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Lunes, 25 de noviembre de 2024



COLUMNISTAS


La dignidad y la libertad se defienden con amor y solidaridad

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 22 julio, 2024


En Occidente la democracia liberal vive tiempos difíciles. Hay desencanto. Las falsas expectativas y la urgencia por soluciones que se anuncian y no llegan crea frustración. El cambio de época crea incertidumbre y desarraiga. Con miedo las personas nos enojamos, los sentimientos predominan. El odio se fortalece. El amor y la racionalidad se debilitan.

Este es el caldo de cultivo en el que los populismos extremistas logran imponerse.

La democracia liberal como bien sabemos depende de las garantías, contrapesos y controles que se han venido desarrollando por mucho tiempo, a base de prueba y error y de la sobrevivencia de las instituciones que han demostrado su eficiencia. Depende no solo de un sistema electoral abierto y justo y de un estado de derecho que funcione, sino también de una cultura que fortalezca a la sociedad para que pueda contrarrestar al poder del estado.

La democracia es un proceso para la toma de decisiones con base en la opinión mayoritaria, pero con respeto a los derechos de todos. Es un proceso, no una seguridad de resultados. Y es imperfecta como toda creación humana. Este proceso es valioso no porque acierte en todos los casos ni porque sea el más expedito.

No lo es. Por eso ante una guerra necesitamos la disciplina militar y ante una catástrofe tenemos excepciones a la legislación común para poder enfrentarla adecuadamente.

La democracia es valiosa porque permite ajustes pacíficos, y porque garantiza los derechos de una manera inclusiva.

Es valiosa porque nos permite controlar el poder que corrompe y enferma. Es valiosa porque es un gobierno para la imperfección propia de nuestras vidas, y permite rectificar.

En cambio, los autoritarismos populistas dependen de la fe ciega que una mayoría de habitantes deposita en un líder que ofrece soluciones inmediatas. Y que a menudo recurre a dominar el poder judicial para imponer sus poderes al margen de la constitución y las leyes imperantes, pero apoyado por una muchedumbre enamorada de sus promesas.

La preferencia que las personas tenemos por la inmediatez, por el presente, hace caer a muchos pueblos en el hechizo de las mentiras populistas

Pero resulta que son eso, son mentiras.

Y una vez abolidas las limitaciones al poder y debilitadas las garantías para el ejercicio de las libertades individuales, y una vez que el caudillo populista logra concentrar el poder dominando los controles de la prensa, la opinión pública y del poder judicial, se hace muy difícil la marcha atrás. Lo demuestran la Cuba de Castro y Díaz-Canel, la Venezuela de Chaves y Maduro y la Nicaragua de Ortega y Murillo.

¿Cómo evitar recorrer el camino que en busca de inmediatez de resultados conduce a la arbitrariedad y al empobrecimiento?

No es fácil. No es fácil enfrentar las campañas de división y enfrentamiento. No es fácil responder al reparto de culpas que genera chivos expiatorios.

Se requiere con seriedad presentar a los ciudadanos alternativas constructivas que generen confianza. Y la experiencia ha creado desconfianza.

Se necesita enamorar a los votantes del amor y la solidaridad, y las frustraciones y angustias, el miedo, la incertidumbre y el desarraigo han creado odio y enfrentamiento.

Esto demanda partidos con visión nacional, con programas que respondan a las necesidades cotidianas de las personas, y atiendan a sus demandas. Sin engaños que saltan a la cara y crean mayor frustración y desconfianza. Con propuestas concretas y realizables.

Para ello los partidos deben escuchar a las personas y partir de sus realidades. Deben buscar dirigentes capaces de plantear soluciones basadas en conocimientos y realidades a los más urgentes problemas nacionales. No sirven a los ciudadanos los partidos que simplemente quieren ganar para distribuirse unos puestos.

No es suficiente predicar las bondades de la democracia liberal con su estado de derecho y con una cultura participativa.

Es preciso contrarrestar la lucha de clases y de grupos entre si por el reparto de un pastel que no crece, lo que es una versión del siglo XXI del enfrentamiento marxista de clases, ahora promovido por extremismos también de derecha.

No, el progreso y el bienestar de las personas no se encuentra en líderes todopoderosos sabios y desprendidos, que no los hay, ni en el enfrentamiento y la lucha de clases por una producción estancada. Ni se alcanza eliminando libertades.

El progreso depende de la participación de TODOS en modernizar nuestras sociedades, en hacerlas más eficientes, pero sobre todo depende de amarnos unos a otros y ser todos más solidarios. Así se crea esperanza. Así nos podemos unir con ilusión en la construcción de progreso con respeto a la dignidad de todos.

Unidos con ilusión y compromiso de progresar y de que el progreso sea especialmente beneficioso para nuestros compatriotas más pobres podremos fortalecer nuestra democracia.

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