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La paradoja abstencionista

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 10 febrero, 2016


 Nuestra expresión preferida es que la democracia es delegativa: por tanto, ¡que otros hagan!

Hablando Claro

La paradoja abstencionista

La apuesta del Tribunal Supremo de Elecciones fue motivar el llamado al voto con la idea fuerza de que debía importarnos nuestro gobierno local y por tanto participar para escoger; reconfirmar o cambiar.
Un 35,2% de los ciudadanos acudimos a las urnas. Si bien es cierto se trató de un 7,3% más que en las elecciones de alcaldes de 2010, un 64,8% de ciudadanos habilitados para ejercer el derecho al sufragio declinó.
¿Que nos dicen los abstencionistas? ¿Que están disconformes con el sistema? ¿Que no les gustaron los aspirantes? ¿Que están cabreados con la clase política? Que repudian a los partidos sin distingo y por igual? ¿Que les dio pereza? ¿Que debían aprovechar el último fin de semana de vacaciones escolares y se fueron de paseo? ¿Que no es cierto que “Su Municipalidad Importa” y les entra flojo lo que allí suceda y se decida?
El abstencionismo es un fenómeno multicausal, que generalmente responde a motivaciones de carácter individual, aunque también puede responder a una especie de contagio viral epidémico. Después de todo, ellos son los más. Los que votamos somos minoría. El asunto es que es difícil desmenuzar sus motivaciones y separarlas para comprender qué ánimo les invade. Yo voy formando mi propia respuesta.
El abstencionismo no es para nada sorprendente. Los costarricenses mayoritariamente somos “dejados”. La cuestión de la participación es con otros. Ubicados en nuestro metro cuadro de confort y armados con las justificaciones más variopintas, no queremos hacer parte del trabajo conjunto. Ni el de la participación política ni de otras formas de vinculación.
El Informe Nacional de Desarrollo Humano de 2013 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD estableció que solo el 36,3% de los costarricenses participa activamente en grupos deportivos, asociaciones de desarrollo comunal, organizaciones gremiales y partidos políticos. Curiosamente una cifra prácticamente igual a la que fue a votar el domingo.
Somos, entonces ciudadanos muy particulares. Somos pura vida. El país con la institucionalidad más sólida y la democracia más antigua de América Latina y al mismo tiempo el que tiene más baja participación en asuntos ciudadanos y comunitarios. Nuestra expresión preferida es que la democracia es delegativa: por tanto, ¡que otros hagan!
Lo nuestro es pura desidia, cansancio, ensimismamiento, o como quiera calificarse. Y nos resulta fácil trasladarles la responsabilidad a los demás por nuestra conducta indiferente e indolente. Por eso cuando nos preguntan por qué no participamos en los asuntos comunitarios las excusas acongojadas van desde la falta de tiempo, la carencia de información, la dificultad de acceso o simplemente “lo tengo que hacer”.
Y cuando de torneos electorales se trata, para justificarnos, nos mostramos muy indignados con la política y los políticos. Los señalamos como causantes de todos nuestros males y les hacemos la cruz. Cualquier cosa con tal de no arrollarnos las mangas e involucrarnos en hacer las tareas.
¡Para eso está el 36% de los compatriotas!

Vilma Ibarra

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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