Mis influencias religiosas y el portal de mi abuelita Carmen
Vladimir de la Cruz [email protected] | Miércoles 20 diciembre, 2023
Mi directa familia materna, mi madre Zayda, mi abuelita Ofelia, Ita, mis tías, que yo recuerde nunca hicieron para Navidad un portal. Posiblemente esto se debía al peso importante que tenía mi abuelita. Nacida en 1900 y educada en una tradición liberal por influencia de su padre, Rafael, que fue masón, de finales del siglo XIX, cuando la Iglesia Católica enfrentaba duramente a la masonería y a los masones.
Me parece que de los hijos e hijas del abuelito Rafael ella era la más afín en esas inquietudes. Su vida la llevó a la Teosofía y al Rosacrucismo. Algo de esto tenía también mi tía abuela Angela. De niño me mandó a hacer un estudio, que conservo, con un astrólogo extranjero, que visitaba el país, a quien solo se le daban los datos de mi nacimiento.
Por la Teosofía, Ita, tuvo una marcada creencia en Dios, en su aspecto místico; en la búsqueda del conocimiento del universo, en la conexión con un ser superior. Helena Petrovna Blavatsky era una de sus fuentes literarias y de lectura obligatoria. Junto a sus libros estaban los de Camille Flammarion, uno de ellos en una publicación preciosa, sobre el Universo, en una de sus ediciones populares, pero de lujo. Flammarion, astrónomo, también vinculado a estas corrientes filosóficas.
De adolescente, Ita me ponía a leerle, generalmente después de almuerzo, los libros de la Blavatsky. Quizá quería influirme por esa lectura en esa corriente filosófica, que de joven no era la mía. Yo me orientaba en esos días en el estudio de la filosofía materialista. Pero, me encantaba leerle lo que ella quisiera. La acompañé en ocasiones a sus prácticas rosacruces en el Barrio La Cruz, una vez encapuchada como si fuera un miembro del Ku Kux Klan.
Madame Blavatsky era cultivada por mi abuelita. Hacía caso omiso a quienes la criticaban. Por la Blavatsky buscaba la revelación del Cosmos, del Universo y lo divino que del Universo somos. En cierta forma, la transmigración de las almas, el viaje del Espíritu en sus diversas formas de vida, mientras dura su vida hasta su retiro sin cambio alguno.
Por Flammarion leía y estudiaba el Universo, la Astronomía, uno de sus libros, y la Historia del Cielo, otro de sus libros. Flammarion también se vinculó a las corrientes espiritistas de la época, especialmente a la que dirigía Allan Kardec.
Ita, así como creía en Dios, creía en Cristo. Con pasión. Creía en una vida trascendente. Ante su muerte dispuso en su testamento que nadie debía llorar. En su vela debía haber música alegre, porque ella creía en una vida superior, y que la sala de velación fuera cerrada de 6 p.m a 6 a.m. Esto se le cumplió. Otra, fue no llevarla en carruaje con caballos, que todavía se podían usar.
El testamento de mi abuelita Ofelia fue provocado por mi tío Renán, que un día, en un almuerzo se le ocurrió preguntarle en cuál Iglesia le gustaría que le hicieran sus oficios religiosos, cuando muriera. Se enojó. Dijo que ellos, sus hijos y familia sabían que no quería ese tipo de oficios. Mi tío insistió: “¿qué van a pensar las personas? Ella respondió, que no le importaba lo que la gente pensara, que ella creía en Dios y en Cristo, y en una vida superior; que eso era lo suficiente.
Unos días después tomó la decisión de hacer su Testamento, disponiendo sobre su entierro, porque no tenía bienes que repartir. Acudió a Jaime Cerdas Mora, abogado, que ella conocía, a principios de los 70s, con quien yo hacía prácticas jurídicas, cuando estudiaba Derecho en la Universidad.
