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COLUMNISTAS


¡Los partidos cristianos están para quedarse!

Emilio Bruce [email protected] | Viernes 28 junio, 2019


Sinceramente


Luego de la independencia de España, la democracia fue limitada y la influencia de la Iglesia Católica enorme. La Iglesia Católica se opuso a la independencia de manera sutil y la primera guerra civil que tuvo el país se debió a que un sacerdote sacó una carta que le había enviado la Santa Virgen María señalándole que no estaba de acuerdo con la independencia. En las batallas entre Cartago y San José la imagen de la Virgen encabezó a las tropas realistas y a los conservadores eventualmente. Derrotados, la imagen fue confiscada y traída a San José, luego devuelta.

Pasaron años en los que la Iglesia Católica y sus decisiones eran vitales para el accionar de gobierno y sociedad. En los procesos electorales, en decisiones administrativas, en la organización de la educación, la Iglesia era siempre un actor protagonista, y el obispo primero y el arzobispo después persona que debía dar su opinión y claro está consentimiento. La población mayormente católica escuchaba en los púlpitos los argumentos de los párrocos, la lectura de cartas pastorales de obispos y eran presionados a creer y persuadidos a aceptar la opinión de la Iglesia. Un actor político que nunca había sido electo era factor decisivo en las decisiones de quienes sí lo habían sido y eran administradores unos y otros depositarios de la soberanía del pueblo.

Don Tomás Guardia, don Próspero Fernández y don Bernardo Soto instauraron una profunda reforma para separar la Iglesia de la operación del país y del gobierno del mismo. El enfrentamiento fue tan fuerte que se expulsó a los jesuitas. El último resabio de la época colonial fue el artículo constitucional que declara a la religión católica la religión de estado, aún vigente.

Toda esta magna lucha se complementó con las leyes electorales que impedían hacer propaganda política usando a Dios y a los púlpitos. Todo esto funcionó relativamente bien con sus excepciones. Cuando don Luis Guillermo Solís propuso a don Melvin Jiménez como Ministro de la Presidencia siendo el primer obispo consagrado de una iglesia luterana que se había fundado aparte de la Iglesia Luterana tradicional, la Sala IV señaló que aunque era un obispo consagrado era seglar para efectos legales ya que clérigos eran en Costa Rica solo los católicos. Esto abrió la puerta amplia para que los pastores neo pentecostales participaran, sus púlpitos fueran utilizados políticamente y la reforma liberal fuera abolida de un plumazo excepto para los clérigos católicos. La diferencia de tratamiento legal en asuntos políticos para las diferentes denominaciones genera una discriminación insostenible.

El ingreso a la política de las denominaciones religiosas consideradas seglares por la Sala IV ha generado situaciones extremas ya que han surgido a la discusión pública apasionada asuntos que, aunque importantes no son trascendentales para Costa Rica. Estos asuntos han sido usados como distractores sociales y a su vez como faros encandiladores del electorado principalmente en esta última elección.

La controversia surgida de las declaraciones de un pastor neo pentecostal respecto de la Santa Virgen María desembocó en la elección de quien era el adversario de un salmista neo pentecostal, sin examinar proyecto país, cualidades personales o capacidades, equipo de gobierno o trayectoria. El electorado votó por la Santa Virgen y por quien no la estaba atacando. La Santa Virgen María como en el inicio de la república fue la gran electora. El pastor fue el gran elector del adversario de su hijo intelectual, de quien había actuado como mentor. Religión y religión mezcladas en la política del país.

Ahora las diferencias surgidas dentro del Partido Restauración Nacional han dado pie a la creación de Nueva República, otra agrupación neo pentecostal. Más aún la iglesia La Luz del Mundo ha penetrado al Partido Unidad Social Cristiana y alguno de sus diputados defiende por periódico a su líder espiritual acusado de diferentes delitos en los Estados Unidos.

En todo esto surge una contradicción formidable. Grupos importantes piden el establecimiento del estado laico, pero el estado laico sacaría de juego a los neo pentecostales y les prohibiría muchas cosas que hoy disfrutan debido al fallo de la Sala IV sobre el obispo Luterano presuntamente seglar. El estado laico es percibido como sacar a la Iglesia Católica del “poder político” y no sabemos cuál es ese poder ya que ni la constitución política de Costa Rica ni las leyes contemplan poder político alguno para los religiosos católicos. Pero el estado laico también es asimilar a los clérigos de las iglesias no católicas con quienes son clérigos católicos y allanar las reglas de este juego político.

¿Desea Costa Rica retroceder en las reformas liberales del siglo XIX? ¿Desea Costa Rica ver involucradas a las iglesias en la política y en consecuencia a los católicos compitiendo con sus propios partidos con las otras denominaciones supuestamente cristianas? ¿Desea el costarricense volver a tener a Dios, al dogma, a los pecados y a la vida eterna en la palestra política, los debates electorales y las discusiones bíblicas en la Asamblea Legislativa? ¿Queremos apuntar a una teocracia como la de los ayatolas iraníes? Yo no lo deseo ni apunto hacia ello.

Lo cierto es que si los partidos tradicionales no han logrado medir lo fuera de foco que se encuentran respecto de candidatos y lo que no deben de representar, los partidos políticos ahora adicionalmente serán agrupaciones para desarrollar guerras religiosas y dogmáticas al calor de sus proponentes. Otra vez la reforma y contra reforma, con sus luchas y discusiones de los tiempos de Carlos V y Martin Lutero.

Serios problemas enfrentará Cosa Rica, pues los mayores problemas de hacienda, déficit fiscal, infraestructura, derechos humanos, educación, seguridad, empleo y reactivación de la economía no son del foco o de la competencia de las religiones. Nunca fueron esos temas de carácter secular del dominio del dogma. Y lo que es peor, las diferencias entre las iglesias resurgirán y también en lo de sus prédicas e interpretaciones así como en su discurso político, pero ahora sí en Asamblea Legislativa y Consejos Municipales.

Mi perspectiva es que los asuntos de iglesia se resuelven en la iglesia. El estado laico es fundamental y eso no es construir un estado ateo. Los derechos y prerrogativas del clero deben de ser parejos a todos los clérigos, no importa su credo o denominación. La política y el gobierno deben eso sí estar tajantemente separados de los asuntos religiosos y la gran reforma liberal del siglo XIX debe de fortalecerse y nunca debilitarse como lo hizo la Sala IV en su malhadado fallo.

Costa Rica debe de entender que las vías de política, ideología, organización de la comunidad y gobierno no pueden estar sujetos a la fe, a la biblia, al púlpito, a las asambleas de dios, a la interpretación de dos mil quinientos pastores cuyas opiniones no son necesariamente coincidentes y a rabinos, imanes, obispos, curas católicos y predicadores librepensadores y de pensadores e influenciadores ateos.

Terminemos la gran reforma liberal del siglo XIX. Nivelemos el campo para todos los credos. Hagamos el estado laico y firmemos un concordato pronto. El país lo demanda. La racionalidad lo demanda. El progreso lo exige.




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