Las hijas de todas
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 05 diciembre, 2011
Las hijas de todas
Ser mujer es especial. Y no voy a echarme un rollo antimasculino, ni a minimizar a ningún hombre. Pero nosotras, las mujeres, somos, como dicen popularmente, “mucho con demasiado”.
Tampoco pretendo elevar nuestra condición a la de vírgenes y mártires. Ni decir que el instinto maternal vibra en todas. No es así.
Cuando leemos algunas noticias en los periódicos quedamos convencidas de que muchas mujeres no deberían haber parido jamás. Si una madre es capaz de castigar a su hijo quemándolo con una plancha, mejor hubiera abortado. Evidentemente nunca lo quiso o no era apta para el duro oficio de la maternidad.
Uno solo debe traer un hijo al mundo para brindarle toda la felicidad posible. No todo está en nuestras manos, es verdad, pero debemos hacer nuestro mejor esfuerzo. Por su felicidad, en primer lugar. Y en segundo, pero no menos importante, para guiarlos y lograr que sean seres humanos buenos, sensibles, considerados, responsables consigo mismos, con su entorno, con la sociedad.
Estoy en un momento interesante de mi vida. No diré que “nel mezzo del cammin de la mía vita” (parafraseando a Dante), porque mi abuela materna no llegó a los 102 años.
Pero soy mujer, madre de hijas adolescentes y, por lo tanto, puedo afectarlas y doblegarlas u observarlas con detenimiento y dejarlas volar. Afectarlas es inevitable pero darles espacio para que sean ellas mismas es una opción.
El momento interesante de mi vida tiene que ver con un intercambio intercultural gracias a la American Field Service (AFS) y su programa, que para mí ha sido un canje de hijas, apasionante.
Manuela, mi hija mayor, vivió un año con Nadége Caron en Lille, Francia y estableció una relación familiar fantástica con sus padres y hermanos.
El domingo pasado, chateé con Gabriela Souza, la portuguesa, madre de mi hija biológica menor Valeria, y hablé por skype con Bruna Cernecca, la mamá biológica de mi hija italiana Sara. Entonces sentí la magia… mujeres más o menos contemporáneas, comunicándonos en idiomas latinos distintos, hablando de un tema común: las hijas de todas.
Porque esas ocho hijas biológicas: las francesas Lou Ann y… de Nadége; las portuguesas Joana y María de Gabriela; las italianas Sara y Marta de Bruna y mis ticas Manu y Vale, son hijas de todas. Es como si existiera una confraternidad masónica, femenina, maternal, en diferentes partes del mundo (latina, eso sí) y donde todas estuviéramos dispuestas a un mismo objetivo: conocer la hija de otra en el mejor momento de su vida, atenderla, cuidarla y guiarla lo mejor que una pueda. Diferente a como lo haría cada una de nosotras, mujeres distintas, pero con el mismo amor. Con la misma consciencia y solidaridad de género.
Porque ahí estamos, las mujeres, y ahí debemos estar, protegiéndonos, cuidando a las más jóvenes, no traicionándonos entre nosotras. Somos parte de una misma raza, no solo humana sino femenina.
Ser mujer es una condición mágica, difícil y privilegiada. ¿O no?
Claudia Barrionuevo
[email protected]
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