Los 100 días
Arturo Jofré [email protected] | Viernes 16 enero, 2009
Los 100 días
Los primeros cien días es uno de los parámetros más importantes para medir a un nuevo presidente en Estados Unidos. En América Latina hemos tratado de seguir esta acertada costumbre, pero ha sido una simple imitación, sin la fuerza, ni el contenido, ni el compromiso que lleva implícita una acción como esta. A pocos días de asumir el flamante presidente Obama, estos 100 días se presentan como un doble desafío, ya que se debe enfrentar a la peor crisis que atraviesa su país, con secuelas en todo el globo. Vaya que desafío. Tras Obama está la esperanza de un pueblo y en alguna forma la de todos los pueblos del mundo.
La historia de los cien días está muy ligada al estilo de cada presidente. Para respaldar este análisis he recurrido al profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de Harvard, David Gergen, quien al concluir su tarea de consejero muy cercano de cuatro presidentes (de Nixon a Clinton), ha entregado su experiencia de manera muy objetiva, sólida y amena en su libro Eyewitness to Power.
Si hay algo que ha dado grandes beneficios a la gestión de varios presidentes es que han inspirado en la gente confianza en el futuro de su país. El optimismo es contagioso, es una fuerza que por sí misma impulsa la gestión, genera un ánimo colectivo que está dispuesto a empujar y, lo más importante, la gente está dispuesta a aceptar caídas y errores. Churchill decía que él era optimista porque no se ganaba nada con no serlo.
Teddy Roosevelt y el presidente Wilson usaron esta fuerza, al igual que Franklin D. Roosevelt, Kennedy y Reagan. Este último era un gran admirador de F.D. Roosevelt y, aunque siguió su estilo, olvidó la sustancia. Ahora Obama ha inspirado no solo a su pueblo, sino a todos los pueblos del mundo.
Otro factor clave en los primeros 100 días ha sido la capacidad del presidente electo para seleccionar, antes de asumir el cargo, a la gente de su gabinete y de otras posiciones relevantes. Los mejores presidentes se han rodeado de excelentes colaboradores. Si falla en esa selección, el camino se hará complicado desde el inicio. Clinton, por ejemplo, falló en los plazos. Gergen dice que esa transición ha sido una de las peores de los tiempos modernos, indicando que dos meses después de ser electo todavía andaba celebrando su triunfo.
Otro factor ha sido la capacidad del presidente para focalizarse en pocas propuestas de alta relevancia y no abrumar al Congreso con una infinidad de iniciativas. A esto hay que unir la capacidad para negociar con el Congreso, donde los puentes deben ser construidos por el nuevo gobierno.
El impulso inicial —como lo saben los nadadores— es clave. Gergen agrega que en la mayoría de las instituciones el poder de un líder va desarrollándose con el tiempo, pero en la presidencia es lo opuesto: el poder tiende a evaporarse rápidamente. Por eso moverse con rapidez y solidez es tan importante. Como nunca esta vez todo el mundo espera el éxito del nuevo presidente y los 100 primeros días serán fundamentales.
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