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Juicios mediáticos

Luis Alberto Muñoz [email protected] | Viernes 24 abril, 2009



Juicios mediáticos


Caer en la tentación de juzgar a los demás es fácil.
Muchas veces se asume la postura de juez absoluto, conocedor de la única verdad del universo, dispuesto a sentenciar al prójimo basado en la propia, impecable e incuestionable moral, usualmente guiada por corazonadas que resuenan diciendo, “es sin dudas culpable”.
Como si se tratase de un programa televisivo donde la audiencia juega a ser tribunal, estos veredictos se fundamentan en vanas apariencias, sin profundizar en las pruebas. La práctica es emitir juicios ligeros.
Se juguetea con la efímera línea entre informar y sentenciar, pero en el fondo la condición barnizada de imparcialidad del poder mediático presenta nociones que por diversas razones son aceptadas como argumentos que invitan a llegar a conclusiones previamente seleccionadas, que algunos ven como contundentes mientras otros como enclenques.
Juzgar es morboso, al igual que la sangre y el sexo, es parte del “amarillismo”, o de un mercantilismo que persigue desesperadamente audiencias para vender cuanto producto haya.
La gran pregunta es, ¿dónde está el límite real entre el sensacionalismo o la función consagrada de informar?
A quién le importa, es más divertido encender el televisor y tratar de buscarle la cara de pillo a un ser humano que está luchando por defender su inocencia ante la sociedad.
Es cierto, porque al parecer en una democracia decente la palabra inocencia tiene alguna importancia.
En términos concretos, no existe una democracia respetada en la actualidad que no vele enérgicamente por el derecho a la presunción de la inocencia de los ciudadanos.
Es obvio que en un juicio las partes hacen valer todas las herramientas a su disposición para alcanzar su objetivo particular.
Por ello sus alegatos son meras presunciones que deben ser comprobadas, en honor de la justicia de manera científica, y sobre las cuales únicamente un tribunal tiene la última palabra.
Esta rigurosidad por supuesto escapa de los llamados “juicios mediáticos”, en los cuales se invita a sentenciar, sin criterios científicos, sino basándose en gustos y preferencias, o simplemente en cómo los hechos y las apariencias son percibidos.

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