Obama y la paz regional
Arnoldo Mora [email protected] | Viernes 13 noviembre, 2009
Obama y la paz regional
Influenciado por la costumbre de los periodistas de hacer un balance de cada año de la administración de turno, en este caso del primer aniversario del triunfo electoral de Barack Hussein Obama, el primer afrodescendiente que llega a la Casa Blanca, prometiendo con sonora retórica que cambiaría su política hacia nuestra región, hoy trataré de hacer un balance contrastando sus palabras y promesas con su acciones concretas.
Quien lo hace, como es mi caso, asume una actitud independiente y personal. No soy, ni mi moral me lo permite, un plumífero a sueldo, ni pretendo una pseudoimparcialidad cuando de asuntos que conciernen a los destinos de nuestros pueblos y, en especial, de mi Patria se trata. Asumo una actitud crítica, en el sentido que los filósofos damos a la palabra “crítica”, cual es la de exigir razones y explicitar criterios con el fin de sopesar los argumentos en que se basan determinadas posiciones políticas.
En lo que al balance de este primer año de gobierno de Obama y refiriéndome tan solo a su política hacia América Latina, mi opinión es francamente negativa. Dicha posición no se inspira en prejuicios ideológicos ni de ninguna otra índole, como podría ser una especie de aprehensión en contra del pueblo norteamericano. Todo lo contrario, siempre he tenido una excelente relación personal con los medios académicos de prestigiosas universidades norteamericanas y con numerosos grupos religiosos ligados a la solidaridad con nuestros países. Mis libros y mis ensayos, desde hace mucho tiempo han sido objeto de reseñas en esas universidades. Alguna me ha honrado teniéndome en la lista de los filósofos latinoamericanos. Mis críticas, por ende, no son contra un pueblo que tiene grandes virtudes y grandes defectos, como todos los pueblos, incluidos aquellos a los que yo pertenezco por razones de sangre o cultura.
Mis críticas van hacia las políticas imperiales de su gobierno. Considero que los sectores más duros del Pentágono y del Departamento de Estado nos siguen considerando como su traspatio sometido a su dominio neocolonial. La reciente militarización de la región nos ha vuelto a los peores años de la Guerra Fría. Privan los intereses geopolíticos que buscan la expoliación de los recursos naturales estratégicos, como el petróleo de Venezuela y Ecuador, el gas natural y el litio de Bolivia o la Amazonía de Brasil. Lo anterior es la verdadera razón —no la supuesta lucha contra el narcotráfico, que debe comenzar por ser combatida en los propios Estados Unidos por ser los mayores consumidores de droga en el mundo— que se oculta detrás de la implantación de siete bases militares en Colombia y que ha hecho de ese bello país un peligroso portaaviones yanqui. Igual amenaza para la paz y la estabilidad de la región se da con la puesta en marcha de la IV Flota. El endurecimiento de la política norteamericana se ha demostrado en el caso del golpe de Estado en Honduras, hasta el punto de usar como un peón de ajedrez a Arias, pues han convertido en papel mojado las propuestas fundamentales de su Plan de Paz. Hoy la paz de la región sufre graves amenazas. La responsabilidad recae sobre los hombros de Barack Obama.
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