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COLUMNISTAS


Violencia

Marcello Pignataro [email protected] | Lunes 03 diciembre, 2007


Los últimos vientos de noviembre nos trajeron un incidente, harto comentado, que no podemos pasar por alto.

La violencia extrema con que actuó la barra brava de la Liga Deportiva Alajuelense, el pasado martes, debido al mal rendimiento de su equipo no la podemos obviar. La junta directiva puede decir, una y mil veces, que ellos nunca apoyaron la formación u organización de ese grupo y que, por ende, no es una agrupación reconocida por la institución.

Se peca tanto por acción como por omisión. Si los directivos del equipo, actuales y anteriores, sabían que podía ocurrir un incidente tan serio como el de la semana pasada —que nadie sabe cómo no terminó con consecuencias peores— la lógica indicaba que se debía identificar a los miembros de la barra e impedirles su ingreso al Estadio.

Mi hijo mayor me dijo, el miércoles, que si no se hubieran dado los incidentes en el Morera él, gustoso, me hubiera dicho que fuéramos a ver a Saprissa contra el Motagua. Sin embargo, esos incidentes —aislados o no— lo único que logran es seguir alejando a la gente de los estadios de fútbol.

Tengo muchos y gratos recuerdos de las épocas en que Papá me llevaba al Saprissa —al famoso palco de los elefantes blancos— independientemente de contra quién jugáramos. Daba igual si era un clásico, un partido contra San Ramón o una final de campeonato. Igual podíamos ir, disfrutar y devolvernos a la casa con la tranquilidad de que no nos iba a pasar nada a nosotros —en ese entonces yo con escasos ocho o nueve años— ni al carro en que íbamos.

Mi hijo menor, con bastante insistencia, me pide que lo lleve al Estadio porque quiere ver jugar a Alonso Solís pero yo digo ¿para qué? En primer lugar el “parqueo” (en la calle), las entradas y lo que uno se coma en el lugar son suficientes para desbarajustar cualquier presupuesto. Y si, además de lo anterior, uno se tiene que arriesgar —o arriesgar a los suyos— a que lo golpeen, lo asalten o le hagan pasar un mal rato, prefiero quedarme cómodo en mi casa viendo el partido (con la ventaja adicional de que, si está muy malo o aburrido, puedo cambiar de canal).

El incidente del Morera es un reflejo de la sociedad que vivimos. No es más ni menos importante que la agresión doméstica, que los choferes borrachos, que los asaltos a plena luz del día, que el abuso infantil… La violencia nos está carcomiendo y, si no hacemos algo —pero pronto— nos puede llevar la misma que dicen las calcomanías que nos llevaría si no sembramos árboles.

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