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Un dictador sería un problema, no una solución

Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Lunes 08 enero, 2018


DISYUNTIVAS

Un dictador sería un problema, no una solución

En las reuniones propias de las festividades de fin de año con familiares y amigos, escuché lo que una persona expresó con convicción: “necesitamos un hombre fuerte”, “alguien que de verdad mande”, “una persona que cambie las cosas porque golpea la mesa”.

¿Será cierto que lo que nos conviene en nuestra pequeña y querida Costa Rica de 2018 es un dictador?

No lo creo.

El primer defecto de un dictador es que no es Dios, y por consiguiente es ignorante. Por más que sepa, poco sabe, y lo poco que sabe no siempre sabe cuándo y cómo aplicarlo.

El conocimiento humano es –después de la capacidad de amar y de la libertad– la mayor riqueza de la humanidad, pero es limitado, y además no se puede concentrar en una sola ni en unas pocas personas. La riqueza de este conocimiento depende de que muchas personas lo puedan aplicar, lo puedan innovar, puedan experimentar en sus aplicaciones. Y en gran medida es un conocimiento inarticulado que no se puede enseñar más que en la práctica de adquirirlo, y que evoluciona poco a poco y de manera no programada. Por esto es mucho más eficiente el desarrollo institucional de la democracia liberal, que con el estado de derecho favorece la libertad personal, la propiedad privada, la libertad de contratación y los incentivos del mercado.

El segundo defecto del dictador es que depende de su equipo humano, y para mantener su poder las calidades de ese equipo deben ser muy limitadas. No conviene al dictador que su equipo pueda remplazarlo, y para eso valen más los cortesanos sometidos que las personas con iniciativa y capacidades. Peor es aún el caso cuando el presunto dictador ni siquiera ha trabajado en conformar un equipo y se verá obligado a improvisarlo.

En las condiciones actuales de nuestro país, el tercer defecto es que el dictador para mantener su poder se ve obligado a aislarse y amurallarse, y la fragmentación política y social que vivimos llama a todo lo contrario, a construir puentes y concertar negociaciones para que las soluciones requeridas sean factibles. No sirve golpear la mesa, más bien hay que escuchar y concertar acuerdos con los grupos que tienen asiento en ella.

El cuarto defecto es que el poder enferma. Si el candidato a dictador no ha ya enfermado, el ejercicio del poder —se ha determinado por la psicología y la neurociencia— limita la capacidad humana de reflejar en nuestro cerebro las expresiones y sentimientos de los demás, y termina por limitar grandemente la capacidad del poderoso de entender a los otros. Si el dictador pierde la capacidad de percibir y entender a los otros, pierde con ello los atributos que le permitieron crear liderato y ascender al poder, y deberá, en consecuencia, recurrir cada vez más a la arbitrariedad y a la violencia para mantener su poder.

Bueno, me podrían preguntar, ¿cómo se explican los casos de desarrollo económico exitosos en Asia con gobiernos autoritarios?

La historia, los valores y las culturas asiáticas son muy diferentes a las de nuestras naciones latinoamericanas. Y esto es especialmente cierto para el caso costarricense. Nuestro primer Jefe de Estado fue un maestro, hemos vivido fundamentalmente en una república democrática construyendo el estado de derecho de una incipiente sociedad política y económicamente inclusiva, y somos la democracia más antigua y consolidada de nuestra América Latina. Nuestras instituciones son incompatibles con una dictadura.

Como ya debería ser evidente, para poder seguir desarrollándonos requerimos importantes cambios institucionales. Pero estos deben ser la transformación que nos depare un estado fuerte y mucho más eficiente, pero siempre respetando la esencia democrático-liberal.

Tratar de transformar nuestras instituciones desde el autoritarismo solo nos conduciría a una dictadura que para preservarse requeriría ser cada día más arbitraria, y necesitaría descansar cada vez más en la violencia.

La historia latinoamericana nos enseña que por esa vía perderíamos la felicidad que nos caracteriza y no alcanzaríamos el progreso que se nos muestra elusivo. Ya lo dijo Benjamín Franklin: "Quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad".

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