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Libertad y valores sociales

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 15 enero, 2018


Libertad y valores sociales

Desde joven soy amante de la libertad, y sí, también desde esa época considero que la libertad es una, y no se puede dividir.

Tuve la bendición de nacer en una familia católica, y trato de ser congruente con los valores surgidos del amor que es el eje central de mi vivencia religiosa.

Algunas personas de buena fe consideran que hay una contradicción entre estar convencido de la importancia de la libertad para que se pueda realizar cada persona construyendo su propia vida y para que la evolución social sea fructífera, y al apego a las normas católicas de comportamiento social.

No creo que tal contradicción se dé.

La libertad personal se da en sociedad. Las personas somos seres sociales, vivimos en comunidad, lo que obliga a que mi libertad esté naturalmente limitada por el respeto que debo a la libertad de los demás. De aquí que la libertad se da dentro de la ley, que restringe mis acciones para respetar el derecho ajeno. Claro que esto exige un equilibrio, pues se perdería la libertad si se pretendiera determinar por la ley el contenido de mis acciones. Por eso las reglas generales de conducta justa son principalmente negativas, para impedir que mis acciones coaccionen a los demás.

Dentro de esas reglas la fundamental es el respeto a la vida. Nadie tiene el derecho de disponer de la vida ajena. Por eso no puede ser contrario al deseo de la vida social en libertad, el compromiso de la defensa de la vida y por ende la oposición al aborto.

La sociedad solo puede continuar si la vida se reproduce. La familia es la institución en la cual se propaga la especie y los padres son los prioritariamente responsables de la educación, el cuido y la formación de los hijos. Por eso se protege el matrimonio, y como esta institución surge por el matrimonio, este está reservado a la pareja de hombre y mujer.

Claro que lo anterior no implica ni que se deba obligar a nadie al matrimonio, ni que se les deba quitar a las personas su derecho a tener diferentes preferencias sexuales y a formar sociedades de convivencia, para determinar derechos patrimoniales y a prestaciones sociales.

La resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos a la opinión consultiva planteada por el Gobierno de Costa Rica, en mi criterio, se extralimita al expresar que la protección de los derechos patrimoniales y los servicios sociales a parejas no constituidas por hombre y mujer se debe otorgar mediante la figura del matrimonio. En esto se aparta de otras instancias internacionales muy respetables de defensa de los derechos humanos, como la Corte Europea. Pero estamos obligados a su acatamiento por nuestros compromisos internacionales, y además por el interés nacional en fortalecer el derecho interamericano que es clave para la protección de nuestra soberanía y para la defensa de los legítimos derechos humanos.

Los católicos tenemos todo el derecho de defender el sacramento del matrimonio como una institución exclusiva de la pareja de un hombre y una mujer y a promover por los cauces legítimos una reversión de este aspecto de esa opinión consultiva. Igualmente a procurar que no se den en el futuro este tipo de actuaciones de la Corte Interamericana que puedan llevar a querer imponer el derecho a matar los bebés no nacidos. También tenemos derecho a procurar la reforma al artículo 52 de la Constitución para que establezca: “El matrimonio es la relación de convivencia entre un hombre y una mujer que es base esencial de la familia y descansa en la igualdad de derechos de los cónyuges”.

La obligación y el derecho preferentes de los padres a la educación, cuido y formación de los hijos determinan que no es el Estado ni ninguna persona ajena a ellos, quien pueda imponer los valores a trasmitir. Esto terminaría con la libertad, incluida la libertad de credos.

Defender estas normas de conducta en sociedad en nada atenta contra la libertad dentro de la ley. Ni en nada discrimina.

Por el contrario, defender la vida, la familia y los valores culturales del cristianismo es fundamental para no convertir a las personas en meros objetos para alcanzar alguna meta social.

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