Preocupada de su entierro dispuso que su nieto Vladimir de la Cruz de Lemos, fuera el administrador del mismo cuando ese momento llegara. Mi tío Renán se enojó conmigo varias semanas. Lo que único que le dije fue que si él no hubiera dicho nada, en aquel almuerzo, él hubiera dispuesto como hubiera querido de las honras fúnebres de mi abuela, su madre. Testigo del Testamento, Anabelle Picado, entonces mi novia, luego mi esposa.
Ita fue discípula del gran pintor Tomás Povedano, también teósofo. Eso la hizo pintar sin haberse podido desarrollar por la estrechez económica de la familia. Una de sus Obras, era un Cristo, bajando de una barca, rodeado de apóstoles y personas. Un cuadro realmente bonito. Mi hija Yalena, que no tuvo de niña una influencia religiosa marcada, un día, cuando tenía alrededor de los seis años, frente a ese cuadro, mi abuelita le preguntó: “¿Sabes quién es?”, a lo que respondió de inmediato: “Sí, Cristóbal Colón”.
Nunca indagué ni quise preguntarle a mi abuelita su aversión a los curas o sacerdotes, y a la Iglesia como Institución. Podía imaginármela.
En la tradición de la familia materna De Lemos, vi a mi tío abuelo Carlos de Lemos, Chale, realizar actos solidarios especiales. Ellos, él y el bisabuelo Adolfo, vivían en la avenida San Martín a 100 metros al este de la Iglesia de “Las animas”. Por allí, al frente de la casa, pasan todos los entierros dirigidos al Cementero General y al Cementerio Obrero, pasando hacia la Capilla. Mi tío Chale, se paraba en la puerta a ver los desfiles. Cuando iba un entierro de pobre, con pocos dolientes detrás del carro fúnebre o del féretro que era llevado en hombros, Chale se sumaba como parte del cortejo, de la procesión que acompañaba el difunto. Una vez le pregunté por qué hacía eso. Me respondió que le daba lástima ver un entierro con pocas personas. Era un acto de solidaridad religiosa extraño pero hermoso.
En el otro lado de mi familia, la paterna, la De la Cruz, la tradición religiosa, católica, apostólica, romana era muy fuerte. Muy sólida. Rigurosa. De agradecer los alimentos que se comían con una entrada religiosa. De misas y confesiones. Un querido primo se hizo Hermano de La Salle.
De esa parte de mi familia fue mi bautizo en la Iglesia del Carmen. Allí quedé inscrito para toda la vida en el catolicismo y en el cristianismo. El bautizo es como un sello indeleble en la persona que lo recibe, es el fundamento de toda la vida cristiana. Es como el sello de la nacionalidad que se adquiere por paternidad, maternidad o nacimiento. Es el acto por el cual se transita hacia los otros sacramentos.
Por mi familia materna no se acostumbraba ir a prácticas religiosas. Por mi familia paterna era invitado a ir a misa los domingos, como se acostumbraba, con rigurosidad y disciplina. No recuerdo con exactitud cuando empecé a ir a misa. Lo que sí recuerdo era que como a los once años, cuando visitaba a mi abuelita Carmen, en la Pensión que estaba por el Parque Morazán, encima, en el segundo piso de la Clínica Figueres, que asocio a mis idas a misa.
En esa época se podía caminar con bastante seguridad por las calles de San José. Yo ya vivía en el Barrio Luján. Mi gran amigo de lecturas, de aventuras de barrio, y caminatas por la ciudad, que empezábamos a descubrir, era Jorge Zavaleta, mi vecino, cuya familia nos alquilaba casa, un segundo piso encima de ellos.
