La educación pública en la encrucijada
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 30 julio, 2010
En mi vida profesional solo he sido una cosa: profesor de la educación superior. Al llegar a la senectud me siento feliz de esta opción que hice. Me considero inmerecida y altamente beneficiado por la ennoblecedora herencia que nos legaron los grandes maestros y reformadores de la educación a lo largo de nuestra historia. Es gracias a ellos que la educación en todos sus niveles se ha convertido en la columna vertebral de nuestra forma de vida democrática.
Las grandes reformas educativas han sido hitos en la historia del país. En los inicios del siglo XX y gracias a las reformas impulsadas por los liberales en la segunda mitad del siglo anterior, Costa Rica se convirtió en uno de los primeros países de habla española en lograr la alfabetización de la mayoría de su población.
Los hermanos Fernández Ferraz dieron las bases filosóficas (el krausismo) para nuestra segunda enseñanza. Los marxistas con la eximia Carmen Lyra en la década de los 30 del siglo pasado, crearon la educación preescolar. Esta hermosa e impresionante pirámide se corona con la creación de la Universidad de Costa Rica en el gobierno del Dr. Calderón Guardia (1940), completada con las reformas del principal ideólogo de la social democracia en Costa Rica como fue Rodrigo Facio (1956).
Hoy nuestra educación pública se ve atrapada en una grave encrucijada, especialmente en su nivel medio. En algunos liceos, la violencia se ha generalizado convirtiéndose en una especie de pseudocultura entre los adolescentes, por lo que ya comienza a ser normal que algunos de ellos lleven en sus bultos armas y no solo libros, provocando luego el terror en aulas y pasillos.
Ya no son solo los maleantes fuera de los edificios y en las calles aledañas los que siembran el terror. Aún más, víctimas de esta guerra sin cuartel son también los profesores, hasta el punto de que en un liceo padres, estudiantes y docentes han debido hacer huelgas de protesta. Se han organizado manifestaciones callejeras y en no pocos liceos se ha generalizado la presencia de policía; el registro de bultos y salveques se ha convertido en una rutina.
El problema dejó de ser un asunto de profesores y estudiantes, hace rato escapó de las manos del Ministerio de Educación y se convirtió en un desafío mayor para la sociedad en general. Igualmente, el consumo de drogas y los embarazos de adolescentes se han convertido en problemas que han causado crisis más allá de las aulas, porque tienen su origen o sus causas en los hogares y en la sociedad en general.
Los jóvenes son el resultado de lo que los adultos hemos hecho de ellos. Son un reflejo de nuestra sociedad enferma y de muchos hogares destruidos o inexistentes.
La única solución real comienza por una toma de conciencia de la sociedad. Pero eso no es más que un primer paso. El camino que queda por recorrer es todavía muy grande porque nos involucra a todos dada la gravedad del problema, ya que el futuro del país está en juego. Amplios sectores de jóvenes que viven y crecen en una guerra no declarada en la intimidad de sus familias, que socializan en aulas y calles con gente hostil y viendo violencia, que ven con indiferencia la generalización del consumo de drogas y licor, constituyen la más contundente y dramática prueba de hasta qué punto se ha deteriorado una sociedad que no les ofrece esperanzas ni un futuro digno.
Por eso me parece bien que la Asamblea Legislativa haya aprobado la reforma constitucional que otorga un 8% del presupuesto a la educación. Pero es indispensable que igualmente se dote de un presupuesto sólido a uno de los mayores orgullos nacionales, como son nuestras universidades públicas, en razón del honroso lugar que ocupan en los puestos de excelencia en el contexto latinoamericano y mas allá.
La investigación científica, la ampliación de las sedes universitarias a casi todos los rincones del país y un sistema de becas para los estudiantes de bajos recursos, constituyen una de las mas firmes esperanzas que tienen muchos de nuestros jóvenes de avizorar un futuro mejor.
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