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Las relaciones sin contacto

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 02 noviembre, 2009



Las relaciones sin contacto


Si bien no soy adicta a Internet, todos los días navego por el espacio cibernético.

Hace más de una década, cuando descubrí el mundo infinito al que me podía asomar gracias a mi computadora y –en aquel momento— una línea telefónica, confieso que pasé meses dedicando todo mi tiempo libre —y más— a pasear por todas las páginas web que llamaban mi atención
Pasada la “fiebre” —y preocupada por el tiempo perdido en esos recorridos virtuales— Internet dejó de ser un vicio para convertirse en una herramienta fundamental de investigación: ante cualquier duda o curiosidad ingreso a Google para realizar mis consultas.
Aunque solo el 25% de la población mundial tiene acceso al maravilloso mundo de Internet, Costa Rica es el país de América Central con más usuarios: 35% de sus habitantes.
Entre ellos la mayoría son adolescentes que —seguramente— afirmarían que no pueden vivir sin una computadora con conexión, porque de no tenerla perderían contacto con sus amigos. La cantidad de horas que los chicos dedican a las redes sociales es impactante. Da la impresión de que chatean más de lo que hablan personalmente o por teléfono.
En ese proceso de comunicación tan difundido no solo se pierde la correcta escritura de las palabras —la utilización de nuevas abreviaturas es abundante— sino que desaparecen por completo aspectos fundamentales de la comunicación como lo son todos los no verbales. El tono de la voz, la mirada, el tacto, la gestualidad dicen más que las palabras y permiten al receptor entender lo que estas no dicen… o dicen mintiendo.
Las redes sociales permiten e incentivan el exhibicionismo y el voyeurismo: se exponen aspectos de la vida privada —en algunos casos lo más privado— y se permite a muchos ser espectador de ellos. Si hasta hace poco los chicos bajaban de Internet música y películas ahora suben fotos y vídeos.
Muchos de los padres que regulamos los horarios para ver televisión y no permitimos un aparato en la habitación de nuestros hijos, hemos puesto pocas trabas al uso de la computadora. Claro que podemos argumentar que es de gran utilidad para las tareas escolares —y es cierto— pero ¿cuánto tiempo dedican los jóvenes a investigar sobre temas relacionados con los estudios? ¿Saben acaso cómo buscar y discernir? Está claro que en Internet hay demasiada información y no toda es veraz. Si no se puede creer en todo lo que dicen los periódicos, menos en la mayoría de lo que flota en Internet.
Pero poco navegan los adolescentes en comparación al mucho tiempo que les dedican a las relaciones sociales. Tanto que todas las madres deberían ingresar a ellas para enterarse de la vida de ese hijo que vive encerrado en la habitación contigua. ¡Yo he llegado a chatear con Valeria mi hija menor estando en la misma casa!
Es bien sabido que muchos, muchísimos adultos se relacionan por medio de Facebook. Yo sigo prefiriendo conversar con mis amigos personalmente utilizando todos los signos no verbales posibles. No quiero ser como una conocida que pasa todo el tiempo en las redes sociales a ver si acaso logra conseguir —aunque sea— un amigo.

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