Los domingos, por invitación de mi abuelita Carmen, podía llegar a almorzar, especialmente después de Misa. Me preparaba para la Misa. Iba con Jorge a la Catedral. Y de allí nos trasladábamos a la Pensión de la Cruz. Me daba el lujo de llevar un invitado, que era como llevarlo convidado a comer a un Restaurante, que nunca me lo negaron ni me dijeron que no lo llevara. Ambos llegábamos después de la misa, lo que cumplíamos férreamente. Después del almuerzo, de nuevo a la casa. A veces yo, con un ligero premio económico, unas monedas que alcanzaban para ir al cine… en esos días los cines de mi localidad, el Lux, el Ideal, ambos en los alrededores de la Plaza Víquez, o el cine Zayda casi a la par de la Soda La Nave; o un poquito más al norte, el cine Reforma, que había sido la antigua Pila Volio. La Pila Volio la conocí. La piscina estaba donde después fue el escenario del cine. Allí iba porque iban amigos del barrio. Era un lugar agradable.
Cuando iba a entrar a primer año de colegio, mi tía Matilde, mi madrina, me ofreció pagar el Colegio Saint Francis. Era una gran oportunidad de estudios y de idioma.
Clases de inglés yo había recibido con la prima de mi abuelita Ofelia, Corina Rodríguez, personaje famoso y de muchas aventuras y anécdotas en la familia materna. Me las daba en su casa, cuando yo iniciaba la escuela. Recuerdo que me llevaban cerca del Colegio de Señoritas. No fue por mucho tiempo pero allí inicié el aprendizaje del inglés. Después lo seguí con un señor que había vivido mucho tiempo en Estados Unidos. También por poco tiempo, igualmente, cerca del Colegio de Señoritas.
Para entrar al Saint Francis tuve que hacer unos estudios preparatorios de inglés. Colegio religioso de la orden franciscana. Parte de la preparación de entrada al Saint Francis fue hacer la Primera Comunión. Yo era un “mamulón”, de 11-12, años lo que era inusual que a esas edades no la hubiera hecho. Junto a la Primera Comunión había un premio de mi Madrina, no solo el pago del colegio, sino también un traje, que no tenía.
Matilde, mi tía, siempre estuvo cercana a mis necesidades en este sentido. Era, igualmente, preocupada de mis relaciones sociales especialmente las que podían proyectarme hacia el futuro.
¿Dónde hacer la Primera Comunión? La propuesta fue irme a pasar unas semanas de vacaciones a la Villa Quesada. Todavía se le decía Villa lo que hoy es Ciudad Quesada, en San Carlos. Allá vivía mi tío Gilberto de la Cruz, casado con Elba Malavassi Vargas. Año a año, con alguna frecuencia iba a pasar vacaciones a la Villa. Esa práctica vacacional la mantuve, y me la soportaron los tíos, hasta los inicios de la década de 1960.
Los sucesos de 1955, de la invasión del calderonismo, desde Nicaragua, contra el gobierno de Figueres, me tocaron en esos días. Allí venía de invasor mi tío Renán. En la Villa pasó un avión ametrallando.
Mis tíos Gilberto y Elba farmacéuticos, habían tomado la decisión, después de la guerra civil de 1948, de irse a San Carlos. Gilberto había militado en el calderocomunismo de esos años. Era republicano españolista, antifranquista, anti nazifascista. Las canciones de la República las pasaba entonando y así me las enseñó. Allá también fueron mis tíos Enrique y Antonio, como estudiantes o profesionales a hacer prácticas, y uno de los familiares de mi tía Elba, de apellido Carboni. A veces coincidíamos varios. No sé ni recuerdo cómo hacían Gilberto y Elba, pero todos la pasábamos muy bien, y llenos de relatos, porque Gilberto era historia viva en ese cantón, con sus amigos, con las historias, algunas muy exageradas, que narraban en reuniones callejeras hasta altas horas de la noche, rodeados de fuertes neblinas.
