Los invisibles
Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 03 agosto, 2009
Los invisibles
En la India la sociedad está dividida en cinco castas o clases sociales. Según las leyes de Manu —un texto importante de la ley hindú— los seres humanos fueron creados a partir de las diferentes partes del cuerpo de una divinidad llamada Brahma. De la boca salió la clase más alta, los brahmanes; de los hombros los chatrías que son el grupo político-militar; quienes se dedican al comercio, los vaishias surgieron de las caderas y de los pies los esclavos, shudras.
Una última casta no nació del dios: los dalits, los intocables. Estos estaban obligados de por vida —igual que sus padres y sus hijos— a realizar las tareas más desagradables. Aunque a mediados del siglo pasado se abolió la palabra “intocable”, los dalits siguen siendo discriminados sobre todo en las zonas rurales. La situación de estos ciudadanos indios —más de 160 millones— es muy similar a la del apartheid. De más está decir que son los más pobres de los pobres.
Afortunadamente en nuestro país el sistema inamovible de castas no existe; las clases sociales sí. Y a pesar de no haber una discriminación explícita contra los más pobres, la sociedad costarricense es cada vez menos solidaria y más clasista.
La situación de nuestros miserables no resulta tan diferente de la de los dalits: sus posibilidades de encontrar trabajos decentes es casi nula, carecen de agua corriente, pueden ser echados de muchos lugares que se “reservan el derecho de admisión”, no tienen las mismas posibilidades de estudio y alimentación por lo tanto difícilmente pueden acceder a una clase superior.
Están por todas partes pero no los vemos, no queremos verlos. Por dolor ante la impotencia de ayudar o por rechazo a la miseria, los niños de la calle, los adolescentes que duermen en las aceras de San José, los indigentes que piden plata, los crackeros, los loquitos, los que están sucios y enfermos se han vuelto invisibles.
Por supuesto que esta situación no es propia de Costa Rica; todos los países en mayor o menor medida tienen sus pobres y sus métodos para invisibilizarlos.
En abril de este año algunos habitantes de San Isidro, uno de los barrios más ricos de Buenos Aires se propusieron levantar una pared de un kilómetro y medio para separarse de San Fernando, el barrio contiguo donde viven los pobres. Con la excusa de combatir la inseguridad de la zona, el alcalde aprobó la construcción del bien llamado “muro de la vergüenza”. Ante las protestas de los vecinos que pretendían invisibilizar y la oposición del Gobierno el muro no se hizo. Pero se pensó.
Posiblemente —al igual que sucede en nuestro país— los barrios pobres proveen de empleadas, jardineros, niñeras y guardas a los barrios ricos.
La sociedad costarricense alguna vez fue más solidaria; pensó en los más desposeídos, se preocupó de verdad por la salud, por la educación, por la vivienda, en fin los veía e intentaba mejorar su situación. Ahora se hace lo contrario, se intenta no verlos. Lo que no se ve no existe.
No nos sintamos alejados del sistema de castas de la India, sus “intocables” son nuestros “invisibles”.
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