios forestales que afectaron decisivamente la biodiversidad en todo el escenario de la guerra, que ahora se extendió a los mares ocasionando grave daño a los hábitats marinos, en una medida apenas algo menor a lo que fue la pérdida de la vida de especies de flora y fauna en la tierra. En definitiva, las armas de un poder incontrastable, como nunca se había dado, arrojaron gases tóxicos y partículas al aire y filtraron materiales pesados tanto en el agua como en el suelo. Todavía no hemos mencionado el efecto destructivo y contaminante de las bombas nucleares que fueron hechas estallar en Japón, en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, a lo cual nos referimos en el ensayo anterior. (Cfr. https://www.eldiario.es>opinion.)

Es bueno que recordemos aquí, la “locura nazi” que procuraba fortalecer la “raza maestra”, desatando los campos de concentración y el “holocausto”, provocando la persecución, el confinamiento y la muerte de millones de judíos. Muchos pensábamos que aquella locura racista había mermado sustancialmente, creíamos que había pasado ya a un segundo plano; pero, acontecimientos recientes en el mundo nos recuerdan que el racismo está aún vivo, presente en muchas culturas y convertido de nuevo en grave peligro por los recursos con que cuenta para accionar políticamente. ¿Será en Estados Unidos o en Brasil que se ha refugiado? ¿Será acaso en la guerra ruso-ucraniana? ¿Dónde será que pernocta el racismo y la xenofobia con sus garras finas al acecho?

Las bombas nucleares que hemos mencionado destruyeron gran parte de las ciudades, mostrando su incontrastable poder devastador hasta entonces. Solo allí perdieron la vida inmediatamente, cerca de doscientas mil personas. Adicionalmente, hubo infertilidad en la tierra, la cual durante mucho tiempo se tornó desértica; el agua de ríos, de mantos acuíferos, y del bosque se impregnaron de partículas radiactivas afectando la vida de decenas de especies acuíferas de flora y fauna. Por añadidura acota Luis Enrique Aguilar Díaz: “El caos y el descontento fue total. El paisaje calcinado adquirió un tono gris uniforme, como si el color se hubiera extinguido, el pasto se volvió rojo grisáceo, el 92% de las edificaciones sólidas de Hiroshima fue arrasado…Los árboles fueron arrancados de raíz y quemados por el calor…En los cinco años posteriores murieron 70 mil personas más.” En Nagasaki (parafraseo en lo que sigue), donde residían 270.000 personas murieron 80.000 tras el estallido nuclear, y miles en los siguientes años. (Cfr. Aguilar Díaz, Luis E. “Afectaciones ambientales por la bomba nuclear en Hiroshima.” 2023 Prezi Inc. Condiciones y Política de privacidad.)

Después de las dos guerras mundiales, el siglo XX fue testigo en el período de la guerra fría de muchas guerras “restringidas” o “limitadas” (al final no lo fueron tanto). Estas guerras acarrearon también gran contaminación, como fue el caso de la guerra de Viet Nam, la cual formó parte del programa de guerra química en la operación “Ranch Hand”; en ella los militares estadounidenses echaron mano de lo que se denomina como “Agente Naranja”. Un herbicida y a la vez defoliante, cuyos componentes químicos, son extraordinariamente tóxicos. Veamos la fórmula química de este agente, que un especialista en química nos explicaó su alta toxicidad: 50% de dos herbicidas del grupo fenoxi: el 2.4-D (ácido 2,4-diclorodifenoxiacético) y el 2,4, 5-T (ácido 2,4, 5-triclorofenoxiacético). El objetivo de la fuerza aérea de los Estados Unidos era defoliar los vastos bosques de Viet Nam, para descubrir los escondites y las rutas de suministros del enemigo. Se ha calculado que las muertes en Viet Nam a causa del “Agente Naranja” ascendieron a tres millones de personas, más medio millón de niños que nacieron con malformaciones. Este agente fue descubierto por un fisiólogo y biólogo vegetal estadounidense, Arthur Galston (n.1920 m.2008). (Cfr. https://www.ecologistasenacción.org...)

Además, las guerras acaecidas en la segunda mitad del siglo XX y en el XXI, aparte de la de Vietnam, han sido muchas; algunas de las más connotadas fueron la de Afganistán, las que se produjeron en América Central, en el Golfo Pérsico y la de Yugoslavia que adquirió un carácter desgarrador, porque conllevó a la desintegración de ese país y la intervención de la OTAN en el conflicto. Todas pusieron en evidencia que “…la guerra moderna implica una devastación del medio ambiente a gran escala”, tal como destaca la publicación técnica ‘Daphnia’ en un artículo dedicado al impacto ambiental del militarismo. (Cfr. “Los Efectos de la Guerra en el medio ambiente.” https://superscienceme.wordpress.com/2015/11/06/...)

En el presente siglo, contrario a lo vaticinado por algunos estudiosos del fenómeno de la guerra, aunque parecía que iban a mermar los conflictos interestatales a gran escala, el siglo nos inaugura con la invasión de una coalición liderada por Los Estados Unidos contra Irak, el 20 de marzo del 2003. El volumen de fuego desplegado por los estadounidenses en aquel escenario fue altísimo; sin que, no obstante, con la derrota del régimen de Sadam Hussein, se hubiesen resuelto los conflictos en aquel país. Por el contrario, la salida de Estados Unidos de Irak, dejó un gran vació de poder, lo que vino a recrudecer los conflictos ideológicos, interétnicos, religiosos y hasta tribales.

En el año 2001, Los Estados Unidos habían invadido Afganistán, pretextando que este país ocultaba a los terroristas responsables de los atentados perpetrados contra las torres gemelas en New York, el pentágono y otros objetivos. Aunque la verdadera razón conocida había sido desmantelar a Al Qaeda, quitándole una base segura de operaciones y principalmente se buscaba sacar a los talibanes del poder. Este objetivo se cumplió inicialmente, pero, los Talibanes retornaron al poder tras una insurgencia, en el año 2021. Lejos de un apaciguamiento de los enemigos de los Estados Unidos, el conflicto se mantuvo encendido en todos esos años. Por parte de los Estados Unidos, no se hizo esperar el bombardeo generalizado llevado a cabo principalmente por la Fuerza Aérea. De nuevo, la guerra desplegada con armas modernas contribuyó a espolear el calentamiento global con las explosiones de bombas de gran alcance. No faltaron las llamadas “bombas de racimo”, ni tampoco los poderosos cazabombarderos F/A-18 Hornet, así como bombas de gran radio de acción como son los BLU-82, según lo que hemos consultado.

Va a ser un año que estalló la guerra ruso-ucraniana. Entre otras cosas esta nueva conflagración reanudó el “viejo” conflicto de la guerra fría entre los Estados Unidos y Rusia (anteriormente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). La base ideológica de Rusia ya no es la misma, pero algunos de los protagonistas de la guerra actual, fueron parte del staff político-militar de la antigua URSS, como es el caso de Putin. Insisto, Vladimir Putin, otrora jefe de la KGB, ya no ostenta el socialismo como motivación de su accionar político militar. Pero deja la sensación en occidente de que tras la caída del “socialismo real”, la base política anterior ha quedado intacta. No es así. La guerra ha escalado a proporciones muy peligrosas. Detrás de Ucrania actúan los Estados Unidos y la OTAN y existe más de una razón para pensar que en poco tiempo, el enfrentamiento militar, de continuar la escalada podría darse directamente entre Rusia y sus aliados por un lado (pudiendo verse involucrada China), frente a los Estados Unidos y la OTAN por el otro. Ya el arsenal militar desplegado por unos y otros, ha sido copioso como para pensar que los gases efecto invernadero de CO2 que enferman al planeta están haciendo lo suyo.

Sorprende ver la cantidad de millones de dólares y euros proporcionados por Biden y los demás dirigentes de la OTAN a Ucrania, y los millones de Rublos gastados por Rusia en ese conflicto. Mientras tanto, los países pobres más afectados por el calentamiento del planeta siguen a la espera de un apoyo financiero que les permita acometer la tarea del desarrollo y defenderse de la devastación derivada de los gases efecto invernadero, de las torrenciales lluvias, huracanes y tornados, incendios desatados y bosques devastados. ¡Cuánta falta haría hoy un apoyo financiero cuantioso de unos y otros a Turquía y Siria, ante los terremotos que los acaban de azotar!!! Las prioridades de las potencias indudablemente son otras.


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