De la Villa, y de Gilberto, tengo enormes y ricas experiencias y vivencias, que narraré en otra ocasión. Allí senté las bases de relación con mis primos De la Cruz Malavassi, especialmente con Sonia, unos tres o cuatro años menor que yo. Eramos un par, una pareja, una yunta en muchos sentidos. Mi gran compañía en esos días de Ciudad Quesada. Todavía seguimos siendo grandes amigos, estrechos primos, y compartimos muchas vivencias y compromisos sociales, no solo del pasado sino del momento actual. Ella siempre sumamente inquieta intelectualmente. Todos mis primos, Gilberto, Elba y Martín lo han sido. Salen así por los dos apellidos que llevan. Francos, directos, defensores de la Verdad, en la que creen; honestos, honrados, sumamente trabajadores, exitosos en sus profesiones, buenas personas, queridos y apreciados primos.
En el año 1958, en enero y febrero me preparé, para la Primera Comunión, y con ella la Confirmación. Así reafirmé mis votos en el cristianismo católico, me gané el traje y empecé en el Saint Francis. Tres años de colegio católico. Con misa obligada, en la Iglesia del Colegio, según el nivel educativo, los lunes, el primer año; los martes el segundo y los miércoles el tercero. Aparte de la misa de los domingos que le cumplía, ya no tan seguido, a mi abuelita Carmen.
Mis preocupaciones se orientaban al deporte de la natación y al inicio de mi compromiso político en la juventud comunista, llamada entonces, socialista, vinculado a la lucha victoriosa de Fidel Castro en esos años, en la Sociedad de Amigos de la Revolución Cubana, SARC, desde 1958.
A finales de la década de 1950 e inicios de la década de 1960 aparecí fuertemente asmático. Mi madre, trabajaba en la Sección Salud de la Universidad. Allí estaba el Dr. Otto Jiménez Quirós, a quien se le ocurrió tratarme con rayos ultravioleta. Lo hizo en el antiguo Paraninfo universitario, en el Barrio González Lahmann, donde quedaban parte de esas oficinas y allí estaba el aparato de los rayos ultravioleta. También allí estaba la oficina de la recién creada, en 1958, Federación de Estudiantes de la Universidad de Costa Rica. La universidad se acaba de pasar a San Pedro, pero permanecieron aún esas oficinas. Ahí me trataron con rayos ultravioleta aconsejando el Dr. Jiménez que debía practicar la natación.
Empecé a nadar en la Academia de Alfredo Cruz Bolaños, en Lourdes de Montes de Oca. La natación y los rayos ultravioleta me curaron de manera definitiva.
Me desarrollé como nadador de competencia nacional e internacional, y como instructor de la Academia de Alfredo, cuando en esa Academia se daban cursos a escolares, por medio de un acuerdo que tenía con el Ministerio de Educación Pública. Allí, recuerda mi esposa Anabelle, que le di clases, siendo ella 5 años menor que yo.
En el Saint Francis hice amistades sólidas hasta hoy. Allí tuve amigos nadadores, que competían conmigo, ellos desde el Country Club o desde el Tenis Club. Eran los tres clubes más importantes, con la Academia, que competían en este deporte. Los hermanos Jiménez, Luis y Daniel, hijos del Dr. Otto Jiménez; Luis Alberto Clare; Iglesias; los Facio, entre otros fueron parte importante de mi vida en aquellos días.
Del Saint Francis me pasé al Colegio José Joaquín Vargas Calvo, a 300 metros de la Academia de Alfredo Cruz, lo que me permitía practicar más la natación. Allí fue otra gran experiencia, con los hermanos Rodolfo y Manuel Delgado Reyes; con Cristina González, con Francisco Rivas, que iniciaba exitosamente su camino en la natación y, más tarde como gran entrenador; Ramiro Sánchez y Eduardo Amador, los entrenadores, junto con el mismo Alfredo, y muchos otros nadadores. Allí estuve hasta que por categoría de edad, los 17, se “acababa” en esos tiempos esa carrera deportiva. En mi caso, también porque me metía cada vez más de lleno en las luchas políticas juveniles de la izquierda.
Mi abuelita Carmen mantenía en la tradición católica la elaboración del Portal de Navidad. Portal espectacular el que preparaba en estos días de diciembre. El que hacía en la Pensión era gigantesco.
