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COLUMNISTAS


La mentira

Emilio Bruce [email protected] | Viernes 19 abril, 2024


“No darás falso testimonio ni mentirás”. Así reza de manera clara el octavo mandamiento de las Tablas de la Ley entregados por Dios mismo a Moisés en la cima del Monte Sinaí. Los mandamientos de la Ley de Dios son comunes a las diferentes religiones cristianas y al judaísmo. Muchas otras religiones ubican la verdad como valor central y la mentira como pecado.

La verdad ha sido crucial en todas las culturas, central a la formación de la confianza y a la disciplina de los pueblos en atenerse a ella. La verdad no es más que una. Tan seria en sus repercusiones es la verdad, el no jurar el nombre de Dios en vano y el no mentir, que casi todos los pueblos de la humanidad la han situado centralmente en leyes, juicios, legislación y propósitos.

Ciencia y derecho siempre se han construido sobre bases de verdad, nunca de mentira. Engañar jamás ha sido bueno o valedero. El que engaña, el mentiroso, siempre ha sido señalado como malo, dañino y censurable. Los líderes, los educadores, las personas que son referentes sociales y morales nunca mienten y educan en la verdad con su palabra, su ejemplo de vida, con su conducta diaria en veracidad.

En generaciones anteriores a los niños a los que se encontraba mintiendo se les lavaba la boca con jabón. A los jóvenes a quienes se les encontraba en falsedad se les propinaba un reglazo en las palmas de las manos.

Los esfuerzos educativos de la sociedad siempre han formado en la verdad nunca en la falsedad ni en la mentira.

Lo cierto es que en nuestros días la mentira es moneda de uso común y lo dicho por cualquiera es sospechoso de ser falsedad ya que la mentira es el mecanismo para ganar discusiones y para manipular masas porque el fin ahora justifica los medios. En política la “post verdad” es frecuente y ésta no es más que otra forma de denominar a la mentira.

Mentir y engañar para dar una impresión diferente de aquella que debería prevalecer en la realidad es tan común que hasta una figura política de nuestra Asamblea Legislativa alguna vez señaló que no siempre se podía decir verdad y que se debía mentir en provecho propio cuando fuera menester. Sin sonrojo fueron dichas estas ideas. Pues bien, ha sido seguida en su consejo por numerosos tirios y troyanos. Los verdaderos líderes no mienten, no falsean la verdad, ni dicen medias verdades nunca. Los verdaderos líderes siempre educan con su palabra veraz y su ejemplo.

Mentir para manipular, para inflamar los ánimos, para lograr que unos digan o actúen en razón de lo mentido es grave, pero en nuestros días las mentiras se ríen y no se censuran. En algunos mentir alegremente es hasta una gracia adornada por el cinismo.

¿Cómo regresar a una sociedad veraz? ¿Cómo lograr restablecer la confianza en la palabra dicha? ¿Cómo hacer para que de nuevo las personas no mientan? ¿Será cosa de volver a lavar bocas con jabón? Este esfuerzo en regresar a la verdad es trascendental para nuestro desarrollo cultural, científico y económico. La verdad es vital para la familia y para el funcionamiento de la justicia y del derecho. No podremos dejar de descalificar a mentirosos y falsarios dentro de los que muchas veces se encuentran los troles de nuestros días.

A nuestros hijos y nietos debemos formar en la verdad y en su permanente ejercicio. A los mentirosos habrá que desenmascararlos con fuerza y evidenciar todas sus falsedades. El regresar a la verdad, al bien, al respeto y a la concordia tendrá impresionantes consecuencias para todos nosotros y para el camino que por siglos desde Moisés hemos sido recomendados de seguir.

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