Torpezas y desafíos presidenciales
Alvaro Madrigal [email protected] | Jueves 16 mayo, 2013

Alguien está metiendo la pata y no hay ahí (Jefatura del Estado) ni en los órganos del partido oficialista quien advierta las secuelas de esta deriva
De cal y de arena
Torpezas y desafíos presidenciales
Teñido su pedigrí en la vida pública indeleblemente por la torpeza política que evidenció desde sus primeros pasos (por ejemplo, la heterogénea composición de un gabinete llamado a trabajar en medio de un grave vacío programático y el entusiasta aval a la abusiva pretensión de los diputados de aumentarse sus dietas), la Presidente Chinchilla ahora rebasa los límites trazados por el juramento constitucional que prestó el 8 de mayo de 2010 y se pone de montera las reglas de la prudencia y el decoro que inspiran la ley contra la corrupción y el enriquecimiento ilícito.
Su viaje a Perú a cumplir con una cortesía personal de inobjetable derecho, lo hace en circunstancias claramente impertinentes porque ni respetó el artículo 140 de la Constitución de comunicar de previo a la Asamblea Legislativa el viaje al exterior y sus motivos, ni guardó la distancia debida ante quien dispensa un favor o una donación que puede moldear su relación con el Estado.
Este episodio no solo es una peligrosa derivación de la incompetencia política; es, además, una insólita estupidez, un disparate que por sus alcances daría pie a un proceso de revocación del mandato si este expediente existiese en Costa Rica.
Si en la Jefatura del Estado anida una clara astenia política y una extraña vocación por el desafío a la majestad del orden jurídico y del marco institucional, ¿no hay en el gabinete quién pueda advertirlo y contener el desenfreno?
Alguien está metiendo la pata y no hay ahí ni en los órganos del partido oficialista quien advierta las secuelas de esta deriva.
El que haya ministros y diputados ensayando cómo maquillar esta metida de pata demuestra hasta dónde han llegado el desdén hacia el mandato de las leyes y la profundidad de la crisis de valores. De inteligentes sería admitir el error y abandonar el papel de escuderos incondicionales.
“Fallan los hombres, no la democracia”, advertía don Mario Echandi, avaladas sus palabras por su larga y bien fundada experiencia política.
La administración Chinchilla, con sus desatinos y extravíos, lo confirma y hace parte de la responsabilidad en la presencia del desencanto en la política, de la cantidad de ciudadanos que confiesan su hartazgo con los partidos y con las candidaturas y de la convicción de que los programas de gobierno y las promesas de los políticos están armados para atraer incautos y nada más.
La firmeza en la persecución de la corrupción ha entrado en crisis y la regla de la honestidad como sinónimo de pudor y recato ha tenido quiebres que ponen en entredicho la autoridad moral a la hora de que haya que rendir cuentas a este respecto.
Se fue a Perú sin acatar el mandato constitucional de una previa notificación. No falta, sin embargo, quien desempeñe el papel de obsecuente ejecutor de la orden de decir que a él sí le reportaron anticipadamente y por teléfono el viaje, solo que se le olvidó pregonarlo.
Álvaro Madrigal
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