Legítimo orgullo
Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 19 mayo, 2010
Legítimo orgullo
Christiana Figueres Olsen es paradójicamente una de las más prestigiosas figuras internacionales que tenemos y al mismo tiempo, prácticamente una desconocida ciudadana en su propio país, como aquel refrán que dice que nadie es profeta en su tierra. Claro que su apellido no la hace pasar inadvertida entre nosotros. Hija del caudillo que marcó el curso de nuestra historia en la segunda parte del siglo pasado e integrante, por tanto, de una de nuestras familias políticas más emblemáticas.
Aunque con generosidad ella ha dicho que el prestigio-país en la protección ambiental le ayudó en su designación, lo cierto es que con certeza fue el peso de su carrera de los últimos 15 años y la forma solvente en que presentó sus propuestas como candidata, lo que le habrían asegurado que el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Kin Moon, la eligiera esta semana como la nueva secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones sobre Cambio Climático, un cargo que el holandés Yvo de Boer dejó tras no haber podido promover los acuerdos necesarios para paliar los efectos del cambio climático en la pasada Cumbre de Copenhague.
Christiana Figueres brilla con luz propia en el desempeño de un altísimo, honroso pero muy complejo cargo mundial. Tiene ante sí el inmenso desafío de liderar contra el reloj un proceso de recuperación de credibilidad y confianza como ella misma ha dicho para intentar llegar a la próxima cita planetaria de Cancún en escasos seis meses con condiciones que posibiliten definir la nueva agenda medioambiental que sustituya el obsoleto Protocolo de Kioto.
Me produce un enorme orgullo esta designación. Junto con mujeres de la talla de doña Elizabeth Odio Benito, jueza de la Corte Penal Internacional de Justicia de La Haya (siempre deberemos agradecerle a Panamá la nominación que le negó en su día el gobierno Pacheco de la Espriella); de doña Rebeca Grynspan, hoy subsecretaria general y administradora auxiliar del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y, por supuesto, de la propia Presidenta de la República, hoy marcamos derroteros. Nos proyectamos como un país que nos brinda oportunidades de educación, respeta nuestros derechos y potencia nuestras capacidades.
Nos faltan por supuesto muchas batallas que librar. La pobreza también aquí tiene rostro femenino. Y nos aqueja la violencia de género y tenemos que seguir derribando otros muros y abriendo muchas mentes respecto de nuestros plenos derechos. Pero cada vez que una mujer brilla con luz propia, se convierte en faro guía para continuar la tarea hasta consolidarnos como la sociedad democrática madura a la que aspiramos para nuestras hijas, nietas y futuras generaciones.
Vilma Ibarra
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