Paternidad digital
Mauricio París [email protected] | Jueves 16 junio, 2022
Encontré una estadística que me llamó la atención: los adultos estadounidenses pasaron 7 horas 50 minutos al día en promedio consumiendo medios digitales en el año 2020, casi una hora más que en el año 2019. El incremento se puede justificar en la pandemia, y para el año 2021 los números fueron ligeramente superiores. Es decir, las personas pasaron más de un tercio del día consumiendo medios digitales, probablemente combinados con otras actividades, como ejercitarse viendo TikTok u oyendo Spotify, almorzar viendo reels en Instagram o leyendo comentarios en Twitter, transportándose jugando Candy Crush, o lo que es más preocupante: pasando tiempo con sus hijos con el celular en la mano.
Cada día vemos con más frecuencia en restaurantes y sitios públicos, cómo el número de minutos entre que una familia se sienta en una mesa y se le entrega un teléfono o una tableta a un niño pequeño (-5 años) es alarmantemente bajo, y casi sincrónico. No es infrecuente ver familias completas comiendo en un restaurante un sábado cualquiera, cada uno ensimismado en su propio dispositivo, a veces con un abuelo o abuela analógico como triste espectador.
Estas generaciones de nativos digitales han crecido acostumbrados a disputar la atención de sus padres con los teléfonos celulares. No creo en eso de que todo tiempo pasado fue mejor: crecí en los ochenta, y la disputa no era con los celulares, sino con el televisor o quizá incluso con el periódico, pero creo que era diferente porque la solución no era tan sencilla como darnos nuestro propio televisor, como sí es ahora darle a un niño su propio dispositivo para que también se entretenga viendo interminables videos en YouTube, el sitio web más visitado por niños a nivel mundial.
Lamentablemente, aunque la atención de los padres es uno de los recursos más preciados y limitados de la familia, tiene cada día más distractores, y el principal es precisamente el teléfono celular. Me pasa constantemente que dispongo de una hora para jugar algo con mi hijo y a los 5 minutos estoy con el teléfono en la mano. A raíz de un día en que me dijo seriamente que si quería fuera a contestar lo que tenía que contestar pero que cuando volviera dejara el teléfono y me concentrara en el Lego, comencé a tomar la práctica de dejarlo en otra habitación, porque me pareció injusto someterlo a una competencia con mi hiperatención tecnológica. Pero, aun así, es algo que constantemente olvido.
Más estadísticas: entre el 4% y el 8% de los jóvenes estadounidenses de 8 a 18 años cumplen los criterios de trastorno por juego en Internet, el promedio de los adolescentes pasa casi 9 horas al día entre la televisión, los videojuegos y los contenidos digitales y el 85% de los adolescentes tiene teléfono celular y redes sociales a los 14 años.
Estos números son el resultado de una sociedad en donde las empresas más grandes del mundo son de base digital y han creado una economía de la atención, basada en contenidos digitales, que requiere que pasemos cada día más horas conectados a estos dispositivos, y que ofrecen entretenimiento a nuestros hijos mientras los padres estamos enfocados en ser parte de esta sociedad del rendimiento, muy eficaz en implantar la rapidez y la productividad como valores sociales.
He conversado con muchos otros padres sobre lo difícil que resulta educar a nuestros hijos en el uso de la tecnología y no caer en que sean educados por la tecnología. Por eso, más que hacer una crítica social, estas líneas procuran plantear la necesidad de alfabetizar tecnológicamente a los más pequeños, y no hablo de enseñarles técnicamente a usar un teléfono, una tableta o una computadora, porque esto lo traen ya incorporado y más bien nos pueden enseñar a nosotros. Me refiero más bien a enseñarles 5 habilidades básicas para afrontar el mundo digital:
1) Desarrollar un horario prudente y saludable para la televisión, los videojuegos y las aplicaciones digitales, y a no priorizar las actividades del mundo digital respecto a las del mundo real, como compartir tiempo con la familia o con amigos.
2) Enseñarles cómo funciona la publicidad digital, y a identificarla, en especial cuando no parecer serlo, como sucede con mucho del contenido ofrecido por influencers.
3) Que todo el contenido digital que se sube o comparte a la red, sean fotografías, comentarios, o memes, puede ser público y permanente, y puede ocasionar riesgos a ellos o a otras personas,
4) A encontrar información en Internet, pero sobre todo a discernir entre las distintas fuentes disponibles, para identificar y filtrar aquellas que no sean confiables o falsas, y en ese caso, a no difundirlas.
5) Que sus datos personales le dan poder a quien los accede, y que ese poder incluye la capacidad de usarlos en su contra, por lo que saber cuáles datos compartir y con quién hacerlo les confiere control sobre su identidad digital y les protege de amenazas.
Nos corresponde a los padres alfabetizar digitalmente a nuestros hijos, y para hacerlo, primero que todo debemos alfabetizarnos nosotros mismos. Con estas herramientas podremos generarles un nivel de consciencia básica sobre el mundo digital en que vivimos, con la esperanza de que puedan afrontar los retos de la digitalización acelerada que vivimos con mejores recursos que los que tuvimos nosotros.
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