A la Pensión se subía, al segundo piso, donde estaba, por la calle. Unas gradas anchas, tal vez de unos 2.5 metros, muy sabrosas. Al subirlas había que doblar a la derecha para entrar a un enorme pasillo que tenía una tira de cuartos. De la parte donde terminaban las gradas hasta donde finalizaba la pared hacia la derecha había un gran espacio, unos 20 o más metros cuadrados, que en estos días de Navidad eran los que se ocupaban para hacer el Portal navideño, de pared a pared. Pegaba por el lado sur al cuarto gigantesco, con varias camas donde dormían mis tías y mi abuela. En el otro extremo del pasillo estaba el otro espacio gigante que era el comedor de la Pensión. Entre el comedor y el cuarto de la Familia había cuatro o cinco cuartos grandes. Al frente de ellos un pasillo que conducía a un servicio sanitario amplio, muy lleno de luz por sus ventanas blancas, y otro pasillo corto que llevaba a la gran terraza. Hacia el norte del comedor estaba la cocina y otros aposentos; unas gradas hacia abajo, donde estaban los cuartos para las personas que trabajaban en la Pensión, y las pilas de aseo.
Hacia la avenida, en el lado sur del edificio, todos los cuartos tenían una salida, un balcón pequeño que casi pegaba con el alambrado eléctrico público, que iba por los postes. A mi me producía temor estar en esos balcones. Por el lado norte esa área pegaba pared de por medio con una gran terraza que tenía la Pensión. Así la recuerdo.
Desde finales de noviembre empezaba el preparativo del Portal. Se hacía en el suelo, en el piso, en un lugar visible; en el caso de la Pensión inevitablemente visible. Quienquiera que entrara tenía que ver con él, por su majestuosidad y belleza. El tamaño del Portal no descuidaba un buen espacio alrededor del cual se podía rezar frente a él.
Toda la familia bajo la batuta de la abuelita Carmen participaba de su elaboración. Había que conseguir cartones para elaborar relieves. A veces se usaban algunas tablas. El diseño y la ubicación del pesebre; del pasito, de las figuras que acompañan en el Portal era decisión de la abuelita. Todas estas figuras según recuerdo se mantenían guardadas, para usarlas cada año.
Armar el portal era una faena fuerte, a la que había que dedicarle tiempo. Los cartones cuando no se teñían con algún tinte, había que cubrirlos con papel celofán, que eran láminas de papel de distintos colores, generalmente brillantes, que también se usaban para cubrir o envolver regalos. La ventaja de este papel es que se podía conseguir en colores transparente, rojo, verde, azul, amarillo, morado, naranja, y otros, lo que le daba al Portal una belleza y luminosidad particular. Algunos colores tenían significado especial. Así, el dorado la prosperidad, la riqueza y la alabanza; el plateado, la gratitud y la humildad; y el azul el arrepentimiento y la reconciliación.
Las figuras usadas eran tanto las propias de la religiosidad que se celebraba, como las que se pudieran poner de compañía. En cierta forma no había límite. Las más importantes eran las imágenes de la Sagrada Familia, San José, la Virgen María y el Niño Jesús o el Niño Dios. Las figuras del pesebre comprendían la mula, el buey, ovejas; y cerca se colocaban pastores y otras imágenes de animales, como gallinas, patos, perros. Las ovejas tienen el especial significado de ser el pueblo de Dios, el rebaño que sigue a los pastores. También el Portal llevaba la Estrella de Belén que completaba con un Angel de Gloria el conjunto. La Estrella tenía luz, que se prendía para el momento, para evitar incendios. Al portal también se le ponían luces. La imagen del Niño Dios solo se colocaba el 24 a medianoche.
