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Mea culpa

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 14 julio, 2010



Hablando Claro
Mea culpa

Si el propósito de la vida es ser felices, me pregunto: ¿cuánto estamos contribuyendo nosotros como padres y madres para ayudar a nuestros hijos a transitar las intrincadas vías del crecimiento, la superación personal y el desarrollo de sus capacidades, para que puedan alcanzar la plenitud de sus propias existencias?
La pregunta pesa. Nos hace, en primer lugar, volver a vernos en el espejo de nuestras vidas. No se trata por supuesto de aparecer como modelos intachables; algo por demás tan inalcanzable como la perfección misma. Se trata de cómo nos mostramos en el día a día ante ellos conduciendo y sorteando las dificultades propias de una vida agitada marcada por modelos que exigen tener por encima de ser. Aparentar, más que proyectarse desde adentro. Se trata de cómo nos levantamos también ante los desafíos y particularmente ante las adversidades. Se trata de cómo superamos las pruebas más duras: esas que exigen capacidades que muchas veces no tenemos para resolver los conflictos, para dirimir las diferencias, para respetar al otro y finalmente para perdonar los agravios recibidos y perdonarnos a nosotros mismos por los errores y las malas decisiones. Se trata de cómo erradicar la descalificación, el insulto y la soberbia de nuestras expresiones habituales. De cómo les estamos mostrando y transmitiendo cotidianamente en el hacer que no en el decir qué es lo correcto, lo honorable, lo decente. Lo verdaderamente importante.
Pienso en voz alta y trato de ser honesta conmigo misma. Y en el obligado balance del debe y el haber, tengo que reconocer que apenas paso con nota aceptable las tareas de la gestión más grande que la vida me encomendó: ser madre. He errado por falta de capacidad. Por egoísmo y miopía. Sí, muchas veces. Pero también por temor. Temor a la reprobación, por temor al cansancio desgastante de la agenda siempre absorbente y la sumisa esclavitud del reloj. Claro que una puede detectar muchos atenuantes para explicar su bajo desempeño y por supuesto, también encuentra en el balance muchos éxitos de coraje y fortaleza de las pequeñas grandes luchas cotidianas. No se trata de inmolarse.
El punto es si efectivamente estamos cumpliendo lo mejor que podemos como padres y madres o si estamos apenas conformándonos con sacar promedio en la tarea para mostrar en el cuadro de notas de nuestra vida que aprobamos con la media o poco menos.
¿No será que muchos de nosotros abandonamos independientemente de las justificaciones el reto de aprobar con excelencia y honores la responsabilidad y el desafío de ser padres y madres?

Vilma Ibarra

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