Hablando Claro
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 13 febrero, 2008
Vilma Ibarra
Vivir mejor…
Algunos congéneres tienen la capacidad de pasear por el piso el alma de quienes los rodean y amargarle los ánimos e ímpetus al más optimista con una habilidad asombrosa. En pocas palabras, hay personas que tienen el poder de hacerles a otros la vida miserable.
Los psicólogos los llaman “gente difícil” y constituyen tal problema para las buenas relaciones interpersonales que son objeto de estudio e incluso han sido clasificados como quejosos, llorones, francotiradores, criticones, etc.
La gente difícil está en todas partes, pero son especialmente visibles en el trabajo, porque es allí donde pasamos gran parte de nuestro tiempo, pero además porque en el trabajo situamos algunas de las metas más importantes de nuestro crecimiento personal y profesional y entonces llegan a convertirse en un gran obstáculo para los demás. No obstante, los estudiosos de la “gente difícil” aseguran que en nuestros centros laborales no tenemos el “monopolio” de la gente complicada. Eso quiere decir, por un lado, que hay gente difícil en todas partes; pero, por otro, que tenemos que aprender a relacionarnos con esas personas, a menos que estemos dispuestos a aceptar que sean ellas las que determinen nuestro estado de ánimo, nuestra actitud hacia el trabajo y las consecuencias que de esa actitud se derivan: desde cómo nos levantamos cada día para ir a la oficina, hasta cómo llegamos a la casa en la noche…
Ciertamente todos tenemos la tendencia a querer vernos en el trabajo “como una gran familia” partiendo de la falsa premisa de que en la familia no hay conflictos y todos vivimos en armonía plena. Pero además, tenemos que entender que el trabajo no es una familia y aunque lo deseable es que tengamos relaciones solidarias, cordiales y armoniosas, lo cierto es que resulta saludable aprender a separar lo profesional de lo personal y tener claro que nuestros compañeros de trabajo no tienen que ser necesariamente nuestros amigos, aunque ello fuera deseable.
En todo caso, volviendo al tema de la “gente difícil” lo importante es comprender que tenemos que abandonar la idea de que esa persona “cambiará” y que antes de seguir elucubrando cuándo y cómo lo hará, lo mejor es que busquemos herramientas para aprender a convivir con ellos, simplemente porque tenemos que coexistir, aunque ciertamente a veces quisiéramos que desaparecieran del mapa cotidiano de nuestras vidas.
Si tenemos claro que gran parte de nuestra paz interior y nuestra armonía dependen —en el trabajo, el vecindario y el hogar— de que debemos mejorar nuestras habilidades para relacionarnos con la gente que exhibe comportamientos difíciles, podremos avanzar hacia la construcción de relaciones interpersonales más sanas y ello, estoy convencida, derivará en una mejor actitud de la “gente difícil” que finalmente, es gente que siempre oculta tras su comportamiento necesidades insatisfechas o facetas y periodos de gran confusión que requieren nuestra buena actitud para “desactivar” la agresividad de sus acciones.
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