Había que conseguir para el Portal aserrín y lana. El aserrín se podía teñir con anilinas u ocres y, en la calle, también vendían aserrines ya coloreados, el cual, en sus diversos colores, servía para hacer distintos caminos, para destacar áreas o zonas verdes. La lana generalmente era traída de Rancho Redondo, del Tablazo, de La Lima o de Tarbaca, y la vendían en la ciudad. La Lana y el musgo le daban al Portal el hálito del tiempo de Navidad, de diciembre, frío, nuboso. También se usaba en la elaboración del Portal escarcha. Figuras y espacios se determinaban a veces por los colores que se usaban.
El Pesebre y el Pasito ocupaban la parte central del portal, en una parte alta para destacar. Generalmente, una pequeña choza, abierta al frente, para mirar su interior, asemejando un establo, que es como se recuerda religiosamente el sitio del nacimiento. El Pesebre tenía la mayor importancia de toda la escena porque representaba el nacimiento de Jesús, que era un milagro.
No recuerdo bien el material de las figuras principales que tenía mi abuela, si de madera, porcelana u otro material. Si de algo estoy seguro, es que era buen material.
En el Portal, las figuras podían tener diferentes tamaños, lo que le daba más vistosidad.
Algunas frutas u hortalizas se usaban como adornos en el Portal, como el cohombro, que es alargado, generalmente de color café morado rojo, que es una variedad del pepino, que es muy bueno para la salud por su capacidad hidratante y sus fibras. El cohombro además producía un agradable aroma.
El Portal se convertía en la práctica en el gran escenario o mundo de los deseos, porque a él se vinculaba también la entrega de regalos, que cuando no se ponían al pie del árbol de navidad se colocaban en la base del Portal.
El Portal de la abuela Carmen casi estoy seguro estaba prácticamente hecho desde el 8 de diciembre, el día de la Purísima Concepción. Su permanencia se extendía, tal vez hasta el 2 de febrero, el día de la Candelaria que es cuando se acostumbra a retirarlos.
Si el Portal se hacía con gran esmero, igual se procedía con la comida de Navidad… tamales, galletas y queque de la época se preparaban en la casa. También un rompope especial se hacía en la casa.
No recuerdo que el Portal de la abuela Carmen, o el Portal de la Pensión de la Cruz, sirviera de llegada y paso de quienes los visitaban realizando las posadas. Tampoco participó en concursos de portales, que estoy seguro de que si lo hubiera hecho tal vez habría ganado un destacado lugar.
Después de la Pensión, el portal de la Abuelita Carmen se redujo de tamaño, pero siempre se realizó en estas fechas. Del gran portal de la Pensión algunas veces ayudé en su elaboración.
En esa época, con mi abuela fuera de la Pensión, porque ya la había cerrado, recordando esos días le enfaticé más en tono de broma que en serio, que ella ya no vivía encima de la Clínica Figueres. Yo era militante activo de la izquierda comunista en esos tiempos, con bastante fama de dirigente estudiantil. Recordándole los días difíciles de la posguerra civil, me reía con ella diciéndole, que a pesar de todo, ella había estado encima de los Figueres… que ella había “aplastado” a un Figueres; que ella podía decir que todos los días, si quería, “pisoteaba” a un Figueres… Don Mariano era un buen hombre, obviamente, pero no dejaba de ser un Figueres, y para esos días la broma era válida.
La historia costarricense remonta a la época colonial en la elaboración de portales. A partir de la Independencia empezó a traerse imaginería de Guatemala, al tiempo que se desarrollaron los imagineros religiosos costarricenses, entre ellos, para mí el más importante, mi tatarabuelo Manuel Rodríguez Cruz, conocido y recordado en mi familia como Papá Lico.
Mi religiosidad se asocia también al 6 de enero, el día de los Reyes Magos, así conocidos, Melchor, Gaspar y Baltazar, los personajes que se hicieron presente ese día con regalos en el Pesebre. Para mí, mi mejor regalo, de ese día, es el del nacimiento de mi madre en 1926.
