Vetas subterráneas iliberales y antidemocráticas y atraso económico
Miguel Angel Rodríguez [email protected] | Martes 22 octubre, 2024
A finales del siglo XX en América Latina -como parte del mundo occidental- existía un amplio consenso en la primacía de la libertad y la dignidad humanas, y en que para garantizarlas a todas las personas lo mismo que para progresar y vivir solidariamente eran precisas la democracia liberal, el estado de derecho, las instituciones internacionales y mercados abiertos y competitivos con un comercio internacional regido por normas.
Fuera de América Latina ese consenso se nutría con la caída del Muro de Berlín, la desintegración de la URSS y la liberación de las naciones del este de Europa lo mismo que con el establecimiento de la Organización Mundial de Comercio y la aceptación de una China abierta al comercio en esa organización.
En nuestra zona del mundo la ola de democratización y la adopción de políticas económicas ortodoxas en la hacienda pública y en la conducción macroeconómica favorecían esa convicción. De solo 3 democracias en los ochenta (Costa Rica, Colombia y Venezuela) se había pasado a que solo Cuba no lo fuera a inicios del siglo XXI. A propuesta mía en la Cumbre de las Américas en Quebec se había adoptado en 2001 la cláusula democrática y poco después con el patrocinio de Costa Rica, Canadá y Perú se aprobó la Carta Democrática Interamericana.
En 1994 en la Cumbre de las Américas de Miami se había lanzado ALCA, el Área de Libre Comercio de las Américas. En los primeros años de este siglo América Latina crecía rápido, disminuían la pobreza y la desigualdad.
Parecían nuestras naciones encaminadas a cosechar progreso económico en libertad.
Pero la voluntad humana es impredecible y la historia es caprichosa.
Ya en los primeros años del siglo XXI la integración de las Américas se veía imposible por el proteccionismo agrícola de EEUU y el proteccionismo industrial de Brasil, y ya se hacían sentir los aires del socialismo del siglo XXI que desde Venezuela y gracias a la influencia de Cuba recorrían a América Latina y el Caribe.
Tres vetas subterráneas con una antigua historia y enorme fuerza estaban emergiendo y ponían en vilo el consenso en el reinado de la libertad, la eficiencia económica y la solidaridad social.
Por una parte, nuestras naciones -con contadas excepciones entre las que resalta Costa Rica- son herederas de una muy fuerte tradición caudillista. Por largos siglos las organizaciones tribales indígenas y la organización colonial de Habsburgos y Borbones, así como los gobiernos y luchas del siglo XIX y los golpes de estado y gobiernos militares del siglo XX establecieron una tradición de gobiernos autoritarios.
Esta tradición caudillista es proclive a los populismos estatistas.
Por otra parte, el realismo mágico no es solo una corriente maravillosa de literatura originada en América Latina. Es una manera de ver la vida que confía en soluciones mágicas rápidas, eficientes y de poco costo para problemas complejos.
Esta manera de ver la vida favorece el apoyo a las propuestas atractivas pero engañosas de los populistas que hoy reciben el apoyo popular.
Y en tercer lugar en nuestras naciones todavía predomina una concepción patrimonialista del gobierno. La función pública es considerada por muchísimos de nuestros ciudadanos como un privilegio que se otorga al gobernante. Se escoge y se elige a presidentes y legisladores para que se favorezcan y para que repartan favores, no para que realicen servicio general en favor de todas las personas.
Esta concepción tiene por aceptable que el líder use el poder en su servicio siempre que reparta directamente a sus seguidores.
Estas vetas históricas afectan destructivamente el consenso que se estaba vislumbrando a inicios de este siglo en la primacía de la libertad y la dignidad humanas, y en que para garantizarlas son necesarias la democracia, el estado de derecho, las instituciones internacionales y mercados abiertos y competitivos con un comercio internacional regido por normas.
El populismo estatista se ha visto fortalecido por el poco éxito de América Latina después de la II Guerra Mundial en converger hacía los niveles de desarrollo económico y social de los EEUU, que entonces parecían destinadas a alcanzar. Este atraso relativo provoca y justifica la insatisfacción y el enojo de sus pobladores, y alienta su búsqueda de nuevos caminos, los populismos estatistas, que desdichadamente han resultado falsos, conculcadores de las libertades y empobrecedores.
Los populismos que más se han desarrollado y que han llegado a los mayores extremos en la construcción de dictaduras oprobiosas (Cuba, Venezuela y Nicaragua) han sido de izquierda y con afanes de un comunismo ya descartado en el mundo de la racionalidad.
Las vetas de caudillismo, realismo mágico y estado patrimonialista, así como la pobreza y la insatisfacción fueron aprovechadas por el castro-comunismo cubano.
Cuando Fidel Castro y sus barbudos bajaron de Sierra Maestra para derrocar al dictador de turno en Cuba, fueron acogidos en América Latina como héroes de la justicia. Las gentes quedaron encantadas con estos luchadores. Muchas personas lucieron por años camisas con la imagen del Che Guevara, el asesino que lideró los pelotones de fusilamiento en el paredón de La Habana.
Desde Cuba se alentaron revoluciones y guerras civiles en muchos países de Centro y de Sur América. Después de muchos fracasos triunfaron con Hugo Chávez, se enriquecieron con el petróleo de Venezuela, obtuvieron victorias con gobiernos de su signo en Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Argentina, Honduras. En algunos de ellos se consolidaron dictaduras, y en otros las instituciones democráticas han logrado prevalecer.
Hoy en Venezuela -robando una elección en que fueron apabullantemente derrotados- pretenden quedarse arbitrariamente en el poder recurriendo a la extrema crueldad del asesinato, la cárcel y el destierro.
Revertir este camino a la pobreza y la esclavitud es necesario y posible, pero difícil, largo y costoso.
María Corina Machado enseña el sendero.
Volver al imperio de los valores: la solidaridad, el amor, la libertad, la dignidad, la verdad, la decencia, la tolerancia. Unir a las personas con esos valores gracias a lideratos con vocación real de servicio. Y dar fortaleza a los pueblos que luchan por el rescate de la democracia liberal con el apoyo de los instrumentos internacionales de defensa de los derechos humanos y de solidaridad política con esta causa.
Este es el camino para que impere en nuestras naciones el gobierno de los y las ciudadanas.
Lo contrario nos conduciría muy probablemente -como ya es el caso en algunos países- al gobierno de las mafias del crimen internacional, probablemente conviviendo con intereses de algunas grandes empresas del mundo desarrollado, como ocurre hoy con algunas petroleras en Venezuela.
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