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Lunes, 25 de noviembre de 2024



COLUMNISTAS


Nuestra democracia es una extraordinaria construcción, protejámosla

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 26 febrero, 2024


Acaba de salir el Índice de democracia 2023 que desde 2006 produce la Unidad de Inteligencia de The Economist. Y nos da motivo para sentir orgullo por la construcción que desde el Pacto de Concordia del 1 de diciembre de 1821 han venido construyendo nuestros antepasados.

Este Índice divide los países en 4 categorías: Democracias plenas, Democracias defectuosas, regímenes híbridos y regímenes autoritarios.

Entre 165 estados y dos territorios ocupamos el puesto 17 con una calificación de 8,29 sobre 10, que nos coloca en el reducido grupo de 24 naciones que son democracias plenas. Este grupo solo representa un 7,8% de la población mundial. Nos ubicamos por encima de Austria, el Reino Unido, Grecia, Francia y España y somos junto a Canadá y Uruguay las únicas 3 democracias plenas en América.

El Índice mundial muestra este año una pequeña disminución de 5,29 a 5,23 y no ha recuperado el nivel previo a la pandemia. Su nivel más alto fue en los dos años 2014 y 2015 con 5,55.

Costa Rica con 8,29 mantiene el mismo lugar del año anterior, y este es el nivel más alto que ha alcanzado desde 2006.

Son razones para alegrarnos. Pero también para tomar consciencia de que este es un tesoro que fácilmente se puede perder, y que depende de nosotros cuidarlo y mejorarlo.

La democracia necesita un sistema electoral y libertades políticas que para elegir a sus gobernantes aseguren procesos justos, competitivos, abiertos a todos, y en condiciones que permitan la manifestación de las ideas y los debates.

Pero eso no es suficiente.

Se requiere también de un estado de derecho que asegure reglas jurídicas que permitan un gobierno de las leyes y no de la arbitrariedad de los gobernantes, para lo que se ha venido construyendo la institucionalidad que depende de asignación de competencias, división de poderes, debido proceso, control judicial de las actuaciones administrativas, transparencia y rendimiento de cuentas. Que además faciliten la operación de mercados abiertos y competitivos y de las organizaciones que promuevan educación, salud, seguridad social y atención a las personas que por sus condiciones requieran de la solidaridad de su prójimo.

Pero tampoco estas dos cosas son suficientes.

Se requiere también una cultura democrática que permita el florecimiento de una sociedad con fuerza suficiente para controlar al estado, a fin de que el ejercicio del poder no se encamine al despotismo, porque el estado debe ser suficientemente fuerte para que evite el caos social y el abuso de los poderosos. Ese poder debe ser controlado por el poder de la sociedad. Un estado que compense a la sociedad y una sociedad que compense al estado.

Para abarcar esos aspectos este índice de democracia analiza y mide 5 elementos: 1) Procesos electorales y pluralismo; 2) Funcionamiento del gobierno; 3) Participación política; 4) Cultura política y 5) Libertades civiles.

Costa Rica tiene muy altas calificaciones en “Procesos electorales y pluralismo”. Alcanza una nota de 9,58 igual a la nota promedio de Canadá y EEUU y mayor a la de Europa que es de 9,39. Solo 12 países tienen una nota más alta.

La mejor calificación la obtenemos en “Libertades civiles” con un 9,71. Solo Nueva Zelanda y Australia tienen una calificación mayor.

La peor calificación la obtenemos en cultura política con una nota de 6,88. De las democracias plenas solo Corea del Sur tiene una calificación más baja en esta categoría. Esto debe ser causa de preocupación. Como he recordado la democracia depende de una sociedad fuerte capaz de controlar al gobierno y eso demanda convencimiento en las bondades de la democracia, no considerar conveniente el gobierno de una persona fuerte que esté por encima del parlamento y el poder judicial, ni siquiera para garantizar la seguridad ciudadana. Esta situación debería ocuparnos en rescatar el orgullo por la democracia que con gran éxito venimos construyendo desde la independencia, con Mora Fernández, con Castro Madriz, los gobiernos liberales de finales del siglo XIX, con don Cleto y con don Ricardo, con Calderón y Figueres y con la gran mayoría de nuestros políticos y gobernantes.

También nos deben preocupar las calificaciones en “Funcionamiento del gobierno”, un 7,50 y en “Participación política”, un 7,78.

“Funcionamiento del gobierno” es la categoría que a nivel mundial tiene la más baja calificación, solo 4,66 y sabemos cómo en el mundo occidental ha venido bajando el aprecio por las instituciones políticas. Entre las democracias plenas solo Grecia tiene una nota más baja que Costa Rica, y otros tres la tienen igual. Y recordemos la catástrofe que fue el manejo del gobierno en Grecia hace algunos años. Sabemos desde hace muchos años que nuestra institucionalidad pública es muy ineficiente. Además, los ciudadanos no tienen confianza ni en los partidos políticos ni en los gobernantes. El rendimiento de cuentas es pobre. Los ciudadanos no están convencidos de que poseen dominio sobre sus vidas y los funcionarios públicos no realizan una tarea eficiente. Son condiciones que debilitan nuestra democracia.

En “Participación política” estamos a la mitad de las calificaciones de las 24 democracias plenas, pero sin duda debemos y podemos avanzar si los partidos se vuelven más atractivos a los ciudadanos con la elaboración de propuestas serias y con la reanudación de la formación de sus dirigentes.

Total, tenemos motivos abundantes de alegría por lo alcanzado con nuestra democracia, en este pedacito de suelo centroamericano que es donde el año pasado en este índice más retrocede esa maravillosa institución. Pero también un compromiso real por defender y perfeccionar nuestra democracia liberal. Especialmente más eficiencia en el gobierno, y más participación ciudadana.

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