En el Colegio Vargas Calvo, optativamente se podía llevar religión como asignatura. Yo no la matriculaba. Había, en esos días de principios de la década de 1960, un sacerdote que llegó de Cuba, con quien tenía muy buena relación, y aunque no matriculaba la asignatura me invitaba a participar de sus clases, lo que hacía con gran respeto. Otro sacerdote del colegio, que después fue de la parroquia de Curridabat también hacía lo mismo, y le participaba en sus clases.
Algunas otras manifestaciones religiosas de mi vida se dieron en los siguientes hechos. Cuando viví en la Unión Soviética, 1965-1966, cerca de donde estudiaba y vivía había una pequeña iglesia ortodoxa. Con frecuencia la visité. Me gustaba su estructura y sus íconos artístico religiosos. La mayor parte de las veces la vi vacía. A veces con pocas personas, generalmente mayores, con su sacerdote o monje oficiando. La Iglesia no tenía ninguna silla. En una ocasión vi una pareja joven con su sacerdote oficiando su misa. En mi estancia en Moscú conocí Zagorsk, una pequeña ciudad cerca de Moscú, llena de Monasterios, un centro religioso, que entendía que era como el Vaticano ruso. En Leningrado había un Instituto del Ateísmo a la par de un centro o instituto religioso ortodoxo.
En 1968, en Bulgaria, entonces un país comunista, visité el Monasterio de Rila, en el Valle del Río Rilski, el más importante de este país, que se había establecido o fundado en el siglo X. Una joya arquitectónica, pero todavía activo. En 1976 la UNESCO lo declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad.
En Roma, conocí el Vaticano, un sitio turístico inevitable. En París, la Catedral Notre Dame, en 1968, fue una visita obligada. La aprecié a montones, en su interior y desde la distancia, desde una mesa a la par del río Sena. Me recordó la coronación de Napoleón y la Comuna de París.
Allá por 1977, de paso por la Unión Soviética, Fernando Berrocal, que era Embajador, me invitó a ir a una Iglesia ortodoxa, a la par del cementerio donde está enterrado Nikita Krushov, en la que estaría un coro de música gregoriana. La Iglesia estaba llena donde difícilmente cabía una persona más. El coro lo estaba trasmitiendo la televisión rusa en vivo a todo el país, lo que me llamó la atención en ese momento.
En Pekín, en 1977, vi una iglesia católica, en aquellos años de grandes dificultades, en un suburbio, un barrio en las afueras de Pekín, que me impactó visualmente. Me parecía estar en Puntarenas, por el área de los muelles del estero.
Mi segundo matrimonio fue por la Iglesia. Allí se cerró ese ciclo de la trilogía sacramental, bautismo, confirmación y comunión, y matrimonio, en 1972. Para este momento, mi esposa venía de una familia de tradición cristiana católica. El matrimonio tenía que celebrarse de esa forma, por respeto a su familia. Yo dirigente estudiantil de la izquierda comunista, no era muy aceptado por los sacerdotes, supuestamente amigos de Anabelle, estudiante del Saint Clare. Ninguno de sus profesores sacerdotes quiso “casarla” conmigo.
En la Universidad yo había hecho una especial amistad con el sacerdote Fernando Royo, luchador social junto a nosotros los estudiantes. A él acudí. No lo dudó. Solo me dijo que podía casarme, sin pedir permiso, en las únicas iglesias donde él oficiaba, en San Rafael y en Chiverral de Escazú. Agregó, “que entre socialistas y cristianos había gran afinidad”. Acababa de pasar el II Concilio y estaba impactando al continente la Conferencia de Medellín, de Colombia.
La Iglesia de San Rafael es preciosa. Parece, en su arquitectura, de una familia medieval, como se acostumbraba. Fuimos a conocer la de Chiverral, hacia el sur, por la carretera que conduce a San Antonio. Había que desviarse a la derecha, por una trocha, en mal estado. Al final había que caminar como 200 metros subiendo una montañita y llegar a un galerón de madera que era la Iglesia en construcción, con una vista espectacular de San José.
Escogimos esta Iglesia para la ceremonia. Hicimos las invitaciones del caso. Llegó un pequeño grupo de amigos muy cercanos, los padrinos incluidos, y familiares de Anabelle, y míos. En ambas ramas llegaron los católicos. Empezó la ceremonia. Llegó el momento de la comunión. El padre Royo la ofreció y ninguno de los asistentes se atrevió a comulgar. El padre se comió todas las hostias. Yo me quedé con el corazón hecho un puño, sorprendido, silencioso, en cierta forma apenado. A mí no me la ofreció. Si lo hubiera hecho, en ese momento la hubiera recibido. Tenía todos los antecedentes religiosos que me lo permitían. Anabelle le reclamó a su madre que por qué no había comulgado, si ella era muy religiosa y de misas. Y, con gran franqueza, le respondió que en esa remotidad, y con esas dificultades para llegar a la Iglesia, ella creía que el sacerdote podía ser falso. Seguramente mis tíos católicos pensaron igual.
Cuando Yalena, hija de mi primer matrimonio hizo la Primera Comunión, mi sorpresa que tamaño impacto me produjo fue que la llevaron con un vestido que imitaba una religiosa, una monja. Se veía muy bien, pero yo estaba en shock, sin decir nada.
Mis hijos, Lautaro y Presbere, fueron bautizados por su abuela, la mamá de Anabelle. Tupac, el menor, tomó la decisión de hacer la Primera Comunión, para lo que tenía que bautizarse. El escogió los padrinos, doctores amigos de Anabelle. Allí, bautizado por el padre Howell, en San Rafael de Escazú, le hicieron el Bautizo y la Confirmación a la vez. Mis hijos no recibieron educación religiosa en el colegio. En uno de sus colegios, en la asignatura de religión, en la nota les ponían EXC. Algunos amigos y parientes, si veían sus buenas notas, pensaban que era Excelente, pero significaba Eximido, que no recibía la asignatura.
Tupac a los 16 años empezó su carrera universitaria en los Estados Unidos. Vivía solo. Un día nos dijo que él iba a una Iglesia que le hacía sentir bien. Le apoyamos en su decisión. En una Iglesia cristiana no católica, a la que se vinculó por razones laborales, le quisieron reclutar para “pastor”, lo que no era “su llamado” espiritual, ni intelectual. En su cuarto tenía un Cristo y un rosario de madera enorme, preciosos, colgados en la pared sobre su cabeza.
Lautaro y Tupac se casaron por la Iglesia. La boda de Tupac fue espectacular, preparada y organizada por él. Escogió una iglesita pequeña, la de San Pablo de Heredia, preciosa Iglesia. La boda fue como un turno de pueblo, con bombas y cachiflines por todo lado; como un juego de pólvora nocturno.
Todos los hijos de mis hijos, mis nietos, han sido bautizados por la religión católica, de conformidad a sus núcleos familiares. Estudian en escuelas que tienen la religión como materia. Todos han hecho la Primera Comunión. La última hace pocos días fue Constanza.
Cuando fui Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, 1982-1990, de la Universidad Nacional, las secretarias se me acercaron para ver si yo autorizaba hacer, en la Oficina del Decanato, un pequeño portal. Por supuesto que lo autoricé. Era una afirmación de la religiosidad nacional y de respeto a quienes se veían reflejados en ella. Igualmente, cuando se quitaba el portal, se hacía el rezo del Niño y un pequeño convivio festivo con ese motivo.
La inmensa mayoría de los costarricenses, practicantes o no de religiones, probablemente están sellados en el cristianismo católico desde su bautizo. Aún aquellos que reniegan o abandonan la fe cristiana; que se declaran ateos, que rechazan la existencia o creencia en un Dios, o los agnósticos, que sostienen que no se puede conocer con certeza la existencia de un ser supremo, están marcados por el cristianismo.
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