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Política y deporte

Vilma Ibarra [email protected] | Miércoles 02 abril, 2008


Política y deporte

Hablando Claro
Vilma Ibarra

Cada cuatro años, asistimos a la re-edición de una tradición que —como tantos otros asuntos esenciales del quehacer humano que nos legaron los griegos— tiene implicaciones para la superación y el crecimiento de la raza humana. Los Juegos de Olimpia recobran vida y espíritu en el marco del honor, del juego limpio, del esfuerzo, la disciplina, el sacrificio y también de la tolerancia. Sí, de la tolerancia, de la aceptación de las reglas, de la convivencia, del equilibrio y la armonía de nuestras fuerzas, emociones y posiciones ante la vida.

Me motiva a esta reflexión mi colega Harold Leandro y su aseveración de que “es insensato tomar como referencia los Juegos Olímpicos para protestar contra el gobierno de China” (Primera Fila en La Nación) por “el genocidio silencioso” (como bien afirma Carlos Cortés) mediante el cual China ha venido intentando durante 50 años acabar con el Tíbet y los tibetanos. Lo siento, mi querido colega, pero no puedo entender cómo es posible que no podás comprender cómo si “el conflicto es añejo por qué ahora se relanza en toda la prensa mundial justo cuando se aproximan las Olimpiadas”. Muy sencillo, porque es ahora o nunca. Desde la invasión de 1959 un millón de tibetanos han sido asesinados. Y las Olimpiadas, mi estimado amigo, son la única vitrina al alcance para poner de manifiesto en la prensa mundial este grito incontenible de ¡basta ya!

En solo diez o 15 años a lo sumo China será la primera potencia económica del mundo. Las naciones del orbe se arrodillan ante el poderío del dragón porque son muchos los intereses que deben defender y transar frente al gigante. Pero eso no significa de ninguna manera que este mundo de comercio abierto y mercados gigantes deba desarrollarse sin códigos ni parámetros éticos de convivencia, tolerancia y respeto pleno a los derechos humanos. China ha desdeñado todas las resoluciones internacionales que han clamado por el respeto a la cultura del Tíbet, que dicho sea de paso, querido colega, no está propugnando por ninguna independencia, sino únicamente por el respeto a la autonomía que mantuvo durante siglos y que es tan importante porque entraña el respeto a su espiritualidad; su forma de ver y vivir la vida.

Como bien decís, el deporte ciertamente no es el escenario para dilucidar el conflicto. Pero las Olimpiadas —repito— constituyen una ventana invaluable para sacar el conflicto del oprobioso silencio en el que la comunidad mundial lo ha sumido por tantos años. Yo no estoy de acuerdo con suspender las Olimpiadas. Solo pienso que el deporte como actividad que exalta los mejores valores del ser humano, no puede sustraerse asépticamente de la realidad. Y la realidad es que China debe detener la masacre en el Tíbet y que el mundo debe exigírselo. Ahora como dijo el señor Agustín Ureña “seamos griegos, vayamos a China a honrar el espíritu olímpico y que el sudor de los campeones sea néctar de libertad para el Tíbet”.

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