Las víctimas anónimas
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 23 noviembre, 2015

El destino los eligió: podían haber sido otros
Las víctimas anónimas
Patricia, Elsa y Felipe, chilenos; Michelli, Juan Alberto y Manuel, españoles; Nick de Gran Bretaña; el congolés Ludovic; los portugueses Manuel y Précilia y los belgas Milko y Elif; Didine, argelina; las hermanas tunecinas Halima y Houda; Michelle, mexicana y Mohamed de Marruecos son algunas de las víctimas no francesas que murieron en los atroces atentados del fatídico 13/11.
Sabemos sus nombres, podemos ver sus fotos; cada uno de ellos tiene una historia. Feliz. Después de todo era viernes en la noche en París. El fútbol, el rock, el vino y la comida estaban ahí, acompañándolos en sus celebraciones.
El destino los eligió: podían haber sido otros. Los que no consiguieron entradas para el concierto o los que escogieron otros restaurantes para cenar esa noche se salvaron.
¡Tantos sueños truncados! Y uno, observando las fotografías de los momentos alegres que las víctimas habían subido a Facebook y conociendo la serie de pequeñas decisiones que los llevaron a la muerte, comprende lo ineludible del destino.
A los fanáticos del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS por sus siglas en inglés) poco y nada les importa la vida de nadie: ni siquiera la de ellos mismos. Su lucha no es religiosa, ideológica o geográfica: es, simplemente, anárquica. No son pocos los europeos que engrosan sus filas. No es la primera vez que grupos extremistas de ese continente siembran la muerte. Recordemos la Fracción del Ejército Rojo en Alemania, las Brigadas Rojas en Italia, la ETA en España.
Observemos también otro aspecto del terror, del terrorismo, de la guerra. Otro lugar. Siria. País de gran importancia económica por sus reservas de gas y petróleo. Sus ciudadanos han sufrido los ataques del ISIS, una dictadura familiar de más de 40 años, los bombardeos de Rusia (aliada del presidente Al-Asad hijo), los de Turquía (apoyando las políticas norteamericanas), los de Estados Unidos y los de Francia. Las ciudades de Alepo, Havar, Homs, Kobane, Duma, incluso Damasco, que tiene más de 4.500 años de existencia, han sido destruidas.
No conozco esos lugares. Ignoro su historia. Pero hay algo peor. Nunca sabré nada de los cientos de miles de civiles que vivían en esas ciudades y murieron desde el inicio de los bombardeos en 2011.
Tenían nombres, edades, tal vez alguna fotografía. Tendrían sueños, deseos, afectos. Alguien los lloró o los llora aún: un esposo, una hija, un abuelo, una madre. Ni ustedes ni yo conoceremos nada de ellos. No estaban en un concierto, un partido, un restaurante. Estuvieron, siempre, tratando de salvarse de la guerra. Más de 3 millones de sirios huyeron de su país. De la muerte.
Luego del terror que sembró el ISIS en París, el presidente de Francia decidió el domingo 15 bombardear nuevamente Siria. Esta vez su objetivo fue Al Raqa, la “capital” del ISIS. Y aunque los servicios de inteligencia franceses determinaron que en Bruselas está el semillero de los yidahistas europeos, a Hollande no se le ha ocurrido atacar Bélgica. Eso no se puede.
Claudia Barrionuevo
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