Hablando Claro
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 16 enero, 2008
Vilma Ibarra
De acuerdo con los especialistas en comportamiento humano, aunque apenas estamos empezando el año ya la inmensa mayoría de nosotros dejamos botados los muchos y muy nobles propósitos de mejora que nos impusimos el 31 de diciembre y solo una de cada diez personas será capaz de alcanzar las metas que se propuso.
Siendo así de cruda la realidad, a los otros nueve nos quedan dos opciones: tomar el camino fácil que implica encogernos de hombros, decirnos que mal de muchos consuelo de… y dar vuelta a la página para intentar el próximo fin de año aferrarnos con un poco más de empeño a nuevos propósitos (o a los mismos, pero de verdad) o adoptar la segunda vía: entender que el calendario es un convencionalismo que se nos presenta como una buena oportunidad para terminar y empezar asuntos, proyectos, relaciones, etc., pero que en realidad cualquier momento es bueno para encontrar mayores niveles de realización y plenitud.
Hoy día, algunos están convencidos de que la clave está en “El Secreto”, pero también hay muchas otras corrientes que dicen tener la clave de la felicidad. Los neurólogos dicen que el asunto es tan sencillo como aprender a ejercitar el cerebro de la misma manera que se ejercitan otros músculos del cuerpo: con constancia y disciplina. Dicen que si usted se centra en asuntos positivos (pensar bien sobre los demás, confiar en usted mismo, ser un optimista empedernido) el córtex izquierdo de su cerebro le proporcionará emociones placenteras; es decir, felicidad.
Si por el contrario, usted sigue empeñado en verle el lado oscuro a la vida, alimentando pensamientos negativos, el lado derecho de su cerebro generará ansiedad, envidia y hostilidad y usted pasará a engrosar las filas de los depresivos; los de la enfermedad del siglo.
Los expertos dicen que esto se llama plasticidad de la mente y la describen como la capacidad humana de modificar el cerebro por medio de los pensamientos que elegimos. Para probarlo hicieron muchísimas pruebas a un grupo de voluntarios y lograron constatar que el mayor grado de felicidad de un ser humano no tiene nada que ver con sus posesiones, su posición social, sus “éxitos” ni nada de lo que nosotros creemos que puede proporcionar felicidad. Y por ello, el hombre “más feliz del mundo” es un francés llamado Matthieu Richard que se convirtió al budismo, que vive en una celda de dos por dos en el Himalaya, que no tiene carro, ni celular y ni siquiera relaciones sexuales desde hace más de 30 años. Pero tampoco tiene sentimientos de coraje o de frustración, ni padece de estrés y por el contrario, es la persona que tiene los más elevados niveles de satisfacción y plenitud existencial.
Según su libro “En defensa de la felicidad” la cosa no es como ver la vida color de rosa. No podemos evitar las experiencias de la vida, pero podemos escoger asimilarlas o padecerlas. Es como hacer ejercicios todos los días para —sabiendo que somos responsables de nuestra propia felicidad— convirtamos nuestra existencia en una constante de motivación y positivismo. Por supuesto, es un asunto del espíritu de cada quien. Y como ven, no necesita de fecha en el calendario.
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