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Ópera, tango: la misma pasión, el mismo drama

Claudia Barrionuevo [email protected] | Lunes 25 julio, 2016


Una noche Caruso le pidió que cantara y el Zorzal Criollo lo complació. Don Enrico, admirado por la voz de Gardel, le dijo: “Si usted hubiera estudiado seriamente, sería el mejor barítono del mundo”
 

Ópera, tango: la misma pasión, el mismo drama

Antes de ser consciente de la existencia de “La Bohéme” de Puccini, ya conocía el nombre de sus heroínas: Musetta y Mimí. Desde la cuna escuché tangos y “Griseta” fue uno de ellos.

En el Buenos Aires de 1924 más de la mitad de sus habitantes eran inmigrantes italianos y el referente cultural por excelencia de los porteños de la época era París. Por lo tanto es lógico que la cultura ítalo-francesa estuviera tan presente en los poetas tangueros del primer cuarto de siglo

José González Castillo nació en Argentina pero, influenciado por la cultura europea de la época, se apasionó por los literatos franceses y volcó todo lo leído en su tango-romanza “Griseta”.

El nombre de su personaje deriva de las “grisettes”, costureras y obreras francesas llamadas así porque sus trajes estaban confeccionados por una tela gris con pequeñas flores. Aunque el término también aludía a jóvenes fáciles de conquistar debido a sus necesidades económicas.

El tango inicia describiendo a Griseta: “Mezcla rara de Musetta y de Mimí: con caricias de Rodolfo y de Schaunard…” Los cuatro personajes fueron creados por el escritor francés Henri Murger para su novela “Escenas de la vida bohemia” y reinventados por Puccini para “La Bohéme”. Pero, aunque Rodolfo y Mimí fueron pareja en ambas narraciones, Schaunard no tuvo relación ni con ella ni con Musetta.

González Castillo sigue hablando de París y evoca otras novelas de la época cuando afirma que Grisetta “soñaba con Des Grieux, quería ser Manon”. La pareja que menciona es la protagonista de “Las aventuras del Caballero Des Grieux y de Manon Lescaut” del Abate Prévost, y que fuera fuente de inspiración de la ópera “Manon Lescaut” que compuso Puccini en 1893.

“¿Quién diría que tu poema de griseta sólo una estrofa tendría: la silenciosa agonía de Margarita Gauthier?” reza el final del estribillo, evocando otra novela romántica francesa que, del mismo modo que las anteriores, fue el inicio temático de una ópera: “La dama de las Camelias” de Alejandro Dumas hijo para “La Traviata” de Giuseppe Verdi.

Por supuesto que, como en el tango casi siempre alguien tiene que morir, la Griseta de González Castillo termina mal: “Y una noche de champán y de cocó, al arrullo funeral de un bandoneón, pobrecita, se durmió, lo mismo que Mimí, lo mismo que Manón.”

Entre el tango y el canto lírico existen muchas relaciones. En 1915, luego de actuar en Buenos Aires, el mítico Enrico Caruso se embarcó hacia Brasil. En el mismo vapor viajaba Carlos Gardel. El entonces joven cantante popular había sido utilero en varios teatros líricos y era un gran admirador del tenor napolitano. Una noche Caruso le pidió que cantara y el Zorzal Criollo lo complació. Don Enrico, admirado por la voz de Gardel, le dijo: “Si usted hubiera estudiado seriamente, sería el mejor barítono del mundo”.

Entonces yo, tan cerca del tango desde que nací, me acabo de dar cuenta que siempre estuve al lado de la ópera. Y así lo estoy disfrutando cada noche en el Teatro Nacional acompañando la puesta en escena de “La Bohéme”.

 

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