Solo para economistas
Juan Manuel Villasuso [email protected] | Martes 25 noviembre, 2008
Solo para economistas
Juan Manuel Villasuso
La crisis, depresión, recesión, deflación (o como usted quiera llamarla) de Estados Unidos, que se propaga en las otras naciones desarrolladas y se acerca a pasos agigantados a nuestro país, además de las consecuencias adversas que conlleva, está también obligando a un replanteamiento profundo de los fundamentos de la disciplina económica.
Así como la Teoría General de Keynes representó, durante la Gran Depresión de los años treinta, una ruptura con los paradigmas de la economía clásica y generó nuevas orientaciones de política y aportes intelectuales innovadores, así también parece requerirse en estos momentos un enfoque integrador original que reconozca nuevas realidades y supere mitos que enturbian el análisis y entorpecen la formulación de políticas públicas para la reactivación.
Hay al menos cuatro ámbitos en los cuales no se está interpretando de manera adecuada el entorno actual y se está fallando en la comprensión de las relaciones de causalidad y la conducta de los actores económicos. Esto provoca vacíos conceptuales que impiden prevenir fallas de mercado, evitar comportamientos predatorios de los agentes privados y alcanzar el pleno empleo.
En primer lugar, no parece existir una teoría suficientemente sólida que integre la economía real (producción, empleo, consumo, inversión) con el sector financiero y los mercados bursátiles. Si bien estos tres ámbitos están estrechamente relacionados, no hay formulaciones robustas que muestren la dinámica de esos vínculos, la manera como se crean las burbujas, su evolución y retroalimentación en el tiempo y pronostiquen el impacto de sus estallidos.
En segundo término, el desarrollo del capitalismo corporativo, que desplazó a muchos empresarios, emprendedores y gestores de negocios (al estilo schumpeteriano), por ejecutivos y gerentes de grandes compañías (la tecnoestructura galbraithana) modifica sustancialmente el análisis económico marginalista. La maximización de las ganancias no parecer ser el objetivo fundamental de los tecnócratas. Ellos prefieren maximizar ventas o crecimiento, que les permite justificar sus mayores salarios y regalías. Además, se interesan más por elevar las cotizaciones accionarias que en lograr eficiencia y competitividad. La industria automotriz de Detroit es un buen ejemplo que ahora se discute.
Un tercer aspecto se relaciona con el comportamiento de los consumidores. El axioma de que la cantidad demandada de un bien depende de su precio y que el consumidor es soberano resulta obsoleto frente a la proliferación del crédito para consumo (tarjetas y préstamos bancarios) y de la publicidad masiva. Hoy día la decisión de comprar depende más del monto de las cuotas mensuales y de la moda que del precio del bien que se va a adquirir. El consumismo exige un análisis más agudo desde la óptica de la demanda agregada.
Un cuarto elemento tiene que ver con el auge de la economía criminal, que según el Banco Mundial supone el 8,8% del PIB de Estados Unidos, el 11,3% del Japón y el 16,3% de Alemania. En América Latina las cifras deben ser superiores. Si bien la corrupción, el fraude, el soborno, la contabilidad creativa, el comercio ilícito, el narcotráfico y el lavado de dinero han sido estudiados desde su vertiente económica, lo cierto es que no se han incorporado en forma sistémica en los análisis macroeconómicos, a pesar de que sus efectos sobre la economía real, el sector financiero y la especulación bursátil revelan ser muy